Pensamiento

Nacionalismo vergonzante

6 marzo, 2015 08:42

Dice el diputado de la CUP David Fernàndez que se considera independentista, pero no nacionalista porque, siendo él inmigrante, no se puede sentir nacionalista. Más allá de lo preocupante que resulta que alguien nacido en Barcelona y que vive en Barcelona se defina a sí mismo como inmigrante en Cataluña, o que haga lo propio un hijo de castellanos nacido en Barcelona -no sé si diría lo mismo si sus padres en lugar de ser de Zamora fueran oriundos de Olot o de Vic, pero en todo caso cada cual define sus fronteras mentales como le da la gana-, sus palabras me sugieren la siguiente reflexión sobre la imposible disociación entre nacionalismo e independentismo:

No me parece de recibo que los nacionalistas pretendan monopolizar la democracia identificándola con su causa

Fernàndez, como líder de la CUP, defiende la existencia de los denominados països catalans, es decir, su nación no se reduce a la Cataluña autonómica sino que -de acuerdo con el nacionalismo herderiano de raíz romántica, que parte de la base de que a cada lengua le corresponde una nación- abarca el conjunto de los territorios de habla catalana. Que es independentista lo tiene claro, pero tal vez la explicación de que no se reconozca a sí mismo como nacionalista radique en que en la práctica no defiende la independencia de la que él considera su nación, sino que por motivos coyunturales de oportunidad política aboga por la secesión de parte de esta. Es decir, no sólo apuesta por la separación de Cataluña del resto de España sino también por la fragmentación, al menos por el momento, de su propia nación imaginaria, consciente de que en el resto de los supuestos països catalans el nacionalismo pancatalanista es muy minoritario, por no decir residual.

El caso es que Fernàndez no es el único que se autodefine como independentista no nacionalista. En general, se trata de un oxímoron muy socorrido para aquellos nacionalistas que, al menos, intuyen la perversidad intrínseca de su ideología e intentan disimularla bajo el manto de la democracia. Con todo, las palabras de Fernàndez -por muy disparatadas que a mí me parezcan- podrían llegar a resultar coherentes si su independentismo fuera consecuente con su constante apelación a la “radicalidad democrática”. Esto es la “democracia ilimitada” de la que habla James M. Buchanan, que consiste básicamente en permitir a “una mayoría o a una pluralidad de votantes -ya sea a través de plebiscitos, referéndums o asambleas elegidas- hacer cualquier cosa, en el momento que se les ocurra y a quienes les plazca”. Buchanan, por cierto, advierte del “significado totalitario” de esa democracia irrestricta.

La circunstancial renuncia de Fernàndez, por motivos estrictamente utilitarios, a la independencia del conjunto de los països catalans resultaría consistente con su consigna de “profundización de la democracia”, si y sólo si aceptará también la hipotética fragmentación de la Cataluña comunidad autónoma en el caso probable -a juzgar por los resultados electorales sucedidos hasta ahora- de que, por ejemplo, en la provincia de Barcelona o la de Tarragona haya una mayoría favorable a seguir formando parte de España. Que conste que a mí, personalmente, la idea de dividir Cataluña me parece un disparate tan grande como la de fragmentar España, pero lo que no me parece de recibo es que los nacionalistas pretendan monopolizar la democracia identificándola con su causa. Lo cierto es que para Fernàndez la divisibilidad de Cataluña “no tiene ningún sentido”, porque “Cataluña es un solo pueblo”. Es decir, que lo de la “radicalidad democrática” tiene un límite: la indivisibilidad de Cataluña, claro está. (Vale la pena ver el vídeo de la respuesta que me dio cuando se lo pregunté personalmente en una entrevista que tuvo lugar en el Ateneu Barcelonès).

Buchanan, por cierto, advierte del “significado totalitario” de esa democracia irrestricta

El pasado 15 de noviembre, pocos días después de la inconstitucional consulta del 9N, Artur Mas utilizaba un argumento parecido al del diputado de la CUP en un artículo en Le Figaro en el que decía que “el derecho a decidir no tiene nada que ver con el nacionalismo”. Vaya, que ahora resulta que ni siquiera para los nacionalistas de toda la vida se trata de nacionalismo, sino de democracia. Nacionalismo sin nacionalistas, el no va más. En cualquier caso, ese ha sido sin duda el mayor reclamo utilizado hasta ahora por los soberanistas, que no se han molestado demasiado en explicar por qué diablos ha de ser más democrático el “derecho a decidir” de los catalanes que el de los barceloneses, y no digamos ya que el del conjunto de los españoles. Para ellos, la repuesta es autoevidente: ni Barcelona ni España son naciones. Aquí la única nación es Cataluña, y sólo las naciones tienen “derecho a decidir”. Eso sí, “el derecho a decidir no tiene nada que ver con el nacionalismo”.

Si realmente el “derecho a decidir” no tuviera nada que ver con el nacionalismo, como proclaman abrazados Mas y Fernàndez, entonces habría que asumir que no sólo todos los Estados constituidos son divisibles digan lo que digan sus Constituciones, sino que también habría que aceptar que sus partes integrantes son asimismo divisibles. Eso es, entre otras cosas, lo que dice la célebre Ley de Claridad canadiense (2000), que reconoce la divisibilidad de Canadá -en este sentido Stéphane Dion, padre intelectual de la ley, precisa que el caso canadiense es la excepción y no la norma, porque la mayoría de las Constituciones de países democráticos prevén la indivisibilidad del Estado-, pero al mismo tiempo establece que de la misma manera que el Estado canadiense es divisible también lo es la provincia de Quebec.

Por qué diablos ha de ser más democrático el “derecho a decidir” de los catalanes que el de los barceloneses, y no digamos ya que el del conjunto de los españoles

Sin embargo, aquellos que dicen que el “derecho a decidir” nada tiene que ver con el nacionalismo, sino que responde a un supuesto principio de radicalidad democrática, son los mismos que, en cuanto les dices que aceptas la hipótesis de la divisibilidad de España siempre que en buena lógica se acepte también la divisibilidad de Cataluña, ponen el grito en el cielo y te acusan de crear división donde no la hay. Vaya, que parece que estamos ante el alumbramiento de un nuevo derecho exclusivo de los nacionalistas: el “derecho a dividir”.

“¡Tarragona no es una nación!”, braman. ¿Pero no habíamos quedado en que no se trataba de naciones sino de democracia? “¡En Barcelona no hay un movimiento a favor de la secesión!”, exclaman. No, no lo ha habido mientras Cataluña ha formado parte de España, pero, a juzgar por los resultados electorales históricos, en la provincia de Barcelona tampoco ha habido nunca una mayoría independentista. Ni siquiera en las elecciones autonómicas los partidos independentistas -incluyendo a CiU a pesar de que hasta ahora no se ha presentado con un programa nítidamente independentista- han conseguido jamás la mitad más uno de los votos, por no hablar de las elecciones generales, en las que en Barcelona siempre ha habido una clara mayoría constitucionalista.

Insisto, tan aberrante me parece dividir Cataluña como fragmentar España, porque tan plural es España en su conjunto como la propia Cataluña en particular. De ahí que convenga rechazar de plano “definiciones exclusivistas de quiénes somos y ver nuestras múltiples identidades como una incomparable riqueza colectiva”, por decirlo en palabras de Dion. Pero está claro que lo que genera división es la propuesta secesionista, porque la sola idea de plantear a los catalanes que renuncien a parte de esa riqueza colectiva ya es de por sí tremendamente divisiva. Un trauma para la sociedad, parafraseando de nuevo a Dion.

Así pues, el inexistente “derecho a decidir”, en los términos planteados por las fuerzas soberanistas, que proclama la divisibilidad de España a la vez que consagra la indivisibilidad de Cataluña, tiene poco que ver con la democracia. Es la quintaesencia del nacionalismo. Vergonzante, pero nacionalismo al fin y al cabo.