Pensamiento

Mortadelo y Felip Puig

14 febrero, 2014 08:34

Siempre ha sido así. Siempre nos han espiado. Siempre ilegalmente. Todos. La CIA. El Mossad. El CNI. La Ertzaintza, cuyos operativos de élite conocidos como los berrozi, destinados por lo general a escoltas de políticos, eran y son minuciosamente formados para informar a sus superiores de todo lo que hacen y dejan de hacer sus escoltados. Así se han sabido y se han manejado por ejemplo datos como sonadas infidelidades conyugales de políticos muy conservadores. Por análogos motivos en Cataluña ha habido candidatos electorales de partidos no afines a la Generalidad de turno que declinaban elegantemente que les pusieran escolta de los Mossos. Y por supuesto el Cesicat, a pesar de lo que su nombre puede indicar a gente extranjera o incauta, no se dedica a investigar comida para gatos. Es lo que es y sirve para lo que sirve.

No confundamos la falta de ambición con la virtud. Esto es peor que una vergüenza. Esto es hacer el ridículo y de la peor manera, que es sabiéndolo. Y sabiendo que lo sabemos todos

Todo aquel que tiene una uña de poder espía. Siempre. Siempre ilegalmente o bordeando la ilegalidad. Es que resulta que no hay otra manera de enterarse de ciertas cosas que violando un montón de derechos, caiga quien caiga. Mítica la frase que José Luis Corcuera, siendo ministro del Interior, le soltó un día al Rey de España cuando este era muy aficionado a escaparse de sus escoltas para mantener aventuras galantes. El sutilísimo Corcuera se cuadró ante don Juan Carlos y más o menos le espetó: "Su Majestad es libre de follar con quien quiera, ¡pero el ministro del Interior tiene que saber dónde!".

Siempre ha habido quien ha tenido sus escrúpulos. Cuentan que Jordi Pujol en persona le encargó a Miquel Sellarès que le planificara un CNI catalán en detalle. Sellarès se tiró en plancha poniendo la máxima ilusión en él característica. Tanto es así que los papeles que llevó dejaron al molt honorable tiritando del susto. Pujol se santiguó tres veces y le dijo que se olvidara de inmediato de la idea.

Ah, eran los tiempos en que todavía se pretendía que ser catalán equivalía a ser el bueno de la película, el que corre por el maizal con la muerte (castellana) en los talones. Todavía daban miedo o por lo menos imponían respeto ciertas cosas. No como ahora, que nadie se corta aquí ni con un hacha. Que se espía a troche y moche, y sin la excusa de la seguridad pública además, que se espía por y para la pura miseria política, para acumular dossiers de basura que poder tirarse los unos a los otros a la cabeza, pagando el contribuyente. Y encima si les pillan no dimite nadie ni se tiene el menor rubor en vetar que el tema se aclare ni siquiera en una comisión parlamentaria de investigación de la señorita Pepis, de esas que siempre se han creado para matar los temas de hambre y de aburrimiento. Ni siquiera eso.

En Estados Unidos en los años 70, poco después del escándalo Watergate, hubo una catarsis de la comunidad de inteligencia que hizo aflorar verdaderas barbaridades de la CIA. Un impresionante rosario de ilegalidades, abusos y crímenes que alguien tuvo el humor de compilar en un documento bautizado con el nombre de "las joyas de la familia" y que más pronto que tarde acabó filtrado a la prensa. Constaba ahí sin ir más lejos la participación directa o indirecta de espías norteamericanos en por lo menos cinco magnicidios exitosos. Luego estaban los fracasados, por ejemplo las mil y una vez que la CIA intentó y no consiguió matar a Fidel Castro. Gerald Ford en persona tuvo que firmar una orden presidencial ejecutiva prohibiendo terminantemente a todo el personal atentar contra la vida de mandatarios extranjeros. Esta orden no se revisó hasta que llegó Ronald Reagan.

En el Parlamento autonómico de Cataluña son más chulos que en Washington. Aquí no se investiga ni se depura nada. ¿A lo mejor porque ellos no han matado a nadie, de momento? A lo mejor. Pero no confundamos la falta de ambición con la virtud. Ni a Felip Puig con Sean Connery. Esto es peor que una vergüenza. Esto es hacer el ridículo y de la peor manera, que es sabiéndolo. Y sabiendo que lo sabemos todos.