Hoy votan los rusos y todo parece indicar que lo van a hacer en masa por Vladimir Putin, su macho alfa particular. El único contrincante que podía causarle alguna preocupación, Alexei Navalny, ya fue convenientemente inhabilitado, y los demás tienen tantas posibilidades de hacerle sombra a Vladimir Vladimirovich como yo de quedar a cenar con Alicia Vikander. Desde aquí, a Putin lo vemos como un tiranuelo, un matón, un nostálgico de la URSS empeñado en revivir la política de bloques, un fachenda al que le encanta hacerse fotos con el torso desnudo y boxeando con un oso, un exagente del KGB que, probablemente, ha asesinado a gente con sus propias manos, un monarca medieval que favorece a quien le da la razón y hace la vida imposible al que le lleva la contraria, aunque se exilie (véanse los recientes casos acaecidos en Gran Bretaña); pero en Rusia goza de una extendida adoración: lo aman quienes consideran que la economía va mejor --aunque los sueldos sigan siendo una birria--, los empeñados en recuperar el viejo estatus internacional de la URSS, los que detestan a Europa y a Estados Unidos, los que echan de menos a Stalin y, en general, todos aquellos que han podido prosperar a expensas del régimen. Como nadie en ese país sabe lo que es la democracia, pues se pasó de los zares a los comunistas y de los comunistas al sálvese quien pueda y el que venga atrás que arree, nadie echa de menos algo que nunca ha experimentado.

Es tal la proliferación de energúmenos farfollas y violentos, que observamos a gente como Merkel y Macron como si fuesen ángeles

Igual hay que ser ruso para entender la magia de Vladimir Putin, pues a los que no lo somos nos parece un sujeto peligroso y desagradable. Vale, no es el único en todo el planeta. De hecho, está bastante acompañado: Donald Trump, Nicolás Maduro, Kim Jong Un y ese Xi Jinping que se ha pasado la constitución china por el arco de triunfo para ejercer de presidente hasta el día del juicio son dignos camaradas del ruso.

Dicen que vuelve la guerra fría. No estoy tan seguro. Lo que resulta evidente es que los políticos están cediendo sus puestos a los caudillos. Vuelve el matonismo, felizmente instalado en el Kremlin y en la Casa Blanca, en Pyongyang y en Pekín. Vuelve el hombre de poderosos atributos, el macho alfa de la especie, el chulángano que va por la vida pisando fuerte. Es tal la proliferación de energúmenos farfollas y violentos, que observamos a gente como Merkel y Macron como si fuesen ángeles: realmente, nos conformamos con muy poco y sentimos simpatía por unos políticos de derechas a los que, veinte años atrás, nos habríamos dedicado a poner verdes. Ahora nos parecen personas cabales que, desde la apolillada Europa, intentan mantener unos mínimos de decencia en un panorama internacional dominado por una pandilla de matones con ganas de bronca. ¿Y a quién recurrirá este ruinoso y entrañable continente cuando empiece a sufrir el bullying de esos abusones?