Desde que ha descubierto que ERC y Bildu son dos bastiones del patriotismo español --convenciendo de ello a Pedro Sánchez, capaz de creerse cualquier cosa que le ayude a mantenerse pegado al sillón con SuperGlue--, Pablo Iglesias no para de experimentar epifanías salvíficas. También ha descubierto que el delito de sedición es una antigualla --nada puede interponerse entre los deseos de sus amiguitos y la defensa del estado-- y tiene a su fiel Asens batallando para que se elimine del código penal (puede que, ayudado y azuzado desde las sombras, donde pertenece, por el peronista Pisarello). Como a los separatistas no se les puede ofender, ya que son, prácticamente, los únicos que se preocupan por España en todo el parlamento, se le ha ocurrido, incluso, que el rey ya tarda en pedir disculpas por su discurso televisado del 3 de octubre de hace tres años, en el que no tuvo palabras muy amables para los representantes del nuevo patriotismo español: el tradicional discurso navideño de su majestad sería un momento muy adecuado para hacerlo.
Yo, que no milito en el nuevo patriotismo en mi condición de fósil del régimen del 78, no se lo aconsejaría, pues solo conseguiría dos cosas, ninguna de ellas de la menor utilidad para su achuchado reinado:
1/ A los lazis, las disculpas les parecerían tardías, insuficientes e hipócritas y no añadiría entre ellos ni un partidario más a su causa. El separatista es, por definición, insaciable en sus ansias de disgregación, aunque ahora esté integrado, según el Tío del Moño, en el patriotismo español más fetén.
2/ Los catalanes a los que su discurso nos pareció justo y necesario nos pondríamos como las cabras e igual nos daría por hacerle preguntas vidriosas sobre la bochornosa fuga de su señor padre, el egregio comisionista, aunque ninguna tendría nada que ver con su voraz apetito sexual, que ya sabemos que es genético en los Borbones (me imagino perfectamente a Alfonso XIII preguntándole en su momento a su principal secuaz, “Oye, Romanones, ¿en Roma hay putas?” Y ante la respuesta afirmativa de éste: “Pues vámonos para allá, pues ya sabes que mi prioridad es la concordia entre los españoles y si no me quieren, pues qué se le va a hacer”).
Al igual que los nuevos patriotas españoles, Iglesias confunde la parte (los lazis) con el todo (los catalanes). Cree el infeliz que sus nuevos compinches le van a ayudar a llegar a la tercera república, por lo que todo lo que haga por ellos le parece poco (como tonto útil no tiene precio, piensan mientras tanto Rufián y Otegi, si es que a lo suyo se le puede llamar pensar). Lo mejor que puede hacer Felipe VI para conservar ese puesto de trabajo que su progenitor ha puesto en peligro con su lamentable actitud es ignorar convenientemente los consejos del Tío del Moño y limitarse a soltar las vaguedades bienintencionadas en las que su padre era un maestro antes de caer en desgracia por su mala cabeza y su amor al dinerito fácil. Es más, le recomiendo que se apunte al sostenella y no enmendalla y emita algún mensaje de esperanza a ese más del 50% de la población catalana cuyos derechos se pasaron por el forro ésos que ahora están en el trullo o en Bélgica, aduciendo que obedecían a un mandato popular, como los esquizofrénicos pueden hacer cosas horribles argumentando que oían voces que los llevaban en esa dirección. Total, no hace falta ser Albert Einstein para darse cuenta de que los nuevos patriotas españoles son los viejos fanáticos catalanes (y vascos) de toda la vida. Lo que diga el Tío del Moño, majestad, a usted, por su propio bien y por la posibilidad de que su primogénita llegue algún día a reina, debería entrarle por una oreja y salirle por la otra. El señor Iglesias no necesita más ayudas de las que ya tiene, aunque éstas, la del PSOE de Sánchez y la de los indepes, obedezcan más al interés que al amor.
Majestad, créame, no le conviene indisponerse con nosotros, los carcamales del régimen del 78. Puede que la mayoría consideremos la institución que usted representa un anacronismo, pero preferimos la monarquía parlamentaria a cualquier régimen, igualmente anacrónico y aún más absurdo, que se le ocurra al Tío del Moño y a los nuevos patriotas. Recuerde lo que decía Cela: en España, el que resiste, gana.