El principal problema del fútbol, para los que nos importa un rábano y nos aburre a morir, es que nos enteramos de todo, aunque no queramos. Véase el caso Messi: parece que se va a seguir lucrándose en otra parte, que el Barça no puede renovarle el contrato porque el club está tieso de pasta y que la Liga española de fútbol ha marcado un tope salarial para evitar que los equipos gasten más de lo que ingresan y acaben en la ruina. Hasta aquí, todo bien. La cosa suena extremadamente razonable y los que pasamos del balompié nos conformamos con estas explicaciones, que nos la sudan, por otra parte, al igual que si Messi se queda o se va, y hacemos lo posible por olvidarnos de ellas y de toda la historia para seguir a lo nuestro. Pero no nos van a dejar porque aquí ya se ha liado un auto sacramental de padre y muy señor mío.

El actual presidente del Barça, Joan Laporta, le echa la culpa del desastre al anterior, un tal Bartomeu, quien parece que gastaba sin tasa en fichajes extremadamente onerosos y no paraba de subirle el sueldo a Messi, que es insaciable con el dinerito. También se la echa al mandamás de la Liga, un tal Tebas, por resistirse al despilfarro. Los hinchas, por su parte, protagonizan su propia tragedia y se ponen a buscar culpables. Curiosamente, nadie comenta las exigencias pecuniarias de Leo Messi, al que ya cortejan en París y en Manchester, porque a alguien que les ha dado tanta felicidad no se le puede afear nada. Es como cuando murió Maradona y todo el mundo hablaba de la dicha que había traído a sus adoradores y quedabas fatal si insistías en que era un tarugo, un drogadicto, un energúmeno violento y un comunista de boquilla. El sector nacionalista de la hinchada, evidentemente, ya ha encontrado al culpable del desatino, que es el de siempre, o sea, España, así en general. A la hora de precisar, algunos la emprenden contra el citado Tebas que, según ellos, andaría metido en una cruzada personal para hundir al Barça (aunque no se descarta la colaboración en este complot criminal de Florentino Pérez, mandamás del Real Madrid). Un tuitero va más allá y denuncia que tras la no renovación del astro argentino están los falangistas, aunque no se especifica qué sector de tan relevante colectivo de la España actual. Impera la sensación entre la culerada de que España, siempre ciega de odio a Cataluña, se ha inventado unas normas que perjudican al Barça. Sobre la codicia de Messi, insisto, ni una palabra.

También se guarda silencio sobre su probada condición de evasor de impuestos, de la que también me enteré sin pretenderlo: lo recuerdo en la tele, balbuceando como el tarugo de los pinreles de oro que es, sosteniendo que él, prácticamente, no entendía de qué le acusaban porque de esas cosas se encargaba su papá (o sea, como Lola Flores cuando la acosaba Hacienda, pero con menos gracia). Recién regresado de un garbeo veraniego en yate con la parienta y los churumbeles, Messi dice que se va, y sus seguidores se apuntan al viejo malentendido de que entre el jugador y el club (¡y la ciudad!, ¡y la nación catalana!) existía una fuerte relación sentimental (delirio al que contribuye el interesado contando la pena que le da abandonarnos a todos después de tantos años de entrañable hermandad).

Da pereza insistir en obviedades, pero la culerada debería entender que esto era una cuestión de puro interés crematístico. Sabiéndose el mejor, Messi iba pidiendo cada vez más dinero y el irresponsable de Bartomeu se lo daba. Si alguien del club decía que pintaban bastos y que se agradecería que los jugadores se apretaran un poquito, solo un poquito, el cinturón, Messi era el primero en poner mala cara y resistirse a que viniera el tío Paco con las rebajas. El Barça se iba llenando de deudas y Messi, que tanto lo quería, no estaba dispuesto a dejar escapar ni un euro: supongo que su querido papá ya estará negociando con el PSG y el Manchester United una pasta gansa para el muchacho, que el alquiler de yates en las Baleares se está poniendo por las nubes y los niños están creciendo y comen como limas.

Los hinchas del fútbol son de un sentimentalismo pueril realmente insufrible. La triste realidad es que en el Barça no hay ni un duro y que el hombre de los pinreles de oro solo piensa en su cuenta corriente. Si les consuela convertir al tal Tebas en el doctor Fumanchú, allá ellos, igual que si intuyen una maldad de los españoles en general y de Florentino Pérez en particular. Leo, por su parte, se larga a donde le paguen más y, a ser posible, le suban el sueldo cada año. Y supongo que hace bien: de no ser por su habilidad con el balón, dudo que hubiese encontrado trabajo en su vida.