Cuando se muere alguien que nos cae mal, es difícil que nos caiga mejor por haber muerto. Pero lo que no haremos nunca es acercarnos al cementerio en el que descansa el finado y ponernos a bailar sobre su tumba, mientras le dedicamos unos expeditivos cortes de mangas. Tampoco se nos ocurrirá escribir una necrológica en algún diario para ponerle verde. Si nos preguntan, negaremos habernos alegrado de su fallecimiento, aunque sin sobreactuar, confesando que nunca nos acabó de hacer gracia. Esta era, por lo menos, la costumbre de mi generación y de mis mayores, una costumbre que parece estar pasando a mejor vida (¿por pusilánime e hipócrita? No lo negaré, pero de alguna manera hay que evitar vivir según la ley de la selva).
Hace unas semanas, el presunto humorista catalán Toni Albà (arrecian los rumores de que su auténtico nombre es Antonio Álvarez, lo cual lo convertiría en un caso de autoodio de manual) tuiteó en las redes sociales que se alegraba mucho de la muerte del político aragonés Javier Lambán, al que calificaba de “hijo de la gran Ñ”. ¿Era necesario? En mi opinión, no. Creo que el rebuzno del señor Albà (o Álvarez) solo servía, una vez más, para identificarlo como el fanático antiespañol chifladito que indudablemente es.
La única novedad del eructo consistía en manifestar públicamente la alegría por la muerte de alguien que no le caía bien. Si creíamos que sobre eso habíamos llegado a un consenso social para eludirlo en vistas a evitar males mayores (¿Cuánto debe faltar para que los exabruptos miserables y carentes de la más elemental compasión sean respondidos a golpes, navajazos o tiros?), nos equivocábamos: en la era de las redes sociales impera la sinceridad más criminal, como si cualquier imbécil creyera que su opinión es de una importancia capital y puede pasar por encima de los sentimientos ajenos. Vamos, que todo el mundo va muy desabrochado por el ciber espacio.
Hace un par de días, Charlie Kirk, un político americano de extrema derecha y muy amigo de Donald Trump, fue asesinado mientras platicaba al aire libre con los alumnos de una universidad del estado de Utah. Antes de que el cadáver se enfriara, ya había gente en España ciscándose en el difunto (¡premio a la rapidez para Ignasi Guardans, nuevo campeón del antifascismo nacional!), y lo mismo sucedía en su país e intuyo que en toda Europa. Gracias a la instantaneidad de las redes sociales, cualquiera podía lanzarse a verbalizar el asco que le daba el señor Kirk y lo bien que le parecía que lo hubieran asesinado por promover el odio (como si no hubiera ni asomo de odio en el acto de ejecutarlo).
Confieso que no había oído hablar del señor Kirk hasta que se lo cargaron. Por lo que he podido leer sobre él, me ha parecido un personaje del que mantenerse a una prudente distancia, un fanático de extrema derecha y un campeón de lo rancio y reaccionario. ¿Motivos suficientes para volarle la cabeza? Yo diría que no, aunque igual Toni Albà considera que sí (si es que se ha enterado, ya que concentra todas sus preocupaciones y todo su odio en lo que concierne a su amada Cataluña).
Charlie Kirk escenificaba unas pláticas con estudiantes con las que se pretendía presentar como un hombre abierto al contraste de pareceres. Tengo mis dudas de que realmente lo fuera, pero pegarle un tiro es la prueba de que te has quedado sin palabras y solo te queda el recurso a la violencia: ¿me molesta? ¡Lo elimino! (y luego me tiro toda la vida en el trullo, si es que no me ejecutan antes, ¡soy un Einstein!).
Ya han detenido a un sospechoso del crimen, un tío de Utah de 22 años que había grabado en las balas de su rifle las palabras Bella Ciao, para que se viera que era un rojo de postín y un héroe de la clase obrera. Como si hubiera viajado en el tiempo y tuviese a Hitler a la vista de su teleobjetivo, Tyler Robinson decidió librar al mundo de un monstruo, aunque utilizando los mismos medios que el monstruo. Y luego, en X, una pandilla de tarados progresistas, pero carentes de la más básica educación, lo jalea mientras asegura estar muy contenta con la terminación de Kirk, pues para algo Internet ha hecho lo posible por convertir en realidad el título de la canción de Cole Porter Anything goes.
Decir burradas en la red suele salir gratis, pero me gustaría comentar el caso de la guionista de comics Gretchen Felker Martin, cuya pública alegría por la ejecución de Kirk no ha sido del agrado de su editorial, DC Comics, la casa madre de Supermán y Batman: su serie Red Hood (Capucha Roja) ha sido cancelada tras la aparición del número uno y la pobre Gretchen se ha quedado compuesta y sin pasta. Por bocazas.
Y es que una cosa es la libertad de expresión y otra, la desfachatez dañina. A mí me enseñaron que no había que alegrarse (por lo menos, públicamente) de la muerte de nadie, algo que me parece indispensable para intentar mantener las formas en una sociedad que suele tener tendencia a llegar a las manos. Ya es lo único que pido a fachas y progresistas: un poco de educación.