Desde que Noelia Núñez, orgullo de Fuenlabrada y joven promesa del PP, dimitió de sus cargos por haber enriquecido su currículo con títulos y estudios que solo existían en su imaginación, han empezado a aflorar más casos de políticos imaginativos que habían convertido su biografía en literatura fantástica.

La onda expansiva ha llegado hasta Waterloo, donde resulta que Carles Puigdemont nunca se licenció en periodismo, como él afirmaba (tal vez por eso sus libros se los tiene que escribir su fiel Xevi Xirgu, mandamás del audiovisual catalán y amigo, esclavo y siervo del fugitivo: nunca os fieis de un Xavier que se hace llamar Xevi; Xavi es un diminutivo normal, Xevi es un invento del delegado de Satán en Gerona).

Los currículos embellecidos con trolas pueden parecer un detalle menor en el panorama catastrófico de la política española, pero nos dicen mucho sobre el nivel ético y moral de nuestros politicastros.

Yo creo que alguien que miente en un documento oficial es más propenso a seguir adelante con su carrera delictiva, acabando por dedicarse al robo de dinero público. Este problema, ciertamente, es más grave que decir que eres periodista sin haberte molestado en sacarte el título.

El Consejo de Europa le acaba de pegar la bronca al Gobierno de Pedro Sánchez por lo poco que, en su opinión, hace por poner coto a la corrupción. Y realmente, ¿qué ha hecho nuestro Pedro con los casos flagrantes de choriceo acaecidos en su partido?

Prácticamente nada, aparte de pedirnos disculpas con cara de penitente (potenciada por un maquillaje cadavérico), prometernos que pondrá orden en un pispás y rogarnos que no votemos a la derechona si aspiramos a que nos siga defendiendo del fascismo.

Me pregunto qué satisfacciones obtiene Sánchez de permanecer enganchado al sillón presidencial con Super Glue. Media España lo detesta, está rodeado de marronazos, se está trabajando un infarto o un ictus… Era normal que Ábalos y Cerdán se mantuvieran en el poder, ya que gracias a él se forraban el riñón.

Pero Sánchez, si no roba (de momento no se le ha acusado de nada, bastante tiene con lo de la parienta y el hermano que cobraba por acudir a una oficina que no sabía muy bien donde estaba), ¿por qué se empeña en resistir numantinamente a unos acontecimientos que moverían a cualquier otro a dimitir?

¿Tanto le gusta mandar? ¿Cree, tal vez, que no hay vida fuera de la política, existiendo las famosas puertas giratorias? ¿De verdad considera que nos está protegiendo del fascismo?

La aparente sorpresa ante las andanzas de Ábalos, Cerdán y el aizkolari Koldo es idéntica a la que manifestaba Esperanza Aguirre cada vez que alguno de sus subordinados o protegidos acababa en el trullo.

“Vaya por Dios. Otro que me sale rana”, comentaba la señora Aguirre. Y luego seguía con sus cosas como si no hubiese pasado nada, aparte de constatar que nunca te puedes fiar de nadie. ¿De qué sirve tener un presidente pogresista que recurre a las mismas triquiñuelas que una de las principales representantes de la derecha española?

Lo normal hubiese sido dimitir, pero ese es un verbo que no suele conjugarse en España. Si el número dos y el número tres de un partido resultan ser unos mangantes, lo lógico es que el número uno, el que los puso donde estaban, reconociera su error y su responsabilidad y se fuera para casa.

Pero Pedro prefiere seguir al frente de un gobierno desarbolado, chuleado por sus socios y compuesto por una pandilla de trepas conscientes de que, si el jefe cae, después van ellos. Y, mientras tanto, el hombre va haciendo promesas que sabe que no podrá cumplir, por mucho que acaricie la idea de presentarse a las elecciones del 2031, en plan Bukele.

La amnistía para Puigdemont y su alegre pandilla (de inútiles), el traspaso del IRPF a Cataluña (para el 2028) y demás asuntos que Núñez Feijóo desactivará en cuanto gane las elecciones son muestras de esa insoportable levedad que cito en el título, con permiso del gran Milan Kundera.

Aquí y ahora, un presidente prácticamente desahuciado promete cosas que no va a poder cumplir para contar con el apoyo de los separatistas catalanes, quienes, a su vez, hacen como que Sánchez no está muerto.

El presidente agónico, como Groucho Marx, te dice que no tiene nada, pero que te quedes con la mitad. No creo que merezca la pena gobernar así, pero es evidente que Sánchez no opina lo mismo.

Acosado a diario por la oposición, el lucro indebido de sus secuaces, los currículos falsos de sus leales y demás desgracias, el hombre insiste en seguir haciendo como que lo tiene todo previsto y controlado. Y ahora se nos va de vacaciones: yo de él no volvería.