El Tribunal Supremo del Reino Unido acaba de tomar una decisión basada en el sentido común (el menos común de los sentidos en los tiempos que corren): a la hora de asignar el sexo a una persona, solo se atenderá al hecho biológico.

Si has nacido con pene, constarás como hombre. Si has nacido con vagina, constarás como mujer. Fin de la historia. Y de la tontería queer, según la cual bastaba con tu percepción de lo que eras para ser declarado como tal.

El hecho de que un tribunal tenga que constatar una obviedad da una idea de cómo está el patio. Pero es que el enfoque biológico ha estado totalmente ausente entre los transexuales y sus fans del mundo de la política (pensemos en la inefable Irene Montero).

Los británicos ya lo tienen claro a partir de ahora, pero los españoles, me temo, aún tendremos que aguantar la tabarra trans y la tabarra queer durante cierto tiempo. Y habrá que seguir hablando de personas menstruantes, lo que antes conocíamos como mujeres, según ese comentario irónico de J. K. Rowling que le ganó todo tipo de insultos por parte del colectivo trans

Yo ya entiendo que la vida de las personas transexuales no debe ser precisamente una fiesta. No hay nada peor que pretender ser algo que nunca podrás llegar a ser. De manera paternalista, la sociedad occidental ha optado por darles la razón a los trans como el que se le da a un tonto.

¿Se acuerdan de cuando Bruce Jenner decidió convertirse en Caitlyn Jenner? Le felicitó hasta Barack Obama, quien le alabó por su coraje al emprender su viaje hacia la feminidad. Pero veíamos a Caitlyn (portada de Vanity Fair) y no había manera de que no nos pareciera un hombre disfrazado de mujer, como es el caso habitual en casi todas las mujeres trans.

Llevarle la contraria a la biología no suele salir a cuenta. De ahí la necesidad de eliminarla y optar por la percepción. Es decir, por los sentimientos antes que la ciencia. Que alguien quiera ser mujer es comprensible, pero que lo consiga ya es otra cosa asaz difícil. 

En ese sentido, la pretensión de las mujeres trans de ser consideradas mujeres a secas no es de recibo. Por no hablar del asco que algunas de ellas sienten por las mujeres de nacimiento (¿se acuerdan de aquel boxeador argelino que afirmaba ser mujer y destrozaba legalmente a sus oponentes?).

¿La mujer nace o se hace? Yo diría que lo primero, y los jueces británicos son de la misma opinión. Aquí todavía no se han pronunciado, pero convendría que lo hicieran pronto, pues no hay nada de transfobia en esa actuación.

Nadie está hablando de colgar de los árboles a las mujeres trans. Como todo ser humano, merecen respeto y protección. Pero deberían asumir que no son y nunca serán auténticas mujeres. No porque la sociedad se lo impida, sino porque quien lo hace es la biología, se pongan como se pongan Irene Montero, Elizabeth Duval (qué idea tan brillante poner al frente de los asuntos de la mujer a un tranny, ¿verdad, Irene?) o Carla Antonelli.

Cuando algo que es de sentido común debe ser sancionado por unos jueces es que algo no acaba de pitar en la sociedad. Pero, inasequibles al desaliento, las mujeres trans del Reino Unido ya han puesto el grito en el cielo ante la decisión de la justicia, acusando de transfobia a sus señorías.

Con tal de negar la existencia de la biología son capaces de cualquier cosa. Llevan años sosteniendo que el sexo es una autopercepción y que el enfoque biológico es un constructo injusto y malsano: si se sienten mujeres, son mujeres y no hay más que hablar.

Ya puestos, hay muchos sexos más que los dos reconocidos por la reacción internacional. De ahí términos como fluido, no binario y demás inventos atribuibles a Judith Butler, Paul B. Preciado (¡no le llames Isabel!) o cualquier otra lumbrera de la intelectualidad queer

Como en un Starbucks en el que hay un montón de cafés distintos --mientras en los bares normales no hay más que café, cortado y carajillo--, el pensamiento (por llamarlo de alguna manera) queer ha patentado el sexo a la carta: ¡elija usted el que más le guste, prescindiendo de lo que tenga entre las piernas!

Y la sociedad, por miedo al qué dirán y a las acusaciones de ranciedumbre le ha dado la razón a un personal que no la tenía. Así hasta que un tribunal británico ha tenido que volver a usar el sentido común y decretar algo que todo el mundo debería tener presente sin necesidad de que interviniera la justicia.

 Vamos a ver si nuestros jueces siguen el ejemplo de nuestros colegas británicos o si vamos a seguir haciendo el ganso para que no nos tilden de tránsfobos.