Veo por la tele cómo un periodista le pregunta a Donald Trump si sigue pensando que Volodímir Zelenski es un dictador.
El hombre naranja, aparentando perplejidad, le pregunta al periodista: “¿Yo dije eso? No lo recuerdo. Siguiente pregunta”.
Una vez más pude comprobar lo alto que cotiza la desfachatez en el mundo del Donald. Y recordé a continuación el gran consejo que le dio cuando era joven el abogado Roy Cohn: “Siempre niégalo todo”. Es obvio que Trump le hizo caso.
El que aspire a comprender cómo se las gasta el Donald haría bien en ver la película The aprentice (El aprendiz), de Ali Abassi, que este fin de semana puede llevarse un Oscar al mejor actor secundario gracias a Jeremy Strong, que está impresionante en el papel del infame Roy Cohn.
El aprendiz se centra en la juventud de Trump, cuando intentaba independizarse de su padre, titán del sector inmobiliario, pero un poco cutre, para convertirse en un promotor de campanillas.
En esa época conoció a Roy Cohn, que se convirtió en su mentor y le ayudó a triunfar a cualquier precio.
Aunque no muy conocido en España, Roy Cohn (que inspiró la obra de teatro Angels in America) es una figura fundamental (y siniestra) del siglo XX norteamericano.
Trabajó con el senador Joseph McCarthy cuando la obsesión anticomunista y la caza de brujas, fue el responsable de la ejecución de los Rosenberg, el matrimonio judío que, en teoría, espiaba para los rusos (se intentó salvar de la silla eléctrica a la mujer, pero Cohn se empleó a fondo y la acabaron friendo junto a su marido) y recurrió a todo tipo de trucos para ganar sus casos, incluyendo el chantaje y la extorsión.
Se trataba de tú a tú con presidentes y mafiosos. Era judío y homosexual, pero ejerció de antisemita y homófobo (cuando se estaba muriendo de sida, insistía en que él nunca había sido homosexual).
En resumen, un personaje a la altura del fundador del FBI, J. Edgar Hoover, que iba de sietemachos y vivía con su novio y número dos a dedo del Bureau.
No sé quién de los dos es más retorcido, pero el caso es que, con todo en contra, cortaron el bacalao en su país durante décadas.
Roy Cohn le enseñó a Trump todo lo que sabe. Le enseñó a mentir compulsivamente, a carecer de empatía con sus semejantes, a ir a saco y a pensar exclusivamente en sí mismo.
Fue un alumno tan aventajado que, cuando su mentor cayó en desgracia, se apartó de él como si pudiera contagiarle el sida, mostrándose más egoísta y miserable que el propio Cohn.
El aprendiz es una película francamente didáctica, muy útil para entender un poco mejor al sujeto que ahora ocupa la Casa Blanca.
Trump es un tipo de la estirpe de Cohn y Hoover, una de esas alimañas siniestras que aparecen de vez en cuando en la tierra de leche y miel, en el hogar de los valientes y la tierra de los libres.
A mí me ayudó a entender un poco mejor la psique del hombre naranja y por eso la recomiendo, porque la respuesta del español medio a los delirios de Trump tiende mayormente hacia el estupor.
Incluso diría que su padrinazgo de Elon Musk es una herencia del que Cohn ejerció con él, aunque algo me dice que la relación entre estos dos gallos de corral puede acabar como el rosario de la aurora (ojalá).
El aprendiz ha estado nominada a varios premios, pero no se ha alzado con ninguno.
Solo ha obtenido nominaciones que no cuajan en los BAFTA británicos, el festival de Cannes, los Globos de Oro o los Independent Spirit.
La interpretación de Jeremy Strong es prodigiosa y la película cumple claramente una función social: explicarnos en qué manos hemos caído y comprender mejor el nivel de la amenaza.
A ver qué pasa este fin de semana en Hollywood.