Veo a Javier Milei en la portada de Time y no sé si el presidente argentino ha llegado muy alto o si el semanario norteamericano ha tocado fondo. The radical, lo llaman, y deduzco que se lo toman en serio, lo cual no es extraño en un país que ha tenido como presidente a Donald Trump y, lo que es peor, puede volver a tenerlo.

En Estados Unidos siempre han gustado los zumbados, o esos personajes que definen como bigger than life. Y supongo que Milei, El león, les parece la versión sudamericana de The Donald. De hecho, tienen mucho en común: ambos son grotescos, lucen peinados ridículos, son fans de Ayn Rand (si es que realmente la han leído: puede que no pasaran de ver la adaptación cinematográfica de El manantial protagonizada por Gary Cooper), gritan como posesos, insultan a troche y moche, se creen soñados (que diría Borges), están convencidos de que tienen la misión divina de salvar a su país (¿de sí mismo?) y militan en la extrema derecha. No hay nadie en Europa que se les parezca.

El auge de la extrema derecha en nuestro vetusto continente es una evidencia, pero los líderes del movimiento se distinguen por intentar mantener un perfil bajo, comportarse con educación, no meter miedo a la gente y aparentar que son personas normales que solo quieren lo mejor para sus compatriotas (lo más Trump y Milei que tenemos es el húngaro Viktor Orbán, pero comparado con sus congéneres americanos es prácticamente un gentleman y un demócrata intachable).

Puede que Marine Le Pen y Giorgia Meloni sean la reencarnación, respectivamente, del mariscal Pétain y Benito Mussolini, pero lo disimulan muy bien y no se traicionan nunca. Siempre sonríen y se expresan con corrección, esforzándose por ofrecer un aspecto simpático y tranquilizador que las aleje de sus siniestros referentes. No es que nos la den con queso, pero, por lo menos, lo intentan.

Y lo mismo puede decirse de Santiago Abascal: puede que, en cuanto le ponen la alcachofa delante, se venga arriba y se crea José Antonio Primo de Rivera redivivo, pero al natural –doy fe, pues me tocó en la silla de al lado durante un almuerzo del Día del Libro en Barcelona hace unos cuantos años–, es un tipo agradable, educado y sin la menor posibilidad de ser tomado por un energúmeno (no digo que no pueda llegar a serlo, pero para compartir mesa y mantel con él, les aseguro que es un contertulio encantador).

En estos momentos, la extrema derecha americana y la europea no tienen mucho que ver, por lo menos, en apariencia. El espectáculo y la chaladura hay que buscarlos en Estados Unidos y Argentina, porque nuestros políticos de derechas son tan aburridos como los de izquierdas y tal vez por eso no progresan adecuadamente. ¿Necesita energúmenos locoides la derechona europea para llevarse el gato al agua? Quiero creer que no, y que los intentos de nuestros radicales por pasar desapercibidos y parecer presentables son preferibles a la desacomplejada actitud grosera e insultante de Trump y Milei, pero…

A la hora de la verdad, Trump consiguió su primera presidencia comportándose como un gorrino, y Milei llegó al poder blandiendo una motosierra y poniendo verde a todo el mundo (ahora está muy entretenido insultando a Pedro Sánchez a diario mientras sus hooligans cantan eso tan refinado de “Sánchez, compadre/La concha de tu madre”).

Trump es capaz de ganar las próximas elecciones por muchos juicios que le caigan y muchas pruebas que se acumulen de que es un corrupto y un gañán (yo aún confío en que Stormy Daniels se lo lleve por delante). Tras acusar al Papa de comunista (luego se disculpó) y muchas otras inexactitudes malintencionadas, ahora Milei ha tildado a Begoña Gómez de corrupta y a su marido de cobarde (y no se ha disculpado), regresando a Argentina, según sus propias palabras, como “el león que surfea sobre una ola de lágrimas socialistas”.

Cuando Trump ganó sus primeras elecciones, todos nos quedamos pasmados: no creíamos que algo así pudiera llegar a pasar en la cuna de la democracia moderna (luego tampoco nos pudimos creer el asalto al Capitolio a cargo de los Búfalos Mojados). La sorpresa fue menor en Argentina porque Milei tenía delante a los peronistas, una de las mayores cochambres políticas de todos los tiempos, y al ciudadano se le había dado a elegir entre susto o muerte. Pero, en ambos casos, nos costó entender cómo dos anormales de las dimensiones del Donald y El León podían haberse salido con la suya.

Estas cosas no pueden pasar en Europa, nos decimos ahora para tranquilizarnos. Y es verdad que, de momento, no pasan, pero no descarto que puedan llegar a pasar. Nuestra extrema derecha puede llegar a la conclusión de que la buena educación y el perfil bajo no les ayuda a hacerse con el poder. Puede que miren a Washington y a Buenos Aires y descubran los beneficios electorales de la demencia, la grosería, la mala baba y la burricie más desacomplejada. Y entonces habrá llegado la hora de exiliarse, aunque no sé exactamente a dónde, la verdad.