Pedro Sánchez se ha salido con la suya y el Congreso ha aprobado (un poco por los pelos) su gran contribución a la convivencia entre españoles de bien, la ley de amnistía para los amotinados catalanes de 2017. Quedan algunos flecos, eso sí, pero Sánchez es un hombre optimista y, sobre todo, resiliente y debe pensar que ya se irá enfrentando a ellos a medida que vayan surgiendo.

Evidentemente, le da igual que más del 60% de sus conciudadanos esté en contra de su medida de (des)gracia, pues creen él y los suyos, por la cuenta que les trae, que así es como se le para los pies al fascismo y se contribuye a la reconciliación nacional. El hecho de que los amnistiados no muestren la menor voluntad de enmienda y que, por el contrario, amenacen con volver a las andadas en cuanto puedan no le va a quitar el sueño: lo importante es que su cargo y los de sus minions están asegurados… De momento.

En cualquier caso, la cosa no es precisamente para pasado mañana. Hay dudas más que razonables sobre la constitucionalidad de la medida, el aparato judicial está mayoritariamente en contra de ella, en Europa no acaban de verla del todo clara y hasta la Comisión de Venecia ha expresado sus dudas acerca de la celeridad con que se ha tramitado, como si le corriera una prisa absoluta a alguien que no fueran Sánchez y sus muchachos.

Así pues, haría mal el señor presidente en venirse arriba. Igual que los beneficiarios del chalaneo, a los que veo excesivamente eufóricos, a la par que quiméricos, pues ya están exigiendo referéndums e independencias unilaterales. Hasta Carles Puigdemont, que es de natural prudente (por no decir cobardica), ha dicho por boca de su abogado, ese paladín de la ética que es Gonzalo Boye (pendiente de juicio, por cierto, por su entrañable relación con el narco gallego Sito Miñanco), que está dispuesto a dejarse caer por España y ser detenido si es preciso (creo que es como la sexta o séptima vez que promete algo así y, hasta ahora, nunca ha cumplido su palabra, pero sus hooligans dentro y fuera del partido están que lo petan).

Dicha machada habría tenido algún sentido en sus buenos viejos tiempos de forajido, pero Cocomocho nunca reunió el valor de poner en un brete al Estado jugándose el físico. Y ahora, yo diría que no piensa volver por aquí hasta que le aseguren que no hay ni una sola posibilidad de acabar en el calabozo.

En el caso de Sánchez no puede decirse que la felicidad sea completa. La franquicia de Sumar en Cataluña ha tumbado los presupuestos autonómicos (me gusta la presencia en la sombra del Hada Colau, convertida en el doctor Fumanchú, como supuesta responsable de la jugarreta por llevar tiempo intentando sin éxito pillar cacho en el Ayuntamiento de Barcelona: a ver si se confirma), llevándose por delante de rebote los nacionales.

Sánchez está que trina con Yoli Sonrisas por ser incapaz de poner orden entre sus secuaces catalanes y esta, a su vez, se hace la ofendida por el modo en que la trata su socio de Gobierno. Siempre he pensado que era cuestión de tiempo que Sánchez ejecutara a los de Sumar como hizo en su momento con los de Podemos, y aunque no parece que la cosa sea inminente, sí podemos decir que las relaciones entre los de Yoli y los de Pedro no pasan precisamente por un momento álgido: otro frente abierto para el señor presidente, quien debe también enfrentarse a las exigencias y caprichitos de sus amigos separatistas mientras resiste como puede el Koldogate, el acoso del PP y el asco que le está cogiendo un número cada día mayor de sus conciudadanos por trepa, oportunista y mentiroso (suerte tiene de la torpe oposición de Núñez Feijóo, cuyo partido está doctorado en corruptelas).

Aseguró Sánchez que la legislatura sería larga. Una vez más, mintió. Este sindiós no va a durar cuatro años y habrá que anticipar elecciones, como se acaba de hacer en Cataluña. En cuanto a la amnistía, yo diría que le falta tiempo para hacerse efectiva, si es que realmente llega a suceder tal cosa. De momento, el PP la demorará dos meses en el Senado, que para algo lo controla.

Ya hay demandas de inconstitucionalidad y los tribunales no parecen muy dispuestos a darle la razón a Sánchez. El PP va subiendo en las encuestas electorales y, caso de ganar las próximas generales, podría revertir la amnistía, caso de que se acabe materializando, y devolver a Puchi su condición habitual de delincuente (si es que Feijóo no le hace una oferta mejor que la de Sánchez, que todo podría ser, ya que aquí, a la hora de conservar el sillón, no hay diferencias entre la izquierda y la derecha).

Puede que el Gobierno y el lazismo crean estar en un camino de rosas, pero yo no veo más que pedruscos y socavones por delante. Así pues, muchachos, no os vengáis arriba, que esto no ha hecho más que empezar.