Tengo una noticia buena y una mala. La buena es que, tras las últimas elecciones generales, los argentinos se han librado de los peronistas, que, en mi modesta opinión, son los principales responsables de casi todas las desgracias que sufre ese querido país hermano desde hace décadas.
La mala es que el nuevo presidente es un sujeto con un peinado más ridículo que el de Boris Johnson y que muestra algunas señales de no estar del todo en sus cabales o de ser, directamente, un perturbado mental: atiende por Javier Milei, hizo campaña enarbolando una motosierra (¿homenaje al Leatherface de La matanza de Texas?), confía ciegamente en su hermana Karina, habla con su perro muerto (al que ha clonado unas cuantas veces), cantó de joven unas voluntariosas versiones de los Stones al frente del grupo Everest, tiene una segunda de a bordo que parece la presidenta del club de fans del general Videla y promete, desde su condición de economista, sacar a su país de la ruina con unas medidas que solo a él se le antojan razonables.
Corren tiempo gloriosos para los frikis en general y los frikis de la política en particular: el citado Boris Johnson, Jair Bolsonaro, Donald Trump… Una gente que nadie podía creer que llegara a ocupar el poder en sus respectivos países y que, sin embargo, no solo lo ha ocupado, sino que puede volver a ocuparlo (ahí está el Donald, hecho un potro, con posibilidades de ganar las próximas elecciones estadounidenses).
Aunque la izquierda también produce sus seres lamentables (pensemos en Chávez y su sucesor, Maduro, o en el siniestro matrimonio compuesto por Daniel Ortega y su parienta, en la América hispana, o, mucho más cerca, en Pablo Iglesias o Jean Luc Melenchon), hay que reconocer que la derecha se lleva la palma en cuanto a frikismo disparatado, aunque a sus representantes les guste definirse como liberales.
Y, de un tiempo a esta parte, la extrema derecha anda más desabrochada que nunca, como han demostrado Trump y Bolsonaro, produciendo unos especímenes inverosímiles que hay que verlos para creerlos. Javier Milei es la última aportación a este subgénero político, y la izquierda española se hace cruces ante la evidencia de que va a ser el próximo presidente de la Argentina, como si el derrotado Sergio Massa fuera un ejemplo preclaro del progresismo y de la eficacia económica, cuando a los argentinos solo se les ha dado a elegir entre susto y muerte (cosa que también empieza a pasar en España, por cierto, cuando tienes que escoger entre un trilero como Sánchez y un campeón mundial del aburrimiento como Feijóo).
¿Qué tenía delante el argentino medio a la hora de elegir presidente? Pues dos variantes del espanto. Por un lado, un economista, miembro del Gobierno peronista, que prometía sacar al país de la ruina tras haber elevado su nivel de inflación al 150%. ¡Como para fiarse de su sapiencia financiera!
Por otro, un payaso con motosierra cuyo eslogan es el que da título a esta columna y cuyas medidas antirruina son puestas en duda por cualquier economista que sepa mínimamente de lo que está hablando (por no hablar de sus medidas, digamos, sociales, como cargarse el aborto –para esta gente, lo primero siempre es jorobar a las mujeres–, legalizar la venta de órganos –el pringado pone el riñón y el ricachón la pasta: ¡la ley de la oferta y la demanda! – y limpiar la imagen de la Junta Militar, ensuciada por toda clase de rojos y gentuza varia).
Que Javier Milei es un despropósito humano, yo creo que lo tienen presente hasta los que le han votado. ¿Pero qué alternativa tenían? Pues al último representante de la cleptocracia de los Kirchner y de una ideología populachera y confusa a más no poder que ha permitido que se pueda ser fan de Juan Domingo Perón desde la derecha, la izquierda, el centro, la extrema derecha, la extrema izquierda y hasta el terrorismo, algo que los europeos nunca hemos acabado de entender muy bien (salvo los de Podemos) porque nuestros tiranuelos suelen dejar un legado uniforme: los fans de Hitler, Mussolini o Franco son todos iguales y lo que tienen en el lugar del cerebro les funciona de la misma manera.
La principal diferencia entre Massa y Milei es, a mi modesto entender, que con el primero te vas al carajo paulatinamente y con el otro, te vas de golpe y de una puñetera vez. La derrota de la civilización y el progresismo en la Argentina habría tenido lugar si Milei se hubiese enfrentado a un político honrado y con visión de futuro, no con otro peronista más de los que llevan décadas robando y hundiendo al país en la miseria.
Lo que ha ocurrido es una mezcla de petición masiva de eutanasia por parte de un pueblo que ya no puede más y entusiasmo de una minoría que ha visto un caudillo providencial en un tipo que habla con su perro muerto. Sí, la Argentina de Milei va a ser un desastre y un sindiós, pero ya lo era antes gracias a los peronistas, así que estas últimas elecciones solo han consistido en elegir cómo querías morirte de asco. Así que, por favor, dejemos de perdonarles la vida a los argentinos y dediquémonos a nuestros propios asuntos, que también se las traen.