Todo parece indicar que los intentos de acabar con el bipartidismo en el sistema político español han fracasado (hasta el momento). Primero se suicidó Ciudadanos y ahora asistimos a la lenta agonía de Podemos, cuyos representantes, cada día más escasos y más irrelevantes, se dedican a enseñarles los dientes a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz para evitar ser desalojados del Gobierno en trámite (compuesto, según todos intuimos, de sicofantes de Su Sanchidad que se muestren obedientes con quien les consiguió el sillón).

Se conformarían con que Irene Montero conservara el Ministerio de Igualdad, que ella misma ha denigrado con su ley del solo sí es sí (gracias a la cual salieron a la calle antes de tiempo un montón de violadores y de gentuza varia, aunque ella le eche la culpa del desaguisado a unos jueces supuestamente fachas y machistas) y otras salidas de pata de banco, personales o delegadas en su fiel Pam, la que decía que masturbarse era mucho más feminista que dejarse penetrar por un hombre.

¿Tienen alguna posibilidad de lograrlo? Depende, como todo, de lo que le convenga a Sánchez, quien debe estar pensando en estos momentos en el equivalente progresista del célebre plata o plomo de los narcotraficantes mexicanos: si no puedo matarlos (plomo) porque igual necesito sus cinco miserables escaños para apoyar lo que se me acabe de ocurrir, tendré que sobornarlos (plata), así que habrá que darles algún ministerio cutre, aunque, eso sí, dirigido por cualquiera que no sea la inútil de Irene, esa gran feminista que llegó a ministra porque su compañero sentimental era el vicepresidente del Gobierno.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que parecía, como sucedió con Ciudadanos, que Podemos iba a alguna parte. En ambos casos, las cosas se hicieron de la peor manera posible, y en el que nos ocupa, se tiraron por el retrete las ilusiones de ese sector de la sociedad española que quería un partido que estuviera a la izquierda del PSOE. ¿De qué manera? Pues, básicamente, situando al frente de ese partido a gente de escasas luces que se creía soñada y que mezclaba –como en Cataluña los comunes de Ada Colau–, la falta de talento y conocimientos con una actitud displicente y sobrada que acababa indignando hasta a quien los había votado.

Lamento tener que repetirme, pues esto ya lo he escrito alguna vez, pero la primera vez que vi a Pablo Iglesias ejerciendo de tertuliano en un programa de Intereconomía (actualmente, El Toro TV) pensé que se trataba de un actor que interpretaba el papel de un marxista trasnochado escrito por un guionista de extrema derecha. Lo mismo me ocurrió con Juan Carlos Monedero cuando le vi largar un monólogo ridículo en una película de mi amigo Juan Cavestany: también lo confundí con un actor que hacía de bolchevique obtuso. Luego resultó que ambos personajes eran reales y que lo que estaba viendo era lo que había.

Ante mi sorpresa, mucha gente se los tomó en serio y Podemos fue escalando posiciones en el panorama político español, hasta el punto de que Pablo Iglesias accedió a la vicepresidencia del Gobierno… Para abandonarla al cabo de un año y medio y volver a lo que él consideraba periodismo (subvencionado por el célebre millonario trotskista Jaume Roures), no sin antes nombrar como heredera a una comunista gallega a la que le faltó tiempo para apuñalarlo, habilidad previamente adquirida en su tierra natal. ¿No se le ocurrió elegir a alguien más fiable? Parece que no.

Y una vez obtuvo lo que quería, Yolanda Díaz se dedicó, no del todo metafóricamente, a matar al padre. Y, ya puestos, a la parienta del padre, a su secuaz reticente a la penetración machista, a su amiga Ione, al argentino de la silla de ruedas y a quien le pusieran por delante, pues se había hecho muy amiga de Pedro y comprobado que su sombra cobijaba mucho más que la de los cantamañanas de Podemos.

Tras hacerlo todo mal, la cúpula de Podemos se consagra ahora al llanto y crujir de dientes. Ya nadie piensa en asaltar los cielos y todos se apañan con conservar un ministerio en el nuevo Gobierno de Su Sanchidad, amenazando con sumarse a Puchi en su misión de mosca cojonera del supuesto progresismo (lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta que siempre han creído que los separatistas catalanes les iban a ayudar a conseguir la Tercera República Española: ¡Dios les conserve la vista!, pues la república de Cocomocho y del beato Junqueras es exclusivamente la de una parte de los catalanes y de progresista tiene más bien poco).

Como el cacumen no les daba para ser los más listos de la clase, optaron por ser los más desagradables, los más sobrados y los más perdonavidas, tildando de fascista a cualquiera que les llevase la contraria. Y así, metiendo la pata en serie, han llegado a la situación actual de plata o plomo. Si los sonrientes Pedro y Yolanda los necesitan, les caerá algo en el nuevo Gobierno. Si pueden prescindir de ellos, los eliminarán sin pensarlo dos veces.

Yo ya intuí que no tenían mucho futuro cuando vi que acababan sus mítines con canciones de Lluís Llach y Paco Ibáñez (además de ineptos, en Podemos son francamente viejunos, viven mentalmente en los años 30 del pasado siglo y, sobre todo, son conscientes de haber llegado tarde a todo, de ahí el asco que le tienen a lo que ellos llaman despectivamente el régimen del 78), pero no deja de sorprenderme la incompetencia y la estupidez demostradas a la hora de irse hundiendo paulatinamente.

¿Asaltar los cielos?: plata o plomo.