Hace unas semanas, escuché en Instagram una canción de Johnny Cash que no había oído nunca. Se trataba de un tema de la película Barbie (2023), un material que The man in black nunca se habría atrevido a tocar ni con pinzas (en sus últimos discos, los American Recordings, el productor Rick Rubin le hizo cantar cosas insólitas, cierto, pero los resultados fueron espléndidos) y al que, además, difícilmente podría haber tenido acceso si tenemos en cuenta que falleció en el 2003. La voz y el tono eran los de Cash, aplicando a aquella gansada esa gravitas tan suya, la que había distinguido canciones como Ring of fire o I walk the line.
El tema sonaba como uno de Johnny Cash. Pero quien cantaba, evidentemente, no era Johnny Cash, pues el engendro resultante era cosa de la IA (inteligencia artificial), que había logrado replicar a nuestro hombre hasta el punto de que era imposible distinguir aquella grabación falsa de una real. Al principio, me lo tomé a broma y hasta me pareció una iniciativa ingeniosa, pero luego acabé experimentando algo muy parecido al pánico: si a alguien le daba la gana (y no lo mataban los herederos del Hombre de Negro), cualquier día de estos podríamos escuchar a Cash cantando My love will go on o Wake me up before you go go.
Me he acordado del falso Johnny Cash al escuchar la que se supone que es la última canción de los Beatles, Now and then, una especie de monstruo de Frankenstein (o de Lennonstein) lanzado a bombo y platillo por los dos Beatles que aún viven, Paul McCartney y Ringo Starr, con la ayuda del cineasta Peter Jackson y del hijo de George Martin, Giles. A partir de una grabación casera de John Lennon en su apartamento neoyorquino del edificio Dakota en 1979, se ha fabricado —añadiendo instrumentos, separando pistas, limpiando la voz de Lennon, rescatando un solo de guitarra del difunto George Harrison y haciendo todo tipo de tejemanejes que eran imposibles antes del descubrimiento de la IA— un tema que, efectivamente, suena como una canción de los Beatles, aunque no lo sea: cuando se grabó la demo, llevaban nueve años separados, cada uno hacía su vida y no había en marcha ningún proyecto de reunificación.
Gracias al breve documental (12 minutos) al respecto que ha colgado Movistar, Now and then apareció en 1994 en una cinta que Yoko Ono le pasó a McCartney, quien llevaba desde entonces dándole vueltas al asunto, abandonándolo por imposible (no había manera de separar la voz de Lennon de su piano) y retomándolo cada vez que la tecnología le daba nuevas esperanzas. 44 años después, nuestro hombre lo ha logrado: la voz de Lennon suena con nitidez, se ha puesto en su sitio a su piano, McCartney ha añadido su bajo y Starr su batería y Giles Martin se ha marcado unos arreglos de cuerda casi tan dignos como los de su difunto padre. El resultado es una canción muy bonita, aunque algo banal, que pretende ser un homenaje al amigo asesinado, pero que en la práctica no sé muy bien lo que es. Aparentemente, como defiende McCartney, se trata de la última canción de los Beatles, pero a mí solo me parece una nueva manera de seguir echando carnaza a los fans del grupo (¡somos legión!) recurriendo a la IA, con un resultado técnicamente brillante, pero que no pasa de placebo musical.
Digan lo que digan, Now and then no es una canción de los Beatles. Y, caso de serlo (aceptamos pulpo como animal de compañía), ¿quién nos asegura que es realmente la última? Siguiendo la estela del pobre Johnny Cash (y una vez muertos Paul y Ringo), ¿quién nos asegura que la IA no se lanzará a fabricar canciones de los Beatles que suenan exactamente como las canciones de los Beatles, pero no son canciones de los Beatles? Y si esas canciones resultan ser magníficas, ¿tendrá alguien derecho a impedir que se distribuyan, generando pingües beneficios para quien esté detrás de toda la operación? Vivimos unos tiempos magníficos para los aprendices de brujo.
A raíz de Now and then, he recordado también a The Rutles, un grupo paródico creado en 1978 por un miembro de los Monty Python, Eric Idle, que fabricó una película muy divertida sobre esos falsos Beatles (en la que salían George Harrison, Mick Jagger, Bill Murray y hasta John Belushi y Dan Aykroyd, los Blues Brothers) y grabó una serie de canciones basadas en temas de los Fab Four que no estaban nada mal: antes de la IA, recurriendo simplemente a la inspiración musical, a la admiración por los Beatles y al sentido del humor, el señor Idle y sus compinches fabricaron unos temas estupendos que uno disfrutó enormemente, pero que quedaba claro que eran una inmensa e inspirada broma que tenía mucha gracia, tanto musical como conceptualmente.
Lo de Now and then no es una broma. Parte de una realidad (Lennon grabó el tema) para fabricar una ficción muy verosímil (la última canción de los Beatles). Y, sobre todo, abre la puerta a la IA para componer nuevas canciones de los Beatles cuando todos ellos lleven tiempo criando malvas. ¿Tenemos derecho a hacer cantar y escribir a los muertos? En caso afirmativo, preparémonos para nuevas composiciones de Mozart que no serán de Mozart, pero sonarán a Mozart cada vez más, a medida que la IA vaya perfeccionándose. ¿Tendremos interés en escuchar las nuevas canciones de Buddy Holly o las nuevas gimnopedias de Erik Satie? Si les aplicamos el tratamiento Barbie sufrido por Johnny Cash, no. Pero, y si la IA consigue temas, sinfonías y cantatas tan buenas como las auténticas, ¿qué podremos hacer? ¿Negarnos dignamente a escucharlas o picar el anzuelo?
Me temo que lo de Now and then solo es el principio de una historia que no sabemos cómo acabará, aunque a mí, de momento, me da un poco de miedo, pues después de la música puede venir la literatura: ¿quién se resistirá a leer una nueva (y buena) novela de Scott Fitzgerald o Milan Kundera? Desde un punto de vista ético, soy partidario de dejar en paz a los muertos, pero, si obedezco al principio del placer que representa la IA, ¿seré capaz de estar a la altura de mis preceptos morales?