La frase del título solía pronunciarla el comisario Maigret de las novelas de Simenon cada vez que algo no le encajaba en el caso que estaba intentando resolver. A mí me viene a la cabeza constantemente en relación con muchas cosas que suceden en España y que resultan, cuando menos, contradictorias (y no me refiero a que Pedro Sánchez tenga que negociar con un fugitivo de la justicia para conservar el sillón, aunque también). Leo en El País (quién lo ha visto y quién lo ve, convertido ahora en un panfleto del sanchismo), en primera plana, un artículo eufórico ante los datos de la vida laboral en España, que parece una maravilla: acabamos de superar los 21 millones de trabajadores; en el País Vasco, Baleares y La Rioja, la tasa del desempleo está ya por debajo del 8%; récord del empleo indefinido, con 14,8 millones de contratados desde junio; y así sucesivamente (y hasta en Europa nos dicen que estamos haciendo las cosas muy bien y que somos de los países con mejor futuro del continente: espero que sea cierto). Pero, al mismo tiempo, siguen saliendo noticias en la prensa sobre la extrema precariedad de una gran cantidad de ciudadanos españoles, que se encuentran al borde de la pobreza o directamente inmersos en ella. Si todo va tan bien, como insinúa El País, ¿por qué hay tanta gente a la que le va tan mal? Definitivamente, aquí hay algo que chirría.
Y no se trata de un único tema. En una época en la que el feminismo ocupa un papel tan importante como merecido, las mujeres siguen cayendo como moscas a manos de sus supuestos seres exqueridos (no entremos en la tangana ya institucionalizada entre diferentes sectores del feminismo, enfrentados por la ley trans de la desaparecida Irene Montero, ni en la actitud a veces violenta e intolerante de esas mujeres trans que ven TERF por todas partes). En una época en la que las justas reivindicaciones de la comunidad LGTBI son cada vez más atendidas, las agresiones surgidas de la homofobia no paran de crecer. El empleo va de maravilla, las mujeres están mejor que nunca y homosexuales y lesbianas son aceptados por una amplia mayoría de la sociedad, pero… sigue habiendo gente que no llega a fin de mes (en una proporción preocupante), sigue habiendo animales que no se quedan tranquilos hasta que se han cargado a la mujer que ya no los aguantaba más y sigue habiendo sujetos que se cruzan con un señor con falda y tacones y experimentan la urgente necesidad de partirle la cara. Aquí hay algo que chirría.
Me viene a la mente la declaración fenomenal de Cantinflas: “Antes decíamos que estábamos bien, pero en realidad estábamos mal. Ahora decimos que estamos mal y eso no está bien, pero es verdad”. O algo parecido. Tengo la sensación de vivir en dos realidades paralelas que conviven sin que nadie se pare a pensar mucho en lo absurdo de esa convivencia. ¿Cómo puede ir como un tiro el empleo cuando hay tanta gente muriéndose de asco? ¿Cómo puede hablarse del auge del feminismo cuando sigue habiendo asesinatos machistas a granel? ¿Cómo se puede presumir de ser gay friendly cuando cada dos días muelen a palos a un homosexual o a un transexual? En teoría, hasta que no se pueda hablar del paro y de la pobreza, de las agresiones a mujeres y de la homofobia como de casos aislados, no deberíamos lanzar las campanas al vuelo como hace, a menudo con intenciones partidistas, lo que ahora se entiende por izquierda en España. ¿Tanto nos cuesta reconocer que sí, que vamos progresando, que vamos intentando que las cosas mejoren en general, pero que los resultados no son todavía los apetecidos?
En cuanto al papel de la prensa en esta confusión interesada, no me parece que esté siendo muy brillante. La de izquierdas ve éxitos progresistas por todas partes. La de derechas solo ve desgracias, miseria moral y problemas que solo se resolverán cuando gobiernen los suyos. Y, mientras tanto, el pobre sigue pasando hambre, las mujeres siguen cayendo a manos de sus maltratadores y los homosexuales siguen siendo apaleados. Aquí hay algo que chirría.