Vaya por Dios, los belgas tampoco nos devuelven a Valtònyc, aunque también es verdad que no sé muy bien para qué lo queríamos. Me viene a la cabeza un álbum de Lucky Luke en el que aparecía un pasquín con las jetas de los hermanos Dalton y la recompensa que se ofrecía por cada uno de ellos. La cifra iba disminuyendo a partir del colérico Joe hasta llegar al hermano tonto, Averell, junto a cuya efigie había un texto que rezaba: "No se le busca". Caso de fabricar un pasquín con los prófugos de la justicia española refugiados en Bélgica, creo que la recompensa también iría bajando desde Puigdemont a sus secuaces hasta llegar a Valtònyc, junto a cuyo careto debería poner también "No se le busca".

La verdad es que el rapero mallorquín está haciendo en Bélgica un papelón lamentable. ¿Qué hace un activista antisistema con una pandilla de pequeños burgueses catalanes malcriados? Valtònyc es un hombre del pueblo, que trabajaba, si no me equivoco, en el puesto de verduras de su madre, motivo por el que sabe que a veces hay que acarrear cajas de tomates para llegar a fin de mes. Ninguno de sus compañeros de fuga comparte sus orígenes, por lo que debería considerarlos una pandilla de pijos a los que esquivar. Mientras Valtònyc se ha ganado siempre las ensaimadas con el sudor de su frente, a Puchi le han salido siempre gratis los xuxos de la pastelería familiar. A Comín no se le conoce otra actividad que no sea medrar. Y no me hagan hablar de Puig i Gordi, el bombero folklorista que ocupaba la cartera de Cultura, porque me da la risa.

Valtònyc debería reconocer que en Bélgica se ha convertido en la mascota de los fugados, en el progre con el que siempre se queda bien en las fotos y en la única figura del prusés  que aporta una pátina de modernidad, aunque solo sea a base de rebuznos antimonárquicos. En vez de eso --el que no se conforma es porque no quiere--, ha decretado que Puigdemont, bajo su apariencia de señor de derechas, es en realidad un anarquista. ¡Dios le conserve la vista al rapero balear!

Ya sabemos que vivir en un país en el que no conoces a nadie te conduce a veces a frecuentar compañías indeseadas, como sabe cualquier español que ha llamado a compatriotas en el extranjero a sabiendas de que eran unos plomos. Pero que un rapero de extrema izquierda acabe incrustándose en la colla pessigolla de Puchi se me antoja, aparte de una incoherencia, un baldón para su carrera. Más le hubiese valido al amigo Valtònyc quedarse en España, donde le habrían acabado reduciendo la condena --como a su compadre Pablo Hasél-- y no debería tirarse más de tres meses entre rejas. Por no hablar de que la mala uva acumulada le daría para todo un disco. Mejor eso que confraternizar en Bélgica con una pandilla de fachas que, en el fondo, le desprecia por rapero, cutre, muerto de hambre y mallorquinarro. ¡Quién nos iba a decir que el más listo de esas dos lumbreras del rap que son Valtònyc y Hasél iba a ser el de Lleida, con esa cara de ceporro que Dios le ha dado! Hay que reconocer, eso sí, que Valtònyc cada día se parece más a Maluma. Por ahí vas bien, chaval.