Pongamos que, un buen día, usted no puede más de sus chorradas y asesina a su cuñado. Cuando lo detengan y lo condenen, ¿cree que algún partido político pedirá su indulto porque hay que limar asperezas con los miembros de ese inmenso colectivo formado por las personas que no soportan al hermano de su cónyuge? Otrosí: en Estados Unidos, cuando detuvieron a Ted Bundy, ¿le suena alguna iniciativa para solicitar su indulto en vistas a tender puentes con los asesinos en serie? Sin salir de España, cuando el teniente coronel Tejero fue enviado al talego por dar un golpe de Estado en febrero de 1981, ¿recuerda que alguien pidiera que lo indultasen para llevarse mejor con los franquistas nostálgicos del antiguo régimen? Que yo sepa, si usted se carga a su cuñado, acaba entre rejas y cumple su condena como cualquier hijo de vecino, que es lo que hicieron también los señores Bundy y Tejero. Con estos precedentes, ¿no les parece a ustedes una salida de pata de banco la de Josep Ramon Bosch, líder de la Lliga Democràtica --agrupación de la que no me gusta ni el sustantivo, por rancio y viejuno, ni el adjetivo, por obvio en los tiempos que corren-- al solicitar el indulto para los chapuceros golpistas independentistas de octubre de 2017?

Pongamos, en el mejor de los casos, que es una cuestión de buena fe, ya que, en el peor, suena a intento desesperado de arañar algunos votos semi lazis, pero también es una clara muestra de no haber entendido muy bien cómo se las gasta esa gente empeñada en imponer su visión (minoritaria) de Cataluña a toda la comunidad que será acogida con displicencia y desprecio olímpico, ya que nuestros golpistas consideran injusto su encierro y creen que el Estado español ya tarda en soltarlos para que puedan, como ya han prometido, intentar liarla de nuevo. No hay en la pandilla basura que purga sus pecados entre rejas la más mínima intención de pedir perdón por sus desmanes, como no se atisba tampoco el menor propósito de enmienda. Ante su actitud recalcitrante, la sociedad española solo puede confiar en los valores didácticos del encierro carcelario, por lo que solicitar su indulto solo sirve para reafirmarlos en su delirio.

Por no hablar de que el amigo Bosch --al que aprecio y con el que he compartido más de un acto y de un almuerzo, impecablemente constitucionalistas ambos-- se arriesga a que Miquel Iceta lo acuse de apropiación cultural indebida y me lo convierta en la Rosalía de la política catalana contemporánea, pues ya se sabe que ese tipo de iniciativas buenistas, equivocadas e inútiles son privativas del PSC, ese partido constitucional dentro de un orden y antinacionalista sin fanatismos. Si nos olvidamos de la supuesta buena fe y de las muestras de concordia, las posibles ambiciones electorales resultan más bien inverosímiles: por mucho que los líderes de la Lliga pidan el indulto de los políticos presos, éstos y sus hooligans nunca dejarán de considerarlos una pandilla de despreciables botiflers, por lo que la propuesta, además de intempestiva, deviene también indeseada.

En su momento, no entendí muy bien qué pintaba el señor Bosch en el cónclave de partidos y partidillos que se disputan las migajas del pujolismo, pero dudo que llegue muy lejos con iniciativas como la de pedir el indulto para los iluminados que intentaron amargarnos la existencia a más de la mitad de los catalanes hace tres años, sobre todo después de haber pasado por Societat Civil Catalana, entidad que sí tenía (y tiene) cara y ojos. Intentar congraciarse con una gente que aspira a tu desaparición no me parece el colmo de la inteligencia política, francamente.