Que la obstrucción a la justicia se premie con un escaño en el Congreso de los Diputados debe ser algo que solo pasa en España. Es el caso de Jaume Asens, con quien la tomó hace unos días el inefable Gabriel Rufián por sus frecuentes visitas a Waterloo para verse con el Hombre del Maletero y su alegre pandilla.
En defensa de Asens ha salido Toni Comín para darle la razón a ese dicho que asegura que a veces es peor el remedio que la enfermedad: Asens se desplaza a Flandes para verle a él en concreto, ya que son amigos desde antes de dedicarse a la política, han pasado innumerables veranos juntos y el bueno de Comín solo piensa en reanudar esos estíos dorados en un futuro próximo.
Ya puestos, ha señalado a Asens como colaborador en su fuga de la justicia española y como la persona que le sugirió a Gonzalo Boye para que se encargara de sus asuntos. O sea, que, si hemos de hacer caso al súper tránsfuga Comín, si se dio el piro en condiciones y se hizo con un leguleyo de postín (o un marrullero infame, según el punto de vista), fue gracias a Jaume Asens. Y la pregunta es: ¿qué hace un obstructor de la justicia en el Congreso español?
Ya sabíamos que Asens es un antisistema especializado en vivir (muy bien) a costa del sistema (con la intención, se sobreentiende, de destruirlo desde dentro, como decía que hacía el Tete Maragall en el ayuntamiento de Porcioles: aceptamos pulpo como animal de compañía).
También sabíamos que era un separatista de manual que podría militar en ERC o en la CUP, pero había optado por Barcelona en Comú y Unidas Podemos porque se cree que es de izquierdas y porque ahí se medra con cierta facilidad (al igual que su amigo Gerardo Pisarello, el peronista listo, no confundir con Albano Dante Fachín, el peronista tonto).
Estábamos al corriente de sus actividades como abogado antes de dar el salto a Madrid (a Comín solo lo hemos visto saltando de partido en partido, medrando sin parar, y no nos consta actividad alguna previa a su idea de la política, por mucho que la reivindique), pues lo habíamos visto defender al sociópata chileno Rodrigo Lanza, el energúmeno que dejó hemipléjico a un guardia urbano barcelonés de un certero macetazo en la cabeza y que luego asesinó en Zaragoza a un señor que lucía unos tirantes con los colores de la bandera nacional, pero no sé yo si ese dato le conviene mantenerlo en su currículo profesional.
Y ahora nos enteramos de que es el amigo del alma del ínclito Comín y que, según este, le ayudó a esquivar a la justicia del país que le paga el sueldo.
Ya sé que Pedro Sánchez mirará hacia otro lado por la cuenta que le trae, ¿pero a alguien le parece normal que corra por el Congreso un tipo que ayuda a delincuentes a fugarse y hasta les asigna un abogado? Ya sabemos que la lista de indeseables de Podemos es larga y jugosa, pero hasta para sus discutibles criterios, acoger en su seno al amiguete de un enemigo del estado como Comín (un poco de risa, todo hay que decirlo, pero enemigo a la postre) debería ser puesto en solfa.
No sé qué pensará Asens de las declaraciones de Comín sobre los motivos de sus visitas a Waterloo, pues si éste quería echarle una mano, yo diría que se la ha echado al cuello. Pero algo me dice que no pasará absolutamente nada.
Todavía estamos esperando las disculpas de este sujeto por haber defendido y alabado en público a un criminal como Lanza, al que contribuyó a convertir en una especie de víctima del sistema y héroe de la resistencia antifascista.
Tampoco creo que lleguen sus explicaciones acerca de la ayuda a Comín para desaparecer, en lo que a mí me parece un claro ejemplo de obstrucción a la justicia. Y lo peor es que me temo que no se las pedirá nadie desde el partido con el que el suyo comparte gobierno. A fin de cuentas, la amistad es muy bonita y quien tiene un amigo, tiene un tesoro, ¿verdad?