Ante todo, decir que Miquel Iceta me parece un tipo cargado de buena intención al que no me importaría ver de presidente de la Generalitat. Dicho lo cual, no puedo obviar algunas incoherencias que detecto en sus actos y declaraciones. Sin ir más lejos, su negativa a apoyar a Inés Arrimadas, caso de que su partido, Ciutadans, saque unos buenos resultados en las elecciones, con la excusa de que es de derechas. No negaré que el actual Ciudadanos --cada día más escorado a la derecha y más al servicio de los planes presidenciales de Albert Rivera-- tiene muy poco que ver con el Ciutadans de los inicios, cuando militantes y simpatizantes eran, mayormente, socialdemócratas rebotados del PSC por la actitud pusilánime de los sociatas ante los nacionalistas.

Tampoco negaré que me encantaría que las próximas elecciones se atuvieran a unos parámetros normales; es decir, la izquierda contra la derecha, como ha sido siempre y debería volver a ser. Pero a veces parece que Iceta no se da cuenta de que jugamos todos con las cartas marcadas por los nacionalistas, ni de que las elecciones, aunque nos repatee, son una pugna entre los independentistas y los no independentistas. Lo de no hacer presidente ni a un indepe ni a una señora de derechas suena muy bien, pero aquí ya no tiramos de carta, sino de menú. Y el menú del día solo consta de dos platos: independencia y no independencia.

Lo de no hacer presidente ni a un indepe ni a una señora de derechas suena muy bien, pero aquí ya no tiramos de carta, sino de menú. Y el menú del día solo consta de dos platos: independencia y no independencia.

Caso de tener que inclinar la balanza hacia un lado u otro, ¿qué haría Iceta? Ni siquiera acogiéndose a la tradicional división entre izquierda y derecha podría justificar su apoyo a un gobierno de ERC, por la sencilla razón de que ERC no es un partido de izquierdas, sino una pandilla de carlistas reaccionarios de misa dominical eficazmente representados por el beato Junqueras. Tampoco me parecen muy progresistas esos meapilas de Unió Democràtica que Iceta ha acogido en su candidatura, por mucho que quede claro que es una maniobra para reclutar votantes nacionalistas moderados, si es que queda alguno.

Fichar a Espadaler y vetar a Arrimadas no se me antoja el colmo de la coherencia. Y tal como está el patio, los vetos a priori son una imprudencia. Qué más quisiéramos muchos que volver a la vieja disyuntiva entre la izquierda y la derecha, entre progresistas y reaccionarios, pero la situación es la que es y estamos ante dos bloques: ERC, los de Puchi y la CUP por un lado, y Ciutadans, el PP y el PSC por otro. Los miembros de cada bloque se detestan entre sí, pero están obligados a soportarse y ayudarse. En ese sentido, la equidistancia progre de Iceta es tan noble como ineficaz. Entiendo que no le guste ir a ningún lado con Arrimadas y, sobre todo, con García Albiol, pero si su partido hubiese adoptado en su momento otra actitud ante los nacionalistas, tal vez no estaríamos ahora en la triste situación que estamos.