El PSC es un partido hispano –catalán con un tono indudablemente gallego, en el sentido de que nunca se sabe si la escalera la sube o la baja. Salvador Illa se presenta como el hombre que ha pacificado Cataluña y le ha devuelto su cualidad de colectivo normalizado social y políticamente.

Al mismo tiempo, se desvive por agradar a sus enemigos, cosa que éstos no le agradecen jamás, como ya hacían cuando Ada Colau les guiñaba el ojito y ellos respondían a sus atenciones tildándola de españolista.

Esa gente nunca se da por satisfecha, así que intentar acercamientos inspirados en la consecución del bien común resulta mayormente del género tonto: los lazis nunca se bajan del burro (catalán, por supuesto), y el bien común se la sopla, ya que solo quieren, en su condición de presuntos dueños del paisito, que la realidad sea exclusivamente del agrado de los suyos. Y a los demás, que los zurzan. Incluyendo a Ada Colau y a Salvador Illa.

Ante la intención de éste de reunirse con Carles Puigdemont en Bruselas esta tarde, Jordi Turull se ha apresurado a declarar que el encuentro llega tarde. Otros creemos que la reunión de marras no debería haberse celebrado nunca, más que nada para no fomentar la delincuencia patriótica.

El problema es que Illa no parece ver en Puchi al iluminado que hace siete años planteó un pulso al estado de notable contundencia, sino a un presidente de la Generalitat que, como sus antecesores, que, según Illa, solo intentaron hacer lo mejor para su país (algo que no me consta que haya hecho ninguno de ellos, ni los nacionalistas como Pujol, Mas o Torra ni los presuntos constitucionalistas como Montilla y Maragall), merece reunirse con él por pura normalidad institucional.

¿Alguien me puede decir qué hay de normal en un encuentro entre el presidente de una comunidad española y un golpista enemigo del estado que se dio a la fuga para no acabar entre rejas? Otra cosa es que al presidente en cuestión y a su jefe en la capital del Reino, del que es su fan más entregado, les convenga estar a buenas con un bellaco del que dependen para aprobar sus presupuestos (Illa) o mantenerse en el poder gracias a los siete votos de su partido en el Congreso de los Diputados (Sánchez).

Una vez hemos comprobado que Sánchez se pasa por el forro todas las reglas éticas y morales con tal de conservar su poltrona presidencial (¿cómo se puede pretender representar al estado pactando con todos los enemigos del estado que se pueden encontrar?), resulta desolador, aunque lógico, dado cómo se las gasta lo que queda del PSOE, ver cómo su monaguillo favorito hace lo propio yéndose a Bruselas a hablar con un tipo que debería estar entre rejas (y del que previamente se ha insistido en que ya se tarda en aplicarle su muy merecida amnistía).

Como Sánchez, Illa hace todo lo que le interesa a ese partido que insiste en denominarse Partido Obrero Socialista Español, aunque las tres últimas palabras ya no se las cree nadie. Illa obedece a Madrid en los asuntos importantes (para la banda de Sánchez) y se hace el independiente en temas que al Gobierno central se la soplan, como lo del catalán en Europa (por muchas alharacas que se permita Albares), el maltrato a los castellanoparlantes en Cataluña (aunque sean más que los catalanoparlantes) o la prolongación del antiguo régimen en la radio y la televisión públicas.

Por mucho que insista Illa, Puigdemont no es un ciudadano normal ni un ex presidente que intentó hacer lo mejor para su país: es un delincuente fugado de la justicia al que habría que tratar como tal por una mera cuestión de dignidad institucional.

En España, el que la hace, la paga, salvo que sea de utilidad para que un ególatra solipsista se mantenga en el poder con la excusa de que nos está protegiendo del fascismo y su delegado en las provincias del nordeste cuente con apoyos (envenenados y displicentes: véase la salida de pata de banco del inefable Tururull) para seguir intentando aparentar que el suyo es el govern de tots.

Eslogan desafortunado donde los haya. Ningún gobierno del mundo es el gobierno de todos los ciudadanos. Ni falta que hace, a no ser que Illa se conforme con el odio de los lazis y el desprecio de quienes podrían haber sido los suyos.