Tenemos muy rebotado a Carles Puigdemont con el último informe de la Generalitat, según él cual, Sílvia Orriols, la matamoros de Ripoll, se le está comiendo la merienda paulatinamente.

Según el último CEO, Junts perdería siete diputados en las próximas elecciones, que irían a parar a Aliança Catalana. Puchi ya no se fía ni de las encuestas de la Generalitat, noble institución que él mismo presidió no hace mucho. Según él, lo del CEO está manipulado con la clara intención de perjudicarle y ocultar al pueblo catalán el futuro tan glorioso que le espera a su partido (donde los partidarios de acercarse a Orriols cada día son más, por cierto).

Me temo que el CEO acierta en sus predicciones. A estas alturas, los sobrevinguts del prusés ya se han aburrido del jueguecito y están a otras cosas. Y los irredentos le han perdido a Puchi el poco respeto que le pudieran tener porque el hombre, mucho hablar de independencia e insumisión a España, pero está sosteniendo al Gobierno de Pedro Sánchez, colocando a sus secuaces en importantes empresas e instituciones españolas y dando escasas muestras de esa resistencia al enemigo de la que se le suele llenar la boca.

Si por lo menos se hubiese dejado detener cuando apareció por Barcelona para arruinarle la toma de posesión a Illa… pero lo único que hizo fue lo que Larry David llamaba un zip in, zip out. Es decir, mantenerse a una prudente distancia de Illa, soltar un discurso breve y acelerado (como decía Gila, “Me voy, que vienen los guardias”) y salir pitando, con la presumible connivencia del gobierno catalán y del español. Si así pretende que los indepes lo consideren un héroe, va listo.

Si lo pensamos un poco, veremos que es normal que los irredentos de la independencia se pasen a las filas de Sílvia Orriols. Esa mujer pone en práctica la célebre frase de W.C. Fields: “Yo no tengo prejuicios, odio a todo el mundo”.

Dado que el patriotismo de nuestros soberanistas no es tanto amor a lo propio como odio a lo ajeno, es normal que se dejen engatusar por las encendidas proclamas de la señora Orriols. Cocomocho se lleva mal con España, pero Orriols odia a todo el mundo: españoles, árabes, probablemente gitanos y sudamericanos, extranjeros en general. Ella vive en su propia Edad Media, cuando aquí no había más que catalanes con ocho apellidos propios del terruño: de ahí que haya bautizado a sus cinco hijos (¡los que Dios, que es catalán, nos mande!) con nombres típicos del medioevo: cualquier tiempo pasado fue mejor. Y si la dejaran, montaría una nueva cruzada contra el infiel.

Puchi no puede competir con la matamoros de Ripoll. Ella es mucho más radical y anacrónica que él. Así que el sector recalcitrante del soberanismo ha acabado por considerar a Puchi un pamplinas que no se arriesga a nada por la independencia de Cataluña y además sostiene gobiernos españoles a cambio de lo que buenamente se pueda pillar para él y los suyos.

Orriols es el independentismo elevado a la categoría de insania. De ahí que muchos convergentes le vean la gracia, pues es tan de derechas y tan racista como ellos. Este fenómeno, por otra parte, no es nuevo. También los peperos que consideraban a Rajoy un maricomplejines se pasaron a Vox, pues Abascal les parecía una mezcla de Franco y don Pelayo (Dios les conserve la vista). Como es un pusilánime del patriotismo, Puigdemont está perdiendo al sector más radical y delirante de Junts, que se encuentra más a gusto en Aliança Catalana.

Pocas alegrías le esperan a Puchi si sigue dedicado a tirar la piedra y esconder la mano. Puede que la última sea la decisión de la Fiscalía de no levantar la inhabilitación de su némesis, el beato Junqueras, que no se va a poder presentar a nada hasta el día del juicio. Espero que eso le dé un poco de vidilla al expresidente, aunque se convierta en un émulo de aquel campesino eslavo del chiste al que se le aparece un genio para concederle un deseo y el tipo, tras mucho pensárselo, clama: “¡Que se muera la cabra del vecino!”.