Hay optimistas que dan el prusés por finiquitado, y no me refiero exclusivamente a los sociatas catalanes y españoles, que hablan de una pacificación de Cataluña que algunos no vemos por ninguna parte, ya que, miremos por donde miremos, solo vemos concesiones a los independentistas, motivadas por la necesidad de mantenerse atornillado al sillón del actual presidente del Gobierno.
Entre esos optimistas figuró un servidor de ustedes durante un tiempo, hasta que la realidad me hizo ver que, por muy desarbolados que estén, los indepes siguen dando la chapa con lo suyo por métodos alternativos a la declaración unilateral de independencia.
Se dejó pasar la oportunidad de desactivarlos por completo y ahora estamos pagando las consecuencias. Y lo peor es que su principal colaborador, el presidente del Gobierno, debería ser el más interesado en acabar con ellos. En vez de eso, decidió echarles una mano cuando estaban en las últimas ya que, a pesar de su triste situación, podían ayudarle a la hora de conservar el poder.
Junts sólo contaba con siete diputados, pero eran fundamentales para preservar el sillón. Como todos sabemos, el señor presidente, en vez de velar por los intereses de la nación, optó por priorizar los suyos, y desde entonces se produce una concesión tras otra.
El Gobierno de Sánchez ya empezó mal. Las elecciones, no lo olvidemos, las había ganado el PP, pero nuestro hombre, con la excusa de protegernos del fascismo, recurrió al apoyo de lo peor de cada casa, reclutando a todos los enemigos del Estado que estaban a su alcance.
Y así es como el Gobierno español acabó controlado por Junts, ERC y Bildu (más Podemos y Sumar, que también son para echarles de comer aparte).
Y así vinieron los indultos a los sublevados de octubre del 17, primero, y la amnistía para todos ellos, después (aunque lo jueces, benditos sean, se la están poniendo muy difícil a Puigdemont).
Y ahora ha caído la delegación de los asuntos relacionados con la inmigración, que para Puchi es, más que nada, una manera de marcar paquete, colocando en puertos y aeropuertos a unos Mossos d'Esquadra que, con un poco de suerte, pueden hacer pensar a los recién llegados que están en un país que no es España.
Con una jeta impresionante, Sánchez asegura que cada una de sus decisiones en favor propio es absolutamente constitucional, cosa que muchos dudamos, a no ser que, a partir de ahora, sea constitucional todo lo que le convenga a nuestro Pedro (que también podría ser).
Yo pensaba que las fronteras eran una prerrogativa del Estado, pero según el presidente sí y no, y no pasa nada por compartirlas con un cuerpo de policía autonómico.
En cualquier caso, el caprichito de Cocomocho nos costará dinero y facilitará una duplicación de funciones, aunque sigan haciéndolo todo los picoletos y los mossos d'esquadra estén de oyentes. Algo que no preocupa a Sánchez, que ya estaba dispuesto a pagar con dinero público (que, como todo el mundo sabe, no es de nadie) los gastos del uso del catalán en las instituciones europeas, otro capricho de los indepes carente de cualquier clase de razonabilidad.
Los independentistas pretenden conseguir con discreción aquello con lo que fracasaron a cara descubierta. Y han encontrado en el presidente del Gobierno español al socio perfecto, al hombre que les puede ayudar a expulsar al Estado de Cataluña, siendo, en teoría, el principal defensor del Estado.
En estas circunstancias, decir que el prusés ha terminado se me antoja una frivolidad. La pesadez monotemática de nuestros indepes los lleva a seguir en sus trece, aunque la población catalana haya manifestado claramente su voluntad de que las cosas con España sigan como hasta ahora. Les da igual. Ellos, a lo suyo. Y gracias a Sánchez siguen con su prusés, aunque por otros caminos.
A ver en qué consiste su próximo caprichito. Pero, sea cual sea, si es necesario para que Sánchez conserve el sillón, les será concedido. Y será constitucional, por supuesto.