Ayer se publicó en este diario un nuevo artículo sobre un tema que a mí me hace arder el pelo, pero que no parece preocupar demasiado a mis conciudadanos. Me refiero al dinero que nos cuestan los expresidentes de la Generalitat (que cuando estaban en, digamos, activo ya cobraban el doble del presidente del Gobierno español, hecho francamente incomprensible).

Es una pequeña fortuna anual, pues además de mantenerlos a ellos, hay que echar de comer al personal a su servicio (todos tienen derecho a despacho, coche con chófer y tres ayudantes, más el jefe de gabinete, mi cargo favorito porque te embolsas 116.506 euros al año por organizarle la agenda a un jubilado, a alguien que no tiene nada que hacer, más allá de incordiar esporádicamente por motivos patrióticos, si milita en el lazismo, o hacer algún viajecito que nadie sabe muy bien a qué obedece).

Mi jefe de gabinete favorito es Josep Lluís Alay. Tiene mucho mérito levantar la pasta que este hombre levanta (o levantaba) por organizarle la vida a alguien que, aunque insista en que es el presidente legítimo de la Generalitat, en realidad solo es un atorrante que vive instalado en una fantasía de la que cada vez participa menos gente (sobre todo desde que su segundo de a bordo, el chaquetero Comín, ha sido pillado desvalijando la caja fuerte del Consell de la República para financiarse viajes en coche, garbeos en yate y casas de vacaciones, aparte de visitar los cajeros automáticos con una frecuencia y una desfachatez considerables).

Durante años, el liante de Alay ha sido la prueba viviente de que se podía vivir como Dios sin dar un palo al agua, siguiendo el ejemplo de su inmediato superior. Su caso resulta especialmente sangrante porque trabaja (o trabajaba, no sé cuál es exactamente su situación actual) para un delincuente, para un fugitivo de la justicia española (aunque a Pedro Sánchez le parezca un interlocutor ideal a la hora de mantenerse atornillado al sillón: ¿cómo le vas a pedir un poco de vergüenza a un lazi profesional como Alay cuando al presidente del Gobierno español le parece lo más normal del mundo tratarse con un enemigo del Estado para salirse con la suya o salvarnos del fascismo, según se mire?).

Pero el especialísimo asunto Alay no debería despistarnos de la cuestión mollar de este asunto: estamos tirando el dinero de los catalanes con una alegría y una inconsciencia que a mí se me antojan punibles.

Que dirigir (o hacer como que diriges, en muchos casos) un gobiernillo regional te permita cobrar el doble que tu homólogo en el mundo real (eso cuando estás en activo), y acceder a una pensión delirante cuando el pueblo se ha librado de ti es algo que debería irritar e indignar a la ciudadanía. Lo que no tengo la impresión de que suceda, pues no me consta que se haya llevado a cabo ni una sola manifestación para protestar contra esta costumbre tan nuestra de tirar el dinero retrete abajo en todo lo relativo a nuestros (a menudo) lamentables políticos.

Para empezar, ¿qué tenemos que agradecerles? Exceptuando a Tarradellas, ¿qué presidente de la Chene no ha la ha cagado de una manera u otra durante su etapa al mando de la nave?

A mí no se me ocurre nada que agradecerle a Jordi Pujol.

Cometí el error de confiar en Pasqual Maragall y no se le ocurrió nada mejor que sacarse de la manga un nuevo Estatuto que no le había pedido nadie y que acabó sirviendo como combustible para la explosión posterior del lazismo.

Artur Mas era un inepto (tanto en la política como en la empresa privada) que se hizo independentista para disimular sus brutales recortes financieros.

José Montilla, un charnego agradecido, un Paco Candel 2.0 que organizaba manifestaciones antiespañolas de las que tenía que salir por patas, abucheado por ese populacho al que cortejaba inútilmente.

Quim Torra, un fanático de manual y un bocazas que siempre acababa achantándose ante el Gobierno central, incapaz de hacer felices hasta a los indepes quiméricos que confiaban en él (también son ganas).

Y no olvidemos a Carles Puigdemont, prototipo del pagès enlluernat que no para de venirse arriba sin ningún motivo para ello.

Y a esta pandilla de inútiles, a esta colla de frikis, ¿los tenemos que alimentar hasta el día del juicio porque durante una breve etapa de su vida se esforzaron por empeorar el paisito que los había visto nacer o acogido en su momento? ¿Cómo es posible que al catalán medio le parezca normal este sindiós?

Como el resto de España, esta es una zona de mileuristas y de gente precaria, tirando a pobre, a la que se insulta a diario con los sueldos de los políticos en activo y jubilados sin que reaccione de ninguna manera, tal vez porque está demasiado ocupada intentando llegar a fin de mes o tratando de pagar el alquiler de un zulo overprized.

Cada año publicamos, por lo menos, un artículo como el de ayer. O una columna como esta. Pero no sirve de nada. Es como si nos hubieran convencido de que nuestros lamentables políticos merecen todos los chollos del mundo y más. Porque ellos lo valen, como la chica del anuncio.

Todos sabemos que o no valen nada o se sobrevaloran, pero seguimos cubriéndolos de billetes como si estuviéramos orgullosos de nuestro único hecho diferencial: pagar los sueldos más altos de España a un personal que no se los gana.

Y la situación no cambia nunca. Es como si nos gustara que nos robaran en nuestras narices. "¡Será por dinero!", podría ser nuestro lema. Y no se me van de la cabeza los 116.506 euros del jefe de gabinete del desocupado de turno que hizo como que presidía un Gobierno regional hace unos años. 116.506 euros anuales por no hacer nada para alguien que no tiene nada que hacer. ¡Solo en Cataluña!