Veo muy activo últimamente a Artur Mas, pionero de las consultas independentistas (se acaban de cumplir diez años de la que organizó él mismo el 9 de noviembre de 2014) y principal responsable del desastre protagonizado en octubre de 2017 por su sucesor, Carles Puigdemont, a quien tuvo que ceder la vara de mando porque se dejó arrojar al basurero de la historia por las chicas de la CUP.

(Hace falta ser calzonazos, poca pena y mitja nena para permitir que te tire a la papelera semejante pandilla de indocumentadas: ahí perdió el derecho a ser denominado el Astut, pero tuvo la suerte de que muchos plumíferos se lo conservamos, aunque solo fuese para tomárnoslo a chufla, que es, por otra parte, lo que siempre se ha merecido, ya fuese en la política o durante su breve y desastroso paso por la empresa privada, donde, si no recuerdo mal, consiguió cargarse una empresa de Prenafeta, ese benefactor de la sociedad catalana gracias al cual se patentó la expresión Prenafeta la llei, Prenafeta la trampa).

Digo que veo muy activo al Astut porque me lo encuentro casi a diario en este periódico y también en los del ancien régime. Solo o en compañía de su maestro y tutor, Jordi Pujol, quien el otro día, en un rapto de lucidez que le honra a sus noventa y tantos años, reconoció que igual sus líos con la deixa de l’avi Florenci tuvieron algo que ver en el hundimiento social de CDC y su sustitución por los Junts de Carles Puigdemont (aunque añadió que no veía en Junts esa habilidad para ganar amigos e influir en la sociedad, a la manera de Dale Carnegie, que siempre caracterizó a la formación original: eficaz pulla para Puchi disfrazada de análisis desapasionado de la coyuntura).

Poco después de esta discreta colleja pujolista, Cocomocho se ha llevado otra del Astut, quien ha dicho, para empezar, que la aparición barcelonesa (y posterior espantada) del presidente más legítimo que vieron los tiempos no contó con su aprobación.

Ya puestos, una vez roto el hielo (en la mullida cabeza de Puchi), el Astut sentenció que lo que hay que hacer es dialogar con Illa, con el beato Junqueras y con quien haga falta para intentar pillar lo que se pueda (eso no lo dijo con estas palabras, pero se le entendía todo), ya que lo de la independencia ha pasado de moda y no preocupa a un necesario número de catalanes.

Y está en lo cierto: si la cosa ya salió como el culo cuando había masas entregadas a la causa, ¿qué se puede conseguir ahora que el patriotismo va de baja, sobre todo en los sectores juveniles de la sociedad catalana?

Tal como está el patio, viene a decir el Astut, más vale olvidarse de liderazgos desde el exilio y de (im)posibles ayudas europeas y volver al estilo tradicional de la Convergencia de toda la vida (Mas amagó con sacarse el carné de Junts, pero se sigue haciendo el longuis).

Igual estoy delirando, pero tengo la sensación de que el Astut aspira a la resurrección de Convergencia (dirigida por él, naturalmente, pues ahora es un hombre serio e incapaz de sacarse la independencia de la manga para disimular sus recortes presupuestarios, como hizo tiempo atrás) y a enviar al partido de Puchi a ese basurero de la historia al que lo envió a él la CUP.

El momento para intentarlo es inmejorable:

-El Consell de la República se está hundiendo gracias a las presuntas trapisondas económicas de Toni Comín (y a su carácter autoritario, que comparte con su jefe y que llevó a suprimir la Assemblea de Representants, algo que sentó como un tiro entre eso que los columnistas lazis suelen definir con el discutible eufemismo de la bona gent de l’independentisme).

-Puigdemont va perdiendo a diario la confianza que tanta gente, buena o mala, depositó en él, y le salió el tiro por la culata con la excursión a Barcelona, donde hizo el ridículo ayudado por Boye, Tururull y demás partners in crime.

-Mas sabe que pretender dirigir un partido político catalán desde Bélgica no es lo más sencillo del mundo, sobre todo si pretende hacerse desde esa óptica desquiciadamente quimérica que distingue a Cocomocho y sus secuaces en territorio nacional (Turull, Nogueras, Batet, el democristiano converso Castellà).

Con una ayudita del Gran Barrufet, ese Pujol que tampoco se da de alta en Junts, promover la refundación de Convergencia tras archivar el partido de Puchi en la sección Sueños imposibles del separatismo, el Astut igual puede volver a hacer lo que más le gusta en el mundo: figurar, enredar, liar la troca y, si se me permite una concesión a la escatología catalana, fer el merda.

Tampoco hace falta que se dé mucha prisa: Pujol vivirá hasta los 200 años y Puigdemont se irá cubriendo de gloria durante el tiempo que dure su inútil oposición desde Flandes. Tarde o temprano, perderá su cada vez más apolillada aureola de guardián de la Cataluña catalana.

Cuajará en la grey convergente la evidencia de que la independencia es algo en lo que solo creen Lluís Llach y el payaso Pesarrodona y muchos arrimarán el hombro para que Cataluña vuelva a ser grande otra vez (a la pujolista manera). Total, mande quien mande, siempre los engañan, y puede que Puigdemont más que nadie.

Mas, por el contrario, solo ha timado a los seudo indepes de toda la vida dos o tres veces. Y el otro día hasta dijo que si Rajoy le hubiera ofrecido un trato económico diferencial, como ese con el que ahora amaga Sánchez, ni se le hubiera ocurrido hacerse independentista.

Puede que todo esto que acabo de escribir no se sustente absolutamente en nada, pero yo es que al Astut lo veo inquieto, aburrido con la vida que lleva, convencido de que aún la puede volver a liar de nuevo y hacer un rato el Moisés, como en aquellos carteles de sus años de esplendor.

Puede que sea un inútil, pero, a diferencia de Puigdemont, no está del todo mal de la cabeza. Y, como buen convergente, es plenamente consciente del dinero que se está perdiendo con la actitud empecinada de Puchi y su banda.

¿Y hay algo menos convergente que perder dinero e influencia?