Yo estaba convencido de que el delito de obstrucción a la justicia seguía vigente en España, pero empiezo a tener mis dudas desde que veo a los principales implicados en la saga fuga de Carles Puigdemont del mes pasado y observo el cuajo que le echan a explicar públicamente su modus operandi para esquivar la detención del fugitivo. En diarios, radios y televisiones, la banda de Puchi narra con todo lujo de detalles lo que hicieron para proteger al jefe durante su breve visita a Barcelona: secuaces del calibre de Jordi Turull o Antoni Castellà explican a quien quiera escucharlos las tretas que urdieron para que su líder pudiera hurtar su cuerpo al sistema. Y se quedan tan anchos. Normal, si tenemos en cuenta que nadie los llama al orden, los cita a declarar, los lleva a juicio por obstrucción a la justicia y, como sería lo suyo, los envía al trullo.
Si en vez de tratarse del presidente más legítimo que vieron los tiempos nos las viésemos con un capo de la mafia calabresa y viéramos cómo sus secuaces se las apañaron para dar esquinazo a la policía y procedieran a explicárselo a la prensa, algo me dice que la obstrucción a la justicia volvería a ser un delito. El show de Puchi a lo Harry Houdini ya olió bastante mal en su momento. Dios me libre de lanzar falsas acusaciones, pero no acabo de creerme tanta ineptitud por parte de los Mossos d'Esquadra, la Policía Nacional y la Guardia Civil. Es como si se hubiesen dado órdenes desde arriba para que ninguno de esos tres cuerpos policiales cumpliera con su obligación, no se fuese a rebotar el glorioso escapista y dejara a Pedro Sánchez sin sus siete votos, tumbándole así la legislatura y obligándole a convocar elecciones. Las excusas del consejero Elena y del ministro Marlaska fueron de risa. Maderos y picoletos convirtieron la frontera en un coladero. Y los Mossos realizaron un ímprobo esfuerzo por emular a los inolvidables Keystone Cops del cine mudo (solo les faltó tropezar con su propia porra). Ya puestos, se agradecería que los secuaces de Puchi contribuyeran a mantener la superchería con un silencio sepulcral, pero en vez de eso, van por ahí jactándose de lo bien que lo hicieron para mantener a salvo a su gurú.
Todos vimos por la tele al siniestro Gonzalo Boye organizando el seudo baño de masas del Hombre del Maletero (cuentan que Puchi ha depositado toda su fe en el cantamañanas chileno), y luego, además, hemos tenido que aguantar las explicaciones de Tururull, según las cuales, el presidente megalegítimo número 4.112 (igual me quedo corto, pues la Generalitat ya existía en el pleistoceno, como un día de estos revelará el Institut Nova Història) cambió de coche varias veces, pasó por diferentes pisos de Barcelona y, una vez levantada la inútil Operación Jaula, abandonó la ciudad a última hora de la tarde. Francamente, si lo de Boye y Tururull no es obstrucción a la justicia, que baje Dios y lo vea.
Como suele decir en estos casos mi amigo Ignacio Vidal-Folch, queda gente por detener. Además de Boye, Tururull o Castellà, ¿no deberían personarse ante la justicia los dueños de los coches, los inquilinos de los apartamentos y todos aquellos que, de una manera u otra, contribuyeran a que Puchi se diera a la fuga una vez más? Sí, han pringado un par de mossos d'esquadra que se ofrecieron a echarle una mano a Cocomocho en sus horas libres, pero a mí no me parece suficiente. Que la ridícula peripecia de nuestro hombre le resultara muy conveniente al actual presidente del Gobierno no implica que a la justicia deba darle lo mismo. En su momento, se habló de citar a declarar a todos los Tururull del evento, pero a día de hoy, que yo sepa, nadie se ha presentado ante el juez y todos siguen alardeando en los medios de comunicación de lo astutos que fueron a la hora de proteger a su guía espiritual. No recuerdo que los esbirros del Chapo Guzmán hicieran declaraciones cuando el jefe se escapó de un presidio mexicano atravesando un túnel excavado en el subsuelo. Y no sé ustedes, pero yo no encuentro excesivas diferencias entre los secuaces del Chapo y los del Puchi.
Colaborar en la fuga de un delincuente no debería salir gratis pero, ¿qué podemos esperar si los principales responsables políticos de este país eran los más interesados en que Puchi se diera el piro?