Podrían resultar hasta entrañables, si no supiéramos a qué obedecen, los esfuerzos del Gobierno español por conseguir que en el Parlamento Europeo se pueda hablar catalán (y gallego, y euskera, pero estas dos lenguas solo constituyen la torna o el café para todos del asunto). De repente, el PSOE ha decidido que el catalán es una lengua española y que, como tal (si cuela, cuela), debe poderse hablar libremente en Bruselas y Estrasburgo.
Curiosamente, este es un tema que no les quitaba el sueño a los socialistas antes de que necesitaran los siete votos del partidillo de Puchi para coronar a Pedro Sánchez como Baranda en Jefe de la cosa gubernamental. Hasta entonces, pasaban del asunto como de la peste, no se molestaban en analizar sus posibilidades y se comportaban igual que el PP: en una asociación de Estados, con un idioma por Estado vamos que chutamos (no puedo estar más de acuerdo), pero desde que Sánchez dijo que había que hacer de la necesidad virtud (se le olvidó añadir que en su propio beneficio), el catalán se convirtió en una lengua a defender y potenciar en las altas esferas europeas (y el gallego y el euskera, no se nos vayan a rebotar los demás periféricos).
Yo creo que en Europa se han dado cuenta de la engañifa conceptual alumbrada por Sánchez y sus oompah loompahs y están obrando en consecuencia, como se acaba de demostrar con ese cónclave para comentar la coyuntura que ha durado diez minutos, dejando hablar al PSOE y sin que nadie le respondiera, demostrando así el desmedido interés que la UE siente por incluir a nuestras lenguas cooficiales en su vida cotidiana.
Algunos países se muestran especialmente hostiles a la medida por su posible efecto llamada. Finlandia es la que más se opone porque cuenta con una notable minoría rusa que podría ponerse a exigir que se hablara ese idioma en el Parlamento Europeo… justo cuando estamos prácticamente en guerra con la Rusia de Vladímir Putin, a la que empezamos a considerar un Estado paria (aunque peligroso, dada la deriva imperial del psicópata al mando).
Pero hay minorías en todas partes, y ningún Gobierno responsable quiere que se le desmanden porque un presidente español necesita satisfacer a sus fanáticos locales para mantenerse enganchado al sillón. Todos se han dado cuenta de que la relación de Sánchez con Aragonès o Puigdemont es del modelo “Por el interés te quiero, Andrés”.
Así pues, se escucha educadamente al ministro Albares –mientras hace esfuerzos por aguantarse la risa mientras enumera las múltiples ventajas de un Parlamento Europeo enriquecido con nuevos y vibrantes idiomas españoles–, se improvisa un paripé de diez minutos para que parezca se atienden sus requerimientos y aquí paz y después gloria: da toda la impresión de que nunca se hablará catalán en Europa, y de que el PSOE dejará de pedirlo en cuanto no necesite para nada a los liantes que apuntalan, más o menos, su Gobierno.
El rebote lazi se completa estos días con la toma de postura de la UE ante la inmersión y demás ideas de bombero de nuestros gobiernillos autónomos: habría que dejar de intentar acabar con el castellano en la educación (tarea imposible, por otra parte), debería imponerse un equilibrio lógico entre ambas lenguas y habría que facilitar la circulación de personas españolas (y, por consiguiente, europeas) por todo el territorio nacional, sin obligarlas a aprender un idioma que, legalmente, no tienen ninguna obligación de aprender. El lazismo, evidentemente, considera esta actitud absolutamente intularapla, por razonable que nos parezca a otros. Europa les ha fallado, con lo bien que se había portado hasta ahora negando la extradición a España de los principales responsables del prusés…
Ah, claro, es que todo se trata de una conjura de la derecha y la extrema derecha (teoría a la que se apunta el PSOE por la cuenta que le trae). Los diputados que vinieron a visitarnos serían todo lo de derechas que ustedes quieran, pero sus conclusiones, aunque no vinculantes, nos resultan a muchos asaz verosímiles. Además, no solo es la derechona la que apunta en esa dirección: durante el último cónclave del PSC, Salvador Illa apuntó hacia una educación trilingüe (catalán, castellano e inglés) en las escuelas catalanas que, si no es un aviso de que a la inmersión de marras le queda poco tiempo de vida, yo ya no sé qué es.
De ahí que Illa se haya convertido en la bestia negra (o rojigualda) de todos los que intentan sacar algo de los restos del naufragio. Y para impedirle alcanzar el poder autonómico, no se les ha ocurrido nada mejor que presentarse atomizados a las próximas elecciones, en las que se intuye que la principal novedad será la entrada de la extrema derecha de Sílvia Orriols en la Cámara catalana (éramos pocos y…).
Ya puede Aragonès seguir con lo de su cupo. Y Puigdemont creyendo que (ritorna vincitore) ocupará de nuevo la presidencia de la Generalitat. Pintan bastos para el lazismo dentro y fuera de Cataluña. Mientras unos pretenden relanzar el agónico prusés, el político con más posibilidades de ganar las elecciones pretende darle carpetazo (después de que su jefe le aplicara la respiración asistida en su propio beneficio).
Viene una época interesante y espero que menos cansina que la de los últimos años. O eso quiero creer: de ilusión también se vive.