Artur Mas es un inepto que ha fracasado en la política y en su previo paso por la empresa privada (donde consiguió hundir dos; una de ellas, afortunadamente, de su amigo Prenafeta).

Su principal ocupación actual consiste en esquivar los embargos que le van cayendo por su participación en los tejemanejes independentistas de los últimos años, de los que es el principal responsable, convenientemente inspirado, eso sí, por su padre espiritual, Jordi Pujol, que se vio obligado a nombrarlo su delfín cuando a su hijo Oriol, supuesto heredero de una dinastía de corte norcoreano, lo pillaron metido en negocios turbios que dieron al traste con su carrera política. Lo menos que se le puede pedir a un inútil es que adopte un perfil bajo, trate de pasar desapercibido y ponga cara de yo-no-fui, como diría el gran Rubén Blades.

Pero el Astut ha salido a su mentor –quien, pasados los 90 años, sigue preocupadísimo por su birria de legado y por cómo pasará a la historia, mientras su mujer es víctima del Alzheimer y sus hijos se enfrentan, ¡todos!, a diversos problemas con la justicia– y no quiere o no sabe quedarse callado.

Por eso, si La Vanguardia le solicita una entrevista, él, magnánimo, se la concede, pues se cree en posesión de una altura moral que debe obligarnos a todos a escucharlo atentamente. Y resulta, ¡oh, sorpresa!, que el Astuto Metepatas toca más de pies a tierra que los que le han sucedido en la fantasía independentista.

En la entrevista en cuestión, el Astut viene a decir que el independentismo vive un momento de desbarajuste general que desaconseja volver a las andadas con lo del referéndum de marras, que el prusés se ha acabado y se ha perdido y que más vale aprovechar las oportunidades que le caen del cielo (o de la Moncloa) a la causa para seguir intentando sobrevivir en un entorno cada día más hostil o, peor aún, desinteresado por la monomanía soberanista. O sea, si lo he entendido bien, la cosa consiste en chulear a Sánchez todo lo que se pueda y dejar para más adelante lo de la independencia.

Su insistencia en la desunión, el desbarajuste y el sindiós que se imponen entre las fuerzas independentistas oculta, en mi opinión, un mensaje falso, pero muy propio de alguien que, pese a ser un inútil, se cree soñado, que diría Borges: conmigo al frente de la situación, otro gallo nos cantaría. Se olvida, evidentemente, de que ya estuvo al frente de la situación y lo único que hizo fue cagarla sin tasa. Y que cuando la CUP lo envió al basurero de la historia, nos dejó un regalito llamado Carles Puigdemont que solo consiguió empeorar las cosas de manera exponencial.

Pero, pese a semejante bagaje, el Astut se permite pasar revista a la actualidad, dar lecciones, indicar el camino a seguir (cuando no encuentra ni el suyo propio) y tratar, intuyo, de fabricarse una imagen de hombre cabal, cuando se ha comportado siempre como un botarate que solo empieza a entender cómo van las cosas cuando ya no pinta nada.

Sus, digamos, compañeros de lucha no le han hecho mucho caso porque por estas fechas están muy ocupados comentando el discurso navideño del Rey. De hecho, los lazis constituyen el grueso de la audiencia real, dado que el resto de los españoles suele estar muy ocupado metiéndose langostinos en la boca como para prestar demasiada atención a lo que diga o deje de decir Su Majestad.

Si la audiencia del previsible discurso de Felipe VI no baja es gracias al interés que despierta entre nuestros políticos indepes lo que dice o piensa el Rey del país de al lado (a esa gente no hay quien le gane en coherencia). Solo los lazis (y algún que otro representante de la decadente Nueva Izquierda Imbécil) prestan atención cada año a las palabras de Felipe VI, quien, diga lo que diga, será puesto de vuelta y media por los separatistas, que hasta se sorprenden de que el Rey de España defienda la unidad de España (que es como quejarse de que el Papa sobreactúa en su catolicismo).

A falta de algo mejor que hacer, se reúnen en la tumba de Francesc Macià, echan pestes del Rey porque es lo único que los une, nunca falta quien compara a L'avi con Cocomocho (este año le ha tocado al sosias canoso de El Puma, Toni Castellà, una de las mayores lumbreras del movimiento nacional, quien ha prometido incluso una magna reunión del Consell de la República para poner orden en la causa, ¡que Dios le conserve la vista!), nadie reconoce la irrelevancia en la que van cayendo y de la que les ha salvado momentáneamente Pedro Sánchez (hasta que pueda deshacerse de ellos como se deshizo de Podemos) y ya se han ganado los canelones de San Esteban.

Todos hacen como que la independencia está al caer, aunque los menos tontos sepan que el Astut tiene razón y que la principal misión de los mandamases del lazismo no es implantar la República catalana, sino, simplemente, sobrevivir en un entorno que cada día los encuentra más cansinos, más acabados y desconectados de la realidad.

La verdad es que Mas, para ser un inepto de nivel cinco, no dijo (casi) ninguna tontería en La Vanguardia: el lazismo es un desbarajuste protagonizado por zoquetes quiméricos que depende, como Blanche Dubois, de la amabilidad de los extraños (en este caso, un tal Sánchez). Pillar lo que se pueda, chinchar sin tasa y mostrarse muy desagradables (para eso están Rufián o Nogueras) es actualmente lo único que está al alcance del separatismo catalán. Si pierden la Generalitat, como parece que va a suceder, su situación solo puede empeorar, pese al sempiterno síndrome de Estocolmo del PSC.

Desde el basurero de la historia, el Astut les ha explicado a sus sucesores cómo está el patio y lo máximo que se puede rascar de él (aunque sin asomo de autocrítica, desde luego). Al final, esta pandilla de inútiles que compone el actual separatismo catalán va a acabar convirtiendo al inútil fundacional en un estadista de primera categoría.