Todos los partidos políticos españoles (y me temo que mundiales) albergan en su seno a personajes especialmente sobrados, prepotentes y desagradables a los que se azuza para que perseveren en lo peor de su carácter cuando les toca hablar en el Parlamento o en el Senado.

En el caso de Junts, el porcentaje habitual de sujetos hoscos y maleducados con tendencia al insulto y la grosería llega, prácticamente, a la totalidad de sus representantes: cada vez que abren la boca es para poner de vuelta y media a alguien que no comulga con sus, digamos, ideas.

Con personajes como Puigdemont, Borràs o Turull –grandes escupidores de veneno– cuesta destacar, que es como se suele medrar, así que hay que cargar las tintas para llegar a alguna parte, que es lo que hizo el otro día Míriam Nogueras en el Parlamento cuando la emprendió contra los jueces con frases que se le podrían aplicar perfectamente a ella y a sus compañeros de lucha: “Personas indecentes que deberían ser cesadas y juzgadas”. Como dice el refrán, cree el ladrón que todos son de su condición.

Evidentemente, lo peor que se puede hacer con esta clase de gente de mala calidad es reírle las gracias por conveniencia propia, que es lo que lleva un tiempo haciendo nuestro querido presidente del Gobierno español, principal responsable de que Puchi y su cuadrilla se hayan venido arriba y se pasen el día soltando inconveniencias en nombre, supuestamente, de Cataluña (donde las últimas elecciones los dejaron en una triste quinta posición en las preferencias políticas de sus sufridos conciudadanos).

En vez de besar por donde pisa Sánchez, los neoconvergentes se dedican a ponerlo verde en cuanta ocasión se les presenta, o le recuerdan, como hizo Cocomocho en el Parlamento Europeo, que, si no se respetan los compromisos adquiridos, pueden pasar cosas francamente desagradables. Cabe la posibilidad de que estén algo quemados con Sánchez por el timo del catalán en Europa, que ha sido de una especial brillantez en su género, o por el vía crucis interminable en que se va a convertir la prometida amnistía, pero yo diría que se extralimitan un poco al morder constantemente la mano que los alimenta.

A no ser, como insinuaba hace un momento, que todo se reduzca a ver quién es más chulo con el enemigo, que es la actitud que parece haber adoptado la inefable Míriam Nogueras, quien, a falta de estudios (contempló la posibilidad de matricularse en Derecho, pero la desechó para pillar un carguito en la empresa textil de la familia, natural de Dosrius, en el Maresme barcelonés), compensa su falta de preparación con un carácter a lo Pilar Rahola que suele gustar mucho al lazi medio (su querido Tururull se apresuró a aplaudir sus groserías antijudicatura con un ingenioso tuit que rezaba El que no quiera polvo, que no vaya a la era).

Nuestra Míriam ha prosperado mucho en el cocomochismo, lo cual no deja de tener su mérito si tenemos en cuenta que todo su bagaje político se reduce a haber empezado como concejal convergente en Cardedeu, haber pasado por el PDECat y haber aterrizado en Junts dispuesta a hacerse notar con su carácter entre desinhibido, desacomplejado y desagradable.

Míriam dijo lo que quiso en el Parlamento y nadie la llamó al orden. Francina Armengol, siempre tan comprensiva con los indepes, encontró de lo más correctos los exabruptos antijueces de nuestra querida fanática y, probablemente, hasta los aplaudió por dentro, pues no hay que olvidar que el poder judicial es de los más beligerantes contra la amnistía a la carta que se ha sacado de la manga Sánchez para conservar su sillón. Su actitud comprensiva y tolerante la acabó pagando Félix Bolaños, a quien el presidente interino del Supremo le anuló una reunión (que ya ha sido reprogramada, pese al rebote inicial), pero lo importante es que Nogueras pudo atacar con nombres y apellidos a Marchena, Lesmes o Llarena (y, sin dar nombres, a policías y periodistas) y allí no pasó nada.

En la política española, cada vez va todo el mundo más desabrochado y lo de la cortesía parlamentaria se ha convertido en una antigualla inservible. Todos impostan una autoridad moral de la que carecen. El PSOE le afea la conducta al PP por tratarse con Vox, omitiendo que ellos negocian con los facinerosos de Junts, ERC o Bildu (rizando el rizo, ese jabalí importado de Valladolid que atiende por Óscar Puente ha tenido el cuajo de describir a los de Otegi como “un partido progresista y democrático” tras facilitarles la alcaldía de Pamplona). Los golpistas catalanes les desean a los jueces unas medidas punitivas pensadas para gente como ellos. Vox sueña con un Sánchez colgado de los pies por sus airados conciudadanos y Abascal, no contento con estar permanentemente a la greña con el PSOE, extiende su desprecio al PP.

En este panorama lamentable, las burradas de Míriam Nogueras pasan prácticamente desapercibidas. En el PSOE de Sánchez casi las agradecen, pues los jueces se les están poniendo muy farrucos con lo de la amnistía. Y la proactiva Míriam va ganando puntos en su partido, aunque este no parezca tener un gran futuro y pueda estar al borde del cisma entra borrascosos y aturullados. De concejal convergente en Cardedeu a cantarle las cuarenta a la judicatura en el Parlamento español. Como dirían los angloparlantes, You’ve come a long way, baby.