Juraría que Laura Borràs empezó a caer en desgracia en el partido que supuestamente preside (aunque en realidad lo controle, sin cargo alguno, Carles Puigdemont desde Flandes, cual doctor Fu Manchú que hubiese cambiado su habitual escondrijo londinense de Limehouse Dock por una casona en Waterloo) cuando se emperró en que lo suyo –sus célebres trapicheos, de cuando dirigía la Institución de las Letras Catalanas, con su amigo Isaías Herrero, también conocido como El Camello de Convergencia– no era una persecución de la delincuencia común y corriente, sino una operación de acoso y derribo del perverso Estado español por sus ideas independentistas.

Pese a lo evidente de sus trapisondas, la Geganta del pi aseguró que lo de la justicia con ella era un claro caso de lawfare (concepto favorito de cualquier delincuente lazi a la hora de escurrir el bulto), pues en realidad la perseguían por su independentismo desacomplejado.

Ni dimitió ni la obligaron a dimitir, pues contaba (y sigue contando) con un notable apoyo entre un nutrido sector de militantes y votantes de Junts (se calcula que un 40% de ese colectivo se ha tragado el timo del lawfare, y a él se agarra nuestra heroína para seguir dando la chapa).

El caso es que la giganta se fue creciendo cada vez más –si tal cosa era posible, y parece que sí– e incrementó sus niveles de intransigencia con el enemigo, hasta el punto de poner en duda la eficacia de la amnistía prometida por Pedro Sánchez y desconfiar de ella más que los de la CUP (sobre los que volveremos próximamente, dado su anunciado proyecto de refundación, que promete diversión de la buena).

Así fue perdiendo la confianza de su jefe, quien la mimó durante años, hasta que se dio cuenta de que le había salido la criada respondona (mientras la criada de la criada, Aurora Madaula, se convertía en un nuevo grano en el culo con sus difusas acusaciones de acoso de todo tipo por parte de sus compañeros de Junts). También perdió la de su (supuesto) segundo de abordo, Jordi Turull, que es ahora el delfín preferido del Hombre del Maletero. Es evidente que estamos ante una confrontación entre fanáticos, pero parece que hasta en ese colectivo lamentable hay clases.

En principio, a Puigdemont y Turull la amnistía les parece bien, probablemente porque les da ocasión de sacar pecho y aparentar que no son tan irrelevantes como creemos algunos. Borràs, por el contrario, no ve las cosas tan claras, tal vez porque hasta el beato Junqueras le ha recordado que una cosa es que te persigan por patriota y otra, por mangante.

Y así hemos llegado a una situación con pinta de cisma en el partido de Cocomocho, donde no parece saberse muy bien qué hacer con Borràs: si se deshacen de ella (y de sus fieles Madaula y Dalmases), ese 40% de fans puede rebotarse y propiciar el nacimiento de un nuevo partidillo soberanista, atomizando a los votantes y haciendo perder fuelle al independentismo, como puede suceder también si cuaja esa lista cívica que se ha sacado de la manga Dolors Feliu y a la que podría apuntarse la siempre contrariada Clara Ponsatí. Como diría Lenin: ¿qué hacer? ¿Nos quitamos de encima al clan de los Borrasone o pechamos con él para no perder los votos de sus hooligans?

Laura Borràs representa claramente a los irredentos del independentismo. Pese a sus soflamas al respecto, Aragonès, el beato Junqueras y casi toda ERC son conscientes de que la independencia del terruño ni está ni se la espera, y que a lo máximo que se puede aspirar es a cortar el bacalao en Cataluña y a hacer como que se es influyente en España.

Pese a sus declaraciones de cara a la galería (se deben a su público, como todos los políticos procesistas), Puigdemont y Tururull se parecen al beato más de lo que quisieran: también ellos se han dado cuenta de que la independencia es una quimera y de que lo que toca es pillar lo que se pueda aquí y ahora. En ese sentido, una amnistía no está nada mal. No es que se fíen mucho de las promesas de Sánchez (algo de lo que no se les puede echar la culpa: ya están viendo el camino que lleva la oficialidad del catalán en Europa, o el triste estado de Podemos), pero saben que no hay nada que rascar con el PP, aunque digan que igual les da por sumarse a sus propuestas para complicarle la vida al PSOE en su nueva legislatura.

Por mucho que aseguren no haberse movido ni un centímetro de sus aspiraciones, Puchi y su fiel Tururull han empezado a recorrer el camino ya emprendido por su odiado beato Junqueras, con lo que la actitud radical e irredenta de Borràs y sus palmeros comienza a resultar levemente molesta (entre otros motivos porque ni ellos se tragan la teoría del lawfare en lo que afecta a la antes querida giganta del pino).

Cabe la posibilidad, eso sí, de que la famosa amnistía sea, en realidad, una trampa más del maquiavélico Pedro Sánchez, que puede haber encontrado en ella una manera de sembrar cizaña en el independentismo a fuerza de fomentar sus disensiones internas y convertirlo definitivamente en lo que ya lleva tiempo camino de ser: un sindiós de todos contra todos en el que el supuesto enemigo común pasa a un segundo plano ante la urgencia de desintegrar al presunto compañero de lucha por la libertad. De ser cierta esta teoría, podríamos estar ante un intento de repetir la brillante jugada ya efectuada contra Podemos, partido al que entre Sánchez y su amiga Yoli Puñales han convertido en una sombra de sí mismo (si es que alguna vez fue algo, lo que tampoco está muy claro).

Con el señuelo de una amnistía que vaya usted a saber si acaba llegando, se habría insertado en el independentismo un caballo de Troya que lo empequeñeciera aún más y lo hiciera más inútil de lo que ya es. A fin de cuentas, convertir a apestados en socios que al cabo de un tiempo recuperan su condición de apestados es una táctica a la que Sánchez muestra cierta propensión y que es perfectamente compatible con los intentos de un juez de colgarle a Cocomocho la llufa de terrorista.

Igual me excedo con el maquiavelismo resiliente del presidente del Gobierno, pero es que, a estas alturas, ya me espero cualquier cosa de él. Y una vez obtenidos los siete votos de Junts que necesitaba para su coronación, ¿por qué habría de seguir bailándoles el agua cuando puede contribuir a su destrucción con esa amnistía que, en el fondo, se la sopla tanto como el uso del catalán en las instituciones europeas?

Al picar el anzuelo, Puchi ha dejado de ser el Gran Guardián de las Esencias Patrias y ya hay quien empieza a acusarlo de traidor y botifler (denuestos que el beato Junqueras lleva años encajando y que le entran por una oreja y le salen por la otra, ya que lo único que le mueve es la posible destrucción de Junts para quedarse en exclusiva con el voto lazi). El beato lleva ventaja en las cuestiones prácticas del Gran Tema. A Puchi le crecen los enanos y hasta las gigantas. Y si el independentismo se atomiza y pierde fuerza en Cataluña y en España, mejor para Sánchez (y para la mayoría de catalanes y españoles).

Solos o con ayuda exterior, los adalides del independentismo, pese a sus bravuconadas, se están metiendo en una coyuntura en la que pueden pintar muchos bastos para su futuro inmediato.