Desde que se convirtió en un personaje fundamental para que Pedro Sánchez pudiera conservar su querido sillón, Carles Puigdemont se nos ha venido arriba y se ha crecido mucho, interpretando a la perfección el célebre papel del piojo resucitado. Andaba el hombre por Flandes, muerto de asco, cuando le bajó Dios a ver en forma de un político español carente de ética y principios que lo necesitaba para eternizarse en el cargo y que le prometió el oro y el moro con tal de contar con su apoyo: de ahí esa amnistía con la que discrepan las tres cuartas partes del país al que se supone que representa el actual líder del PSOE (a ver lo que queda del partido cuando decidan eliminarlo: yo, por si acaso, ya empezaría a conspirar para derrocarlo).

Convenientemente subido a la parra, Puchi se muestra exigente y desafiante, sobre todo desde que los de la revista Político lo han elegido (Dios les conserve la vista) como una de las 28 personalidades más influyentes de la Europa actual, situándolo en el número dos de su lista de disruptores (signifique eso lo que signifique; intuyo que algo en la línea del término catalán torracollons). En la línea de conducta que ha elegido, no hay lugar para el agradecimiento, solo para la amenaza y el chantaje permanente. Sánchez debería haber sido consciente de que los chantajistas nunca se conforman con el primer sablazo y siguen a lo suyo una vez has cometido el error de hacerles caso, así que ya se puede ir preparando para lo que vendrá después de la amnistía (si es que ésta llega a buen puerto, lo cual está por ver): de momento, una reunión en Ginebra este sábado con la presencia de un mediador internacional cuya identidad aún se desconoce; y luego, supongo, un nuevo referéndum de autodeterminación, unos milloncejos de deuda histórica y, como dirían los hermanos Marx, también dos huevos duros.

Se siente tan fuerte el fugitivo que hasta amenaza a su benefactor con sumarse a una posible moción de censura del PP (con la que podría cargarse, para empezar, los Presupuestos Generales del Estado), pero aprovecha para ponerles deberes a los de Feijóo. Concretamente, que dejen de tratarlo como a un terrorista (aparentemente, no le basta que dejen de considerarlo el majadero que en realidad es) y le doren un poco la píldora (y no se pierdan la coartada ética: en relación a Israel, Junts se siente más cercano al PP que al PSOE). El nuevo Gobierno español se acaba de estrenar y uno de sus principales valedores ya empieza a plantearle problemas y exigencias y a dedicarle constantes desplantes, una actitud que se ha contagiado a Miriam Nogueras, Patrícia Plaja, Pere Aragonès, Gabriel Rufián, el beato Junqueras y otras lumbreras del lazismo.

¿Estamos ante una situación vergonzosa como españoles? Sin duda alguna. Pero no es menos cierto que también se trata de algo que se veía venir y que podría haberse evitado con uno de esos pactos de Estado que en España ni se contemplan, aunque su principal virtud sea evitar el fichaje de indeseables para conseguir los objetivos deseados.

En ese sentido, Sánchez tiene lo que se merece (o, como dice el refrán, quien con niños se acuesta, meado se levanta). Fue Sánchez quien, movido por la necesidad y la falta absoluta de escrúpulos morales, le aplicó la respiración asistida a Puigdemont, que se estaba convirtiendo rápidamente en un cadáver político que no habría entrado en la lista de disruptores de no ser porque, de repente, pasaba de apestado en busca y captura a interlocutor válido para un trepa empeñado en conservar el poder a cualquier precio. Gracias a la ambición del actual presidente del Gobierno español, un has been irrelevante se ha convertido en un disruptor imprescindible y un chantajista insaciable que lo tiene agarrado por los cataplines y hasta lo amenaza con sumarse a la competencia si no se comporta como es debido y no hace lo que se le exige.

El espectáculo es, ciertamente, asqueroso y deprimente, pero no es Cocomocho el personaje más despreciable de la trama, sino quien ha recurrido a él en beneficio de sí mismo y de los sicofantes que le deben el cargo (con la excusa, encima, de contribuir a la convivencia entre los españoles, incluidos los que no quieren serlo). A fin de cuentas, lo único que hace Puchi es aprovecharse de una situación que le favorece y que le permite, momentáneamente, hacer como que pinta algo en el panorama español y europeo. Sabe que Sánchez lo eliminaría como a los de Podemos si se lo pudiera permitir, así que, mientras no se lo pueda permitir, hay que sacarle hasta las tripas: estos dos se merecen mutuamente, aunque la mayoría de los ciudadanos de este país no nos merezcamos a ninguno de los dos.