A los socialistas catalanes les encanta blasonar de que son un ente autónomo con respecto al PSOE y, por consiguiente, toman sus propias decisiones, que pueden coincidir o no con las del partido hermano. El problema de esa supuesta independencia catalana del socialismo español es que se ejerce según y como y cuando conviene.
No hay unas reglas establecidas: lo mismo se opta ahora por la obediencia perruna a Pedro Sánchez en el tema de la amnistía que se pusieron pegas en su momento, cuando la aplicación del bendito artículo 155, al control de TV3, que era entonces (y sigue siendo ahora) el principal ingrediente del aparato de agitación y propaganda del régimen lazi.
Es más, si nos fijamos un poco, veremos que los principales casos de disensión con el PSOE son los referentes a cuestiones nacionalistas, con las que el PSC siempre se ha mostrado extremadamente comprensivo, no sé si por el síndrome de Estocolmo que le inoculó Jordi Pujol a principios de su largo mandato, cuando siempre se las apañaba para hacer sentir a los sociatas que no eran lo suficientemente catalanes, o porque en su seno habitan abundantes catalanistas que no siempre tienen claro dónde están los límites de dicho catalanismo.
Hace años, a Raimon Obiols se le escapó lo de que, si la independencia de Cataluña se pudiera lograr apretando un botón, él lo apretaría. Y, en los últimos tiempos, no han escaseado los ejemplos de tránsfugas del PSC que se pasan al lazismo, como Quim Nadal, el Tete Maragall o el consejero Elena (y no incluyo en la lista a Toni Comín porque ese es un profesional del transfuguismo de medro y lucro que se fugaría de sí mismo si fuera posible y le garantizara un futuro mejor).
Ciutadans nació precisamente por eso, por la excesiva comprensión, rayana en la complicidad, que el PSC mostraba hacia los nacionalistas. Pero, a efectos prácticos, puede que esa actitud de nuestros sociatas –que a mí me da cierta grima– sea la adecuada para llegar a la presidencia de la Generalitat: no hay más que ver el estado pujante del PSC y compararlo con el aspecto moribundo que ofrece lo que queda de Ciutadans.
Es posible que lo que a mí (y a bastantes más) nos molesta del PSC sea lo que va a convertir a Salvador Illa en el próximo presidente del Gobierno autónomo, si hemos de hacer caso a esas encuestas que lo sitúan en una posición inmejorable para conseguirlo. O sea, que una cosa es lo que yo y muchos otros pensemos y otra, la manera más directa de llegar al poder en Cataluña.
Personalmente, creo que el PSC debería haber disentido del PSOE a la hora de aprobar alegremente una amnistía para Cocomocho y su pandilla, no en vano fuimos los catalanes no independentistas (mal llamados unionistas) los que más sufrimos los delirios de la cuadrilla de enajenados que, un ya lejano 1 de octubre, escucharon un mandato popular que no había oído precisamente todo el mundo.
Pero igual, a un nivel práctico, apuntarse ipso facto a la amnistía para los golpistas nostrats haya sido la manera más inteligente de subir en las encuestas: haciendo compatible una supuesta convivencia dentro y fuera de Cataluña con las esporádicas afirmaciones de españolidad que practica Salvador Illa, tal vez se consigan más votos que adoptando una actitud como la de los Ciutadans de la primera hornada.
El lazi medio está frustrado, aburrido y, sobre todo, cansado (y ya no se fía de los que le prometieron la independencia exprés, esa que se consigue apretando un botón o sonriendo mucho). La juventud –divino tesoro en general y del independentismo en particular– se está descolgando del prusés con alarmante velocidad. De eso se da cuenta todo el mundo y se da cuenta el PSC, que, con un uso inteligente de su célebre síndrome de Estocolmo, tal vez aspira a pillar los votos de esos lazis frustrados, aburridos, cansados y sin descendencia patriótica que se han hartado de votar a Junts o a ERC (que, encima, pactan con los españoles) y pueden decantarse en las próximas elecciones por un partido que ponga un poco de orden y que, aunque no sea todo lo catalán que debería, tampoco deja de serlo (véase su apoyo sin fisuras a la amnistía) y, además, tiene línea directa con quien manda en Madrid, no como los separatistas, que, se pongan como se pongan, siguen viéndose obligados, de una u otra manera, a pedir audiencia cada vez que se les rompe alguna tripa.
El PSC va a aprovechar la innegable decadencia del lazismo (aunque los votos de Puchi hayan sido decisivos para investir a Sánchez, su partido se desmorona a diario en las encuestas) para presentarse como un partido catalán de gente seria, formal y fiable que no está para hacer volar palomas (si se me permite la catalanada). Con lo que, entre su parroquia habitual, los procesistas hastiados y los que igual acabamos votando a los sociatas porque las demás opciones nos dan todavía más asco, igual tenemos a Illa de presidente antes de lo que nos pensamos todos (la debilidad de la Administración Aragonès permite intuir que las próximas elecciones autonómicas se acaben celebrando antes de la fecha prevista).
Conclusión: aunque a mí me chirríe la actitud general del PSC, no me extrañaría nada que fuese la más adecuada para llegar al poder. Y con mi colaboración en las urnas, previa colocación de la preceptiva pinza en la nariz.