Aunque Junts y ERC compartan el chantaje al que están sometiendo a Pedro Sánchez para que este consiga seguir llevándonos a todos por el camino del progreso y la concordia, lo cierto es que siguen a la greña y parecen haberse apuntado a una carrera para ver qué partido es más independentista, más patriótico y más eficaz. Se afean mutuamente, incluso, sus respectivas tácticas chantajistas. Para Junts, la de ERC es inútil, entreguista y tirando a botiflera; para ERC, los de Cocomocho deliran con la tranquilidad que les da vivir, física o mentalmente, en el quinto pino, desde donde la carta a los Reyes Magos puede inflarse a voluntad. Juraría que la batalla moral (si es que puede hablarse de tal cosa con este personal lamentable) la va ganando Puigdemont, del que hay que reconocer que, como chantajista, es insuperable: para empezar, la amnistía; luego, el nuevo referéndum de autodeterminación; y, ya que estamos, no nos olvidemos del dinerito: según él, España nos debe cerca de 500.000 millones de euros en concepto de deuda histórica. Ante semejante andanada, al Petitó de Pineda no le ha quedado más remedio que contraatacar de la manera habitual en el nacionalismo: sobreactuando.

Aunque todos sabemos que ERC ya se apaña con la amnistía, Aragonès, para no ser menos que su Némesis de Waterloo, se ha apuntado también a lo del referéndum (y supongo que tampoco le hará ascos a la millonada de la deuda histórica o, más bien, histérica). Y así hemos entrado en una pugna nacionalista interna para ver quién es más indepe; o sea, quién exige más cosas para que Sánchez pueda seguir de presidente cuatro años más. Con lo cual se corre el riesgo de que la avaricia rompa el saco y al final ni Sánchez, dispuesto a casi cualquier cosa para salvarnos del fascismo, sea capaz de seguir tragando quina y se suba los pantalones para decir que hasta aquí hemos llegado. Nuevas elecciones y que sea lo que Dios (o a ser posible, Tezanos) quiera.

La pugna entre un majareta de verdad (Puchi) y uno que solo aparenta serlo (Aragonès) suele ganarla el primero porque es más sincero en su delirio, con lo que se gana el favor de los hiperventilados (aunque en estos momentos haya en Waterloo ciertos problemillas con los miembros de la Asamblea de Representantes del Consejo de la República, chiringuito comandado por el brillante arribista Toni Comín –todo un carrerón el suyo, ¡y de una coherencia admirable!: del PSC a Junts pasando por ERC—, al que acusan de autoritario, de tirar el dinero en guateques patrióticos y de favorecer económicamente a amiguetes no identificados), de los incansables, de los obsesivos y de los monomaníacos. Por mucho que Aragonès dé por hecha la amnistía, se apunte al referéndum o reivindique la deuda histérica, hay algo postizo en su discurso, algo encaminado a desactivar al rival que se le está comiendo la merienda. Si en Junts dicen que su apoyo a Sánchez está muy verde, en ERC contraatacan afirmando que el suyo todavía lo está más. Si Puchi insiste en que el PP le tiene manía, Aragonès asegura que el PP le odia no solo a él, sino a Cataluña entera. Y así sucesivamente. Hasta que uno llega a la conclusión de que puede que odien a España, pero se detestan mucho más entre ellos. Y que, aunque pretendan hablar en clave estatal, lo que realmente les preocupa es poder controlar el gobiernillo de Cataluña, sea esta una nación independiente o una comunidad autónoma española. Más que nada, porque si su prioridad auténtica fuese la independencia del terruño, no andarían todo el día a la greña y haría años que habrían formado frente común ante el Estado opresor.

Estamos, pues, ante un sainete de muy baja estofa en el que lo que importa a sus protagonistas son los cargos, el dinerito y salirse de rositas del grotesco golpe de Estado de octubre del 17. Un sainete, por cierto, muy parecido al que están representando actualmente en el ámbito español Sánchez y Núñez Feijóo, aparentemente preocupados por el futuro de la patria, pero centrados en el fondo en cortar el bacalao durante los próximos cuatro años. En ambos casos, la preocupación por el ciudadano y sus problemas de subsistencia brilla por su ausencia. De ahí, creo yo, que se vayan extendiendo el asco generalizado, el hastío o el desinterés entre los votantes, hartos de una gente que dice unas cosas mientras piensa en otras. Mande quien mande, parecen intuir cada día más catalanes y españoles, a mí me seguirán dando por saco. ¡Penoso panorama el que nos pintan los cantamañanas a los que votamos!