Ha costado un poco, pero parece que, finalmente, Laura Borràs ha entendido que debía abandonar su cargo de presidenta del Parlamento regional. La perseguían desde hace tiempo las acusaciones de haberse marcado unas corruptelas en beneficio de un amigo algo turbio cuando estaba al frente de la Institució de les Lletres Catalanes, pero ella no se daba por enterada y achacaba la acción de la justicia a la inacabable represión que sufren los independentistas catalanes desde la aplicación del 155, tras el show lazi de octubre de 2017. Al final, y sin necesidad de recurrir a la grúa municipal o a los de Desokupa, Laura ha aceptado su destino y, magnánimamente, se ha rendido a la injusticia y el abuso de poder de los españoles y la actitud entreguista y pusilánime de sus compañeros de filas. Evidentemente, no podía hacer mutis por el foro con cierta discreción y ha tenido que largarse dando la impresión de que lo dejaba todo atado y bien atado eligiendo a su sucesora, una talibana de su cuerda que atiende por Anna Erra i Solà (Vic, 1965) y que lleva desde el 2015 de alcaldesa de la ciutat dels sants, gran refugio de lazis y meapilas, gracias a un acuerdo con el PSC (al que, como de costumbre, Dios le conserve la vista).
Laura nunca nos decepciona y tuvo que dar la nota hasta en la reunión del partido del pasado martes en la que se abordaba su sucesión. Como la sede de los neoconvergentes está por la Sagrada Familia, zona complicada para aparcar, estos suelen hacerlo en una callecita peatonal de la zona, y nuestra Geganta del Pi no es una excepción. La tarde de autos, aparcó el ídem en esa callecita, se metió en la reunión y dejó que su escolta se apañara con el guardia urbano que pretendía ponerle una multa (a ella y a otro mandamás de Junts x Puchi que también había aparcado donde no debía). El escolta tiró de credencial, el guardia se amilanó y Laura se libró de la multa: lo que viene siendo una conducta ejemplar y la muestra innegable de que no todos somos iguales en este mundo, ya que a cualquier otro que hubiese hecho lo mismo que la señora Borràs, le habría caído el preceptivo multazo. La verdad es que no me coge por sorpresa: alguien que cree tener derecho a trapichear en beneficio de un compadre narcotraficante también debe estar convencida de que puede aparcar donde le salga del moño, y si hay problemas, pues se recurre a la vieja y acreditada fórmula, “Usted no sabe con quién está hablando”, (¡y por persona interpuesta!).
Anna Erra parece la sustituta ideal de nuestra heroína. Lazi de piedra picada, se ha distinguido siempre por sus exabruptos antiespañoles y milita en esa línea dura del nacionalismo donde también destaca Marta Madrenas, exalcaldesa de Girona elegida por Puchi para presentarse a las próximas elecciones generales. En el 2019, la señora Erra tiró un poco de dinero público colocando por Vic unos megáfonos que emitían propaganda indepe, lo que le granjeó ser acusada de prevaricación y malversación. Al año siguiente, concretamente en febrero del 2020, alumbró otra ideaca genial: urgir a sus conciudadanos a que no se dirigieran en castellano a las personas cuyo aspecto les hiciera pensar que no eran del todo catalanas. ¿Excusa? La de siempre: usar el castellano discrimina al noble inmigrante que no ha venido a Cataluña a ganarse la vida, como pueden pensar los resentidos de siempre, sino a aprender nuestro bello idioma y a enraizarse en nuestra milenaria cultura. Con cacicadas como estas, en un partido normal te cavas la propia tumba, pero en Can Puchi prosperas que da gusto verte. Y ahí la tenemos ahora, como inminente sucesora de Laura Borràs, quien, dentro de la desgracia, se sale bastante con la suya: hasta le ha pedido a Erra que elimine del reglamento el artículo 25.4, que impone la destitución para cualquier diputado del parlamentillo regional en cuanto se le abre juicio oral por corrupción (y que introdujeron en el 2017, por cierto, la CUP y los compinches de la propia Laura). No contenta con echar una manita a futuros corruptos, nuestra Laura ha declarado que su intención con tal medida es “dignificar la institución”.
Fiel a sí misma, Laura Borràs cierra con broche de oro su brillante hoja de servicios: tras las corruptelas siempre negadas, se dedica a esquivar las multas y a facilitarles la existencia a los futuros mangantes de su cuerda en una peculiar muestra de solidaridad entre corruptos patrióticos de ayer, hoy y mañana. Laura se va, pero lo hace a su manera: arrogante, displicente, sobrada, mandona y convencida de que la Cataluña catalana la necesita. Estamos ante una mujer que, a su peculiar manera, es de una coherencia aplastante.