Según como se mire, Unidas Podemos puede ser una catástrofe permanente de la llamada nueva izquierda (yo, como soy un socialdemócrata rancio, prefiero la de toda la vida: me quedé en Jorge Semprún) o una fuente de entretenimiento y honesta diversión gracias a las ideas de bombero que emanan a cascoporro del cerebro privilegiado de sus dirigentes. Todo depende de con qué humor te has levantado ese día. Como llevo unos días en los que, como decía aquella canción de cuando la Movida, me siento italiano y musical, estoy disfrutando mucho de las últimas actividades del partido de Ione Belarra e Irene Montero.

La primera estuvo particularmente inspirada cuando anunció su voluntad de ilegalizar a Desokupa, la compañía de Dani Esteve que, previo pago de su importe, te echa a los intrusos de casa sin que, hasta ahora, hayan matado a ninguno. A Belarra le parecen unos nazis que se ceban con los menesterosos y necesitados. Yo, como socialdemócrata etcétera, juraría que solo obedecen a la ley de la oferta y la demanda. Y que su clientela es gente desesperada a la que la justicia y la policía españolas dejan tirada en vez de resolverles el problema. No descarto que Dani y sus muchachos sean unos matones, pero también lo son en muchos casos los okupas a los que suelen impresionar tanto con su contundente presencia que estos no tardan mucho en hacer el hatillo y partir en busca de un nuevo alojamiento. Si las cosas funcionaran correctamente, Desokupa tendría que chapar por falta de clientes. Así pues, querida Ione, ¿no crees que tal vez sería mejor solucionar el problema de la okupación, distinguiendo entre genuinos necesitados y jetas extraordinarios, antes de ilegalizar a nadie? Es tan solo una idea: dale unas vueltas.

Irene Montero también ha estado sembrada recientemente. En un mitin en Valencia, no se le ocurrió nada mejor que definir a su candidata a las municipales, Pilar Lima, como “sorda, bollera y feminista”, que son, al parecer, tres virtudes inapelables a la hora de llegar a alcaldesa. Hay que reconocer que supera a Ada Colau cuando nos dijo que era “pobre y bisexual” (se olvidó de añadir que, pese a las apariencias, también era negra), pero me parece una manera un poco bestia de describir a alguien, aparte de imprecisa: la señora Lima, caso de ganar, no sería la primera mandamás política homosexual (¿alguien se acuerda de Rita Barberà o no cuenta porque era de derechas?) y, además, la sordera, aunque sea fingida, es común entre alcaldes y políticos en general. Eso sí, la sentida descripción de la señora Lima va en la misma línea que el eslogan elegido por Unidas Podemos para las elecciones madrileñas: “Madrid es la hostia”. ¿Se referirán a esto los anglosajones cuando hablan de A touch of class? No estoy muy seguro. Y, además, la frase se presta a diversas interpretaciones, ya que decir de alguien o algo que es “la hostia” no siempre tiene connotaciones positivas.

De todos modos, la ocurrencia estelar de los últimos días le corresponde, como ya viene siendo costumbre, a la secretaria de Estado del Ministerio de Igualdad, Ángela Rodríguez, alias Pam. Si no me equivoco, fue ella la que anunció la creación de una app destinada a controlar el trabajo doméstico de hombres y mujeres en los hogares españoles. Yo ya sé que mis congéneres son dados al escaqueo, pero no sé si cronometrarlos es la mejor manera de ponerlos en su sitio. Los más cínicos, cuando la parienta les muestre la app que demuestra que no han dado un palo al agua en todo el día, pondrán cara de “A mí, que me registren”, se darán la vuelta en el sofá y seguirán echando la siesta. A no ser, claro está, que Pam haya pensado en medidas punitivas para los vagazos, como la súbita irrupción en sus hogares de unos GEOS feministas que agarren al holgazán de turno, lo pongan boca abajo y utilicen su cabeza para fregar el suelo.

Si uno se ha levantado de mal café, es muy probable que todas las chorradas (perdón, iniciativas) de Unidas Podemos le sienten como un tiro, pero si, por el contrario, amanece uno de cierto buen humor, es probable que las encuentre hasta entretenidas. En uno u otro caso, pensemos que Belarra, Montero y Pam no dan mucho de sí, las pobres, y hacen lo que pueden por recordárnoslo constantemente, dando muestras de un gran sentido autocrítico. Solo por tanta sinceridad ya merecen ser tratadas con cierta consideración, ¿no creen?