A su paso por Barcelona —un alto en el camino de una de sus giras como conferenciante internacional, chollo al que suelen entregarse los masters of the universe jubilados—, Barack Obama (o su séquito) fue abordado por Pere Aragonès, presidente de la Generalitat, quien solicitaba audiencia con el exmandamás de los Estados Unidos. No resulta difícil imaginar la conversación de Obama con sus allegados:
—¿Y este quién es y qué pretende?
—El gobernador de la región, señor. Y, por lo que nos han contado, un liante de nivel cinco que quiere darse aires a su costa. Es independentista, como los de Texas, y dejarnos ver con él solo puede traernos problemas con el Gobierno español.
—Pues que le den morcilla, que Steven y yo nos vamos a Montserrat, aunque ninguno de los dos somos católicos. Me han dicho que la montaña mola mazo.
Esta breve conversación es, evidentemente, apócrifa, pero no me negarán que resulta verosímil. Y siempre es mejor visitar un templo de la cristiandad que aguantar la chapa de un quejica profesional. Así pues, para Montserrat se fueron el político y el cineasta (y Michelle, ni chistar, que ya se había divertido bastante la víspera haciéndole los coros a Springsteen en su Glory days). Curiosamente, el principal damnificado de la experiencia montserratina no fue Barack Obama, sino Steven Spielberg, a quien el prior pilló por banda para sugerirle una película inspirada en el monje Bonaventura Ubach i Medir (1879-1960), con la coartada de que el cura en cuestión era lo más parecido que teníamos por aquí a Indiana Jones (de hecho, esa teoría procede del escritor Martí Gironell, quien, durante la promoción de su novela L'arqueòleg dedicada a Ubach y sus viajes por Oriente, de donde salió la colección de sarcófagos y papiros egipcios que se encuentra en el monasterio, fue el primero en sacarse de la manga las posibles vidas paralelas del monje de Montserrat y el profesor Jones).
Obama se libró de la previsible tabarra a cargo del Petitó de Pineda, pero Spielberg no tuvo la misma suerte con el prior de Montserrat, empeñado en convertir a un notable estudioso del mundo árabe en un héroe de acción. Igual pensaba el hombre en la visita de Heinrich Himmler a Montserrat en octubre de 1940, buscando el Santo Grial que la Ahnenerbe (el departamento de chaladuras esotéricas de las SS que él mismo había creado) creía haber detectado en nuestra montaña sagrada (esa que, según le oí decir un día a Mikimoto, irradia catalanidad). Cuando Himmler llegó a Montserrat, el párroco Ubach tenía ya más de 60 años, pero también es verdad que Harrison Ford ha rodado la quinta entrega de las aventuras de Indiana Jones recién convertido en octogenario. En cualquier caso, en la mente algo confusa del prior, el difunto monje orientalista era el personaje ideal para un nuevo blockbuster de Hollywood: no puedo dejar de pensar en la cara de pasmo de Spielberg ante la propuesta, como si no hubiera hecho ya bastante siendo judío y visitando un monumento icónico del catolicismo. Imaginemos la conversación posterior entre Spielberg y Obama:
—Yo por aquí no vuelvo, Barack. Me ha pillado un cura y me ha dado una chapa tremenda sobre un supuesto Indiana Jones que tuvieron en el monasterio y que, según él, me daría para una franquicia millonaria.
—No te quejes, Steve, que yo he tenido que darle esquinazo a un político local muy mal visto en España que no sé para qué pretendía liarme, aunque intuyo que para nada bueno.
—Quedémonos con lo bueno, Barack. Hemos comido como reyes y las parientas se lo han pasado chachi piruli cantando con el Boss. Ah, y nos han jaleado por las calles de… ¿Milán? ¿Dubrovnic?
—Barcelona, Steve, Barcelona. La del hit de Freddie Mercury…