El racismo es un sentimiento muy feo que debe combatirse con energía y decisión. Hasta ahí, (casi) todos coincidimos. Por eso, en principio, el acuerdo alcanzado por ERC, PSC, Junts x Cat, la CUP y los comunes (con el respaldo del Colegio de Periodistas, el Sindicato de Periodistas de Cataluña y el Grup Ramon Barnils, vaya tres patas pa un banco, por cierto) para desterrar el racismo de la campaña electoral de las inminentes elecciones municipales sería razonable, justo y necesario. El problema es que las preocupaciones antirracistas de los conjurados se limitan a los ciudadanos venidos de allende nuestras fronteras; a los que no son exactamente de aquí, pero llevan tanto tiempo que es como si lo fueran, se les puede seguir haciendo la vida imposible y someterlos a todo tipo de burlas, desprecios y humillaciones (véase el caso de la señora gallega que lleva toda la vida vendiendo chuches y a la que ahora insultan los indepes porque aún no ha aprendido catalán; o el de los descendientes de emigrantes andaluces o murcianos, carne de chiste malo para los siniestros humoristas de TV3, como pudo comprobarse con el gag de la Virgen del Rocío a cargo de Toni Soler y Jair Domínguez, que no era una broma sobre la religión católica, sino una muestra de odio a los andaluces en particular y a los españoles en general).

Hacer comentarios despectivos sobre los magrebíes es, para nuestros políticos (y para cualquier persona decente), algo intolerable, pero chotearse de los castellanoparlantes es un ejemplo admirable de la libertad de expresión y del legendario sentido del humor que nos distingue a los catalanes desde la prehistoria (por no hablar de nuestra encomiable simpatía). Para nuestros políticos biempensantes hay, pues, dos varas de medir a la hora de abordar el racismo: los menas son sagrados, pero a los devotos de la Virgen del Rocío o a las yayas gallegas que venden caramelos en castellano se les puede hacer la vida imposible sin sentirse en absoluto culpable ni darse cuenta de que es una muestra de racismo local deplorable (intuyo que los de la Plataforma per la Llengua que espían a los niños en el patio del colegio para ver en qué idioma se comunican no tienen ningún problema al escuchar palabras en árabe, pero se les ponen los pelos como escarpias si oyen demasiadas en castellano).

El pacto de nuestros políticos antirracistas, pues, es pura hipocresía y simple gesticulación de cara a la galería. Y es, también, una muestra de cinismo tirando a repugnante. Ese pacto oculta, además, una maniobra anti-Vox, partido al que se excluye del diálogo político con la excusa de que se trata de una formación de extrema derecha. Efectivamente, lo es y sería mejor que un partido como Vox no existiera, pero existe, hay gente que le vota y, sobre todo, aunque no nos guste, es un ejemplo más de la extensión de la extrema derecha por todo Occidente, contrariedad con la que hay que pechar como buenamente se pueda. En nuestro caso, porque Vox, aunque nos reviente, es un partido legal carente de escuadrones dedicados a quemar contenedores y sembrar el caos en nuestras ciudades (como sí hace Arran, el frente de juventudes de la CUP) y cuyas huestes, de momento, aún no desfilan, en pantalón corto y con el brazo en alto, por el paseo de Gràcia mientras claman por el exterminio de moros y judíos. Aislar a Vox, eso sí, sirve para sentirse mejor persona, de la misma manera que si te subes encima de un muerto pareces más alto.

Aparentar que combates el racismo mientras no haces nada para evitar que sigan vigentes términos tan despectivos como charnegos o panchitos es hipocresía pura, sobre todo en el caso de los partidos independentistas, firmes partidarios del racismo interior y del desprecio hacia los catalanes impuros (aunque sean la mayoría de la población). Es triste ver que el PSC ha vuelto a meter la pata en este asunto, pero tampoco constituye ninguna sorpresa, dada su tendencia gallega a no dejar nunca claro si suben la escalera o la bajan. Ya sé que es difícil resistirse a la tentación de sentirse mejor persona de lo que se es a costa de la extrema derecha, pero el acuerdo habría tenido mucha más lógica sin el PSC y los comunes: yo creo que con los fachas catalanes de ERC, Junts y la CUP la cosa iba que chutaba.