Como era de prever, los héroes de la república recién indultados ya han dado inicio a su tournée triunfal por la Cataluña catalana. La cosa empezó --¿dónde, si no?-- en TV3, donde los señores Forn y Rull (sin sus inseparables Turull y Tururull) recibieron un completo masaje en el programa FAQS, y continuó ayer con sendas recepciones fastuosas en el palacio de la Generalitat y el parlamento catalán. Intuyo que lo de TV3 no ha hecho más que empezar --aunque ahora el jefe de informativos está muy ocupado convirtiendo a los miembros del Tribunal de Cuentas en una pandilla de facinerosos y corruptos de extrema derecha, como pudo comprobarse hace un par de días en el TeleNotícies-- y que los presidiarios acabarán saliendo hasta en los programas deportivos y en el Club Súper 3.

De momento, la gira tiene un componente virtual, pues sus seguidores solo pueden disfrutar de su presencia en una pantalla o en unos edificios a los que no tiene acceso el común de los lazis. ¿No sería hora de ir preparando un contacto más cercano de los héroes con su pueblo? ¿No habría que ir dándole vueltas a la parte presencial del asunto, sobre todo ahora, que lo de la pandemia y las mascarillas y las distancias de seguridad parece que van remitiendo? Tampoco hay que inventar nada: basta con fijarse en ejemplos del pasado y aplicarlos a la coyuntura actual.

Puestos a encontrar un precedente adecuado, yo recurriría al de Javier Cárdenas y la gira por España que montó hace unos años de sus frikis favoritos, a los que montó en una furgoneta que él mismo conducía y los paseó por cuanta discoteca cutre se le puso a tiro (un grupo de campanillas que iba del delirante crítico de cine Carlos Pumares a los llorados Po Zí y Carmen de Mairena). Llegados al lugar del crimen, perdón, del show, mientras Cárdenas se quedaba en la barra tomando copas y controlando visualmente el mujerío, los miembros de la pandilla entretenían al respetable. Aunque no he encontrado material audiovisual al respecto, me consta que Pumares se dejaba preguntar por ciertas películas clásicas y que luego las ponía de vuelta y media entre impresionantes berridos de indignación y grandes aspavientos (ese papel lo podría interpretar Cuixart divinamente). Supongo que Po Zí farfullaba y que Carmen de Mairena se marcaba unas coplillas salpimentadas por su inacabable stock de groserías. La cosa, en cualquier caso, funcionó durante un tiempo y no consta que ningún espectador exigiera que se le devolviese el dinero.

Lo que quiero decir con este ejemplo es que la gente necesita ver de cerca a sus ídolos. De ahí la necesidad de meter a nuestros presidiarios favoritos en una furgoneta (que podrían conducir Quim Masferrer, Jair Domínguez, Peyu o Toni Albà, que tienen todos una gracia que no se puede aguantar) y lanzarlos a recorrer la Cataluña catalana para alegría y solaz de sus seguidores, que podrían pedirles autógrafos y hacerse selfis con ellos. Les bastaría con hacer de sí mismos y soltar discursos de esos que hacen arder el pelo. Y, además, teniendo en cuenta que están inhabilitados y que la recolocación puede tardar un poco, tampoco tienen nada mejor que hacer durante el verano y así se entretendrían y se sacarían unos eurillos.

Aprovecho la ocasión para añadir que no sé a qué espera el régimen para, siguiendo el ejemplo de esas asociaciones históricas que reproducen conflictos militares, organizar en pueblos y ciudades revisiones festivas de gestas como el referéndum ilegal o la 'batalla de Urquinaona', que tan felices harían a quienes participaron en ellas y a quienes se las perdieron, pero las tienen guardadas en un rincón de su corazoncito amarillo. La política no solo no está reñida con el espectáculo, sino que en Cataluña forma parte, prácticamente, de la industria del entretenimiento. Una industria que saldría reforzada con la gira de los presidiarios y las reconstrucciones históricas. Creo que en la Chene ya tardan en contratarme como asesor.