Cada año, por estas fechas, los noticiarios de TV3 se dedican a machacarnos con la inminencia de la Marató, versión contemporánea y nostrada de los célebres telethons de Jerry Lewis en la Norteamérica de los años 50 y 60. La de este curso está dedicada, cómo no, a la Covid-19 y se trata, como de costumbre, de que los buenos catalanes apoquinen para algo que debería figurar habitualmente en los presupuestos del gobiernillo, aunque éste siempre encuentra otros asuntos en los que invertir el dinero de una manera más del agrado del régimen (embajadas de chufla, alimentar a Puchi, engrasar la ANC, soltarle una pasta a la Plataforma per la Llengua, etc, etc).
La Marató de este año podría servir, incluso, para devolver el dinero que se despistó de los fondos contra el coronavirus hacia TV3 porque peligraba la continuidad de programas sin los que la vida del lazi medio no merecía ser vivida (cosas como el Polònia o el culebrón de la sobremesa, si mal no recuerdo). Si es que llegó a sisarse esa pasta, cosa que no tengo muy clara porque fue una de esas noticias que aparecen un día en la prensa y al siguiente ya no vuelve a saberse nada. Si a última hora se impuso la cordura y se encontró otra manera de contribuir al lucro patriótico de Toni Soler, no digo nada, pero si realmente se dedicaron tres millones de euros previstos para la pandemia a engrasar la maquinaria de agitación y propaganda de la Generalitat, la Marató de este año incrementaría de manera exponencial sus dosis habituales de cinismo.
Pasarle al pueblo las responsabilidades adquiridas por sus gobernantes puede parecernos discutible a algunos, pero los afectos al régimen lo encuentran estupendo porque a cambio de sus monises pueden mirarse al espejo y concluir que Som collonuts. Y si no les llega el presupuesto para una aportación considerable, siempre pueden adquirir El llibre de la Marató –en general, una serie de relatos sobre el tema escogido a cargo de unos cuantos paniaguados del régimen– o El disc de la Marató –habitualmente, versiones malas de canciones que ya lo eran originalmente a manos del star system musical local y algún artista foráneo deseoso de ser más apreciado en Cataluña. Así es cómo se ha colado este año el valenciano Francisco, un señor más bien de derechas y nada sospechoso de simpatizar con el soberanismo que ya ha sacado de quicio a los lazis más radicales, que amenazan desde las redes con no comprar el disco de marras (de momento, algo es algo, nadie se ha rebotado con Ladilla Rusa, el único grupo interesante de este año). Cada día, al final del Telenotícies Migdia, TV3 nos obsequia con una de las canciones de este año, tan espantosas como las de años anteriores y fácilmente encuadrables en ese pop baboso que tan bien se nos da a los catalanes desde los tiempos de Sau: no falta ni aquella chica del ukelele que nos dio la chapa todo el verano con lo de papará, papará mientras deambulaba por un entorno bucólico.
Agradecería un comunicado oficial declarando que no se despistó ni un euro del dinero anti-Covid en dirección a TV3, pero algo me dice que más vale que lo espere sentado.