Si observamos con perspectiva la trayectoria política de Eduard Pujol, llegaremos a la conclusión de que su gran momento, su instante de gloria, fue cuando declaró que lo perseguía por las calles de Barcelona un señor en patinete. Hubo todo tipo de teorías al respecto. La mía era que podía tratarse de un agente del CNI --probablemente, el mismo que había arrollado fatalmente a Muriel Casals con su bicicleta-- que preparaba un atentado contra una figura señera del régimen. Solo me chirriaba el vehículo utilizado para la ocasión, pero ahora, tras la caída en desgracia del señor Pujol por rijoso, pienso que no se trataba de un sicario del CNI, sino de un agente de los Mossos d´Esquadra destinado a impedir que nuestro hombre se lanzara a tocar culos en la vía pública. En caso de que Pujol se subiera a un autobús para, camuflado entre la masa, consagrarse a sus perversiones, el agente podría doblar el patinete, subirse al vehículo y, si al político se le iba la mano, asestarle un buen leñazo con su peculiar modo de transporte en todo el cabezón, que es de un tamaño considerable y hace casi imposible fallar.
Gracias a una trabajadora de Rac1, hemos descubierto que Pujol ya apuntaba maneras de acosador cuando estaba al frente de la emisora del señor conde de Godó. Con tales conocimientos, su discurso modelo Me too de hace unos meses en torno al caso Bosch se ve ahora como una muestra de cinismo insuperable. Pero lo importante es que nuestro hombre se ha quedado sin futuro por retrechero, cuando yo creo que no estaba nada mal situado en la línea sucesoria a la presidencia de la Generalitat. Pensemos que, para ser fieles a sí mismos, los post-convergentes necesitan encontrar a alguien más zote e inútil que Quim Torra, cosa nada fácil si uno se resiste a efectuar fichajes en el reino animal. En ese sentido, Pujol solo tenía dos contendientes a su altura (la del betún, exactamente): Albert Batet y Ramon Tremosa, quienes se acaban de librar de un adversario prácticamente imbatible. Como también nos salgan rana estos dos, habrá que recurrir a un chimpancé.
Cabe la posibilidad de que Puigneró rescate a Pujol para el programa espacial de la Generalitat, pues nadie le echará de menos si algo sale mal y el pobre se queda flotando en el espacio hasta el día del juicio, como les sucedía a veces a los cosmonautas soviéticos de los años sesenta, pero las aventuras interestelares de la república catalana están en mantillas y urge recolocar a un hombre que, perversiones aparte, ha mostrado siempre su inquebrantable adhesión al movimiento nacional: aún recordamos cuando se quitó de encima displicentemente a los que se quejaban de los retrasos en los quirófanos de la sanidad pública argumentando que por culpa de tonterías así nos desviábamos del objetivo fundamental, la independencia de la patria. Por regla general, el régimen cuida de los suyos --hasta a Cardús Junior lo han puesto a organizar los viajes (¿qué viajes y con qué objetivo?) de su jefe querido, el cesante Quim Torra--, pero me temo que Pujol no va a ser fácil de recolocar. El hombre eligió una mala época para dar rienda suelta a sus instintos lúbricos: en ERC aún no han acabado con ese Alfred Bosch al que él afeaba la conducta en sede parlamentaria y nadie quiere contar en sus filas con un émulo nostrat de Harvey Weinstein. Intuyo que algo acabarán encontrándole, pero dudo que su destino preocupe lo más mínimo a los sufridos usuarios de la seguridad social, a sus víctimas y a los ciudadanos de a pie que siempre lo hemos considerado un trepa y un zoquete.