En estos momentos, en el Palau de la Generalitat hay dos despachos vacíos por cuestiones simbólicas. El de Puchi está desocupado desde que el MHP 4211 se dio el piro en el maletero de un coche para no acabar en el trullo junto a los pringados que le seguían la broma. Una vez a salvo en Bélgica y cómodamente instalado en la Casa de la República, edificio simbólico donde los haya, aunque a precio muy tangible, le dijo al MHP 4212 que ni se le ocurriera colarse en su despacho y que se buscara la vida por el histórico edificio: solo le faltó añadir “¡Será por despachos!” Quim Torra, efectivamente, se buscó otro escondrijo que, ahora, tras su inhabilitación, se ha quedado también vacío. Podría haberlo ocupado Pere Aragonés, pero resulta que el despacho del presidente inhabilitado es (casi) tan sagrado como el del presidente huido de la justicia, así que Aragonés se ve obligado a ejercer sus funciones --sean éstas las que sean: de momento, solo lo hemos visto hacerse el chiquito-pero-matón en el pleno de la Covid, mostrando vehemencia republicana y chulería lazi con una seguridad autoritaria tal vez heredada de su abuelo, el alcalde franquista de Pineda de Mar-- desde el departamento de Economía, sita en la Zona Franca, o sea, a tomar por saco del centro de Barcelona, que es donde estaba antes, en plena Rambla de Catalunya, cuando aquella jornada de gloria que les granjeó el presidio a los Jordis.
Sirva este largo exordio para demostrar que el mundo lazi concede una importancia desorbitada a los símbolos. Puchi, Torra y Aragonés podrían haber ido empleando el mismo despacho por sucesivos turnos, pero entonces el prusés habría perdido su principal seña de identidad: la simbología. También han dejado libre la silla de Torra en las reuniones del gobiernillo, aunque, ya puestos, no les costaba nada añadir un elemento simbólico a la poltrona del inhabilitado: un oso de peluche tamaño XXL, una frasca de ratafía de cinco litros, una bolsa de basura llena a rebosar…No sé, cualquier cosa, un detallito. Si se apuesta por lo simbólico frente a lo real, hay que hacerlo a fondo, ¿no?
Mañana viene el rey a Barcelona y el lazismo ya le prepara un recibimiento tan simbólico como los despachos de los MHP 4211 y 4212: nada menos que una cadena humana que irá de la estación de Francia al monumento a Colón y que, a falta de cualquier utilidad práctica, simbolizará que los catalanes no le dejan entrar en Barcelona. A todo esto, se da por sentado que el candidato estelar del lazismo en las próximas elecciones es el MHP 4211, quien, como no puede volver a Cataluña sin acabar en el talego, se convertirá en un líder simbólico; representado, probablemente, por Laura Borràs, cuyos propios problemas con la justicia pueden acelerar su carrera hacia el simbolismo.
Y es que el simbolismo --es decir, la poesía-- lo tiene crudo ante un adversario, la judicatura española, que pasa de símbolos y es de un prosaico que atufa. Para ella, Puchi no es el nuevo Moisés, sino un émulo del Dioni; Torra es un simple cesante con una pensión que no se merece; el Diplocat no es el servicio diplomático de la república catalana, sino un estamento de dudosa legalidad que hay que chapar totalmente o en parte a la mayor brevedad posible. Frente a la poesía cursilona de los simbolistas lazis, la prosa aburrida y funcionarial del estado impone su eficacia sin prisa, pero sin pausa, inhabilitando por aquí, desmantelando por allá y buscándole la ruina a todo aquel que intente pasarse la constitución y el estatuto de autonomía por el arco de triunfo. Mientras tanto, de Puchi al último CDR, pasando por Omnium, la ANC, los castellers de Vilafranca y la cobla--orquesta La Olotina, venga a darle a los símbolos: despachos vacíos, escraches sin presencia del supuestamente vejado, quema de fotos, guillotinas de cartón, pancartas en los balcones…Símbolos, símbolos y más símbolos. La Generalitat se ha especializado en la gestión de símbolos y poca cosa más. Con Pujol, la simbología convivía con la posibilidad de chupar del bote, pero ahora el lazi medio debe conformarse con gestos inútiles y con dedicarse a mascar un mojón mientras farfulla “¡Quanta dignitat!”.
La confrontación con un estado no se parece en nada a unos juegos florales. Y el simbolismo yo no digo que no sea bonico, pero se comprueba a diario que eficaz, eficaz, lo que se dice eficaz, tampoco lo es.