Sí, ya que sé que las siglas CAC corresponden a Consell de l´Audiovisual de Catalunya, pero tengo la impresión de que mi interpretación se ajusta más a la realidad: el CAC es una buena idea que nació muerta porque sus componentes los elegían los partidos políticos por motivos que, generalmente, nada tenían que ver con el sector audiovisual (sujetos marcados por una fidelidad perruna al partido, inútiles necesitados de recolocación, funcionarios con escasa propensión a pensar por cuenta propia…). Ahora que el CAC cumple 20 años, es el momento de recordar que durante todo ese tiempo no ha encontrado nada que reprochar a TV3, única televisión de todas las que se ven en Cataluña sobre la que tiene competencias. Sus reprimendas más severas, el CAC las ha reservado para entes audiovisuales sobre los que no tiene derecho a decir nada: canales privados, la televisión pública española…Y ahora, rizando el rizo, Netflix.
El CAC --que en la práctica es el brazo audiovisual de la muy latosa Plataforma per la Llengua, la entidad que enviaba soplones a los patios de los colegios para vigilar en qué hablaban los niños-- ha detectado una alarmante ausencia de contenidos hablados o subtitulados en catalán en Netflix y ha llamado al orden al rey del streaming. Si los de la Plataforma de marras han logrado que Disney Plus desempolve unos doblajes al catalán pagados con dinero público de hace años, igual el CAC también consigue que, por lo menos, subtitulen al catalán Tiger King (aunque sea pagando; total, es dinero público y, como todo el mundo sabe, el dinero público no es de nadie).
Se trata, una vez más, de meterse donde no les llaman y seguir descuidando el frente que tienen asignado, TV3, donde, según el CAC, reinan la imparcialidad y el periodismo con fundamento, no hay ningún trato de favor a los nacionalistas y no se producen jamás insultos de los bufones de la cadena a desafectos al régimen, ya que en TV3 solo rige un respeto escrupuloso a la sagrada libertad de expresión.
Las pocas veces que TV3 ha estado a punto de llevarse un merecido capón, lo ha evitado el presidente a perpetuidad del CAC, Roger Loppacher, pues suyo es el (mal llamado) voto de calidad, que sirve para desempatar cuando pueden pintar bastos para el régimen y siempre consiste en inclinar la balanza a favor de éste. Para eso está el señor Loppacher, un Bertrand de Duglesquin del audiovisual que, como su célebre antecesor, ni quita ni pone rey, pero ayuda a su señor. ¡Quien tiene un Loppacher tiene un tesoro! Gracias a su voto de extremada calidad, se han ido de rositas todos los bocachanclas faltones de la cadena, los comisarios políticos disfrazados de jefes de informativos y, en general, todos los afectos al régimen a los que se les haya ido la olla patriótica en algún momento, ofendiendo a cuanta más gente mejor.
Lo de Netflix es la más reciente meada fuera de tiesto del CAC, pero ni es la primera ni será la última. Como todo lo hace bien, TV3 no da ningún trabajo al CAC (y si algún miembro insiste en buscar problemas, ahí está el voto de calidad del señor Loppacher para cortar de raíz el conato de motín); por eso a los Loppacher Kids les queda tanto tiempo para meterse en jardines ajenos y acudir a entierros en los que no se les ha proporcionado vela alguna.
Si el CAC se tomara en serio su trabajo, TV3 --con sus constantes arbitrariedades, favoritismos, lavados de imagen, tergiversaciones de la realidad y servilismo absoluto al poder nacionalista-- tendría permanentemente ocupados a sus miembros. Pero una vez se ha decidido que TV3 es un ente prácticamente angelical y, por consiguiente, no merecedor del más mínimo reproche, para justificar el sueldo hay que dar lecciones morales a TVE, a Tele 5, a Netflix y a cualquier enemigo audiovisual de Cataluña que se detecte durante todo ese tiempo libre que deja la irreprochable televisión pública catalana.
Sobre lo que tiene competencias, el CAC no da un palo al agua (si algún miembro lo intenta, el voto de calidad del señor Loppacher le cae en toda la cabeza y lo desactiva). Sobre lo que no tiene, es incansable y dado a adoptar una actitud a medio camino entre el Zorro y el Llanero Solitario. Como Consejo Audiovisual de Cataluña es una birria y una vergüenza, pero como Chiringuito Audiovisual Convergente resulta de una eficacia admirable.