Hay algo en las maratones televisivas al servicio de buenas causas que remite inevitablemente a aquellos jolgorios socio-propagandísticos de la postguerra española modelo La Navidad del pobre o Siente a un pobre a su mesa, que tan bien reflejó Berlanga en Plácido. Y la de TV3, dedicada este año a las enfermedades minoritarias, no es una excepción. Está muy bien recaudar cerca de diez millones de euros para dichas enfermedades, pero no debería ser necesario recurrir a la generosidad de los ciudadanos si nuestro, digamos, Gobierno hiciera bien los deberes, lo que no es el caso. Como en la administración Torra todo lo que no sea financiar la independencia se considera dinero echado a los cerdos, la sanidad catalana está que da pena, aunque Ribó ya nos ha explicado que la culpa es de esos perversos españoles que vienen a operarse aquí y empeoran las listas de espera de los sufridos catalanes, que son, por cierto, las más largas de España. Un Gobierno que se preocupara realmente de la sanidad no tendría que recurrir a pasar la gorra para abordar las enfermedades minoritarias porque las tendría previstas en sus presupuestos. Y si no se gastara el dinero en chorradas procesistas, todo funcionaría mucho mejor.
Lo que pasa es que una recaudación de fondos puede convertirse en una manera de reforzar la autoestima del paisito y subir los índices de audiencia de su principal aparato de agitación y propaganda, TV3. Se trata de montar un show para que los ciudadanos acaben llegando a la conclusión de que Els catalans som collonuts. Los más buenos, los más solidarios, los más empáticos y los más guais. No es casualidad que al frente del sablazo colectivo se sitúe a alguien como Quim Masferrer, alias El foraster, ese hombre que recorre, con su alegría tontiloca, los pueblos de la Cataluña profunda para decirles a sus habitantes que son muy buena gente. Yo encuentro muy irritante a este sujeto, pero la Cataluña catalana lo adora por su actitud de chaval simpático, un pelín travieso, que se desplaza a donde haga falta para decirles a sus habitantes lo buenos que son y la suerte que tienen de ser catalanes. Quim es el yerno ideal, el cuñado chistoso, el sobrino gamberrete... pero es uno de los nuestros, y cuando hay que ponerse serio, se pone serio y suelta arengas en los aquelarres de la ANC o lo que haga falta: junto a Toni Soler, es nuestro principal representante del humor patriótico, oxímoron que goza de una inexplicable fortuna en Cataluña.
TV3, por su parte, deja un día de dar la chapa con el prusés y adopta una actitud humanitaria que presenta a toda la casa, desde el director al último regidor, como una especie de ONG a la que nadie le va a preguntar sobre los sueldos excesivos de sus empleados o su genuflexión permanente ante el poder local. Conclusión: todos contentos. El Govern se ahorra unos euros que invertir en embajadas, TV3 se convierte en un ente seráfico y los catalanes se sienten los seres más desprendidos y humanitarios del mundo. Tots som collonuts!
La cosa, insisto, no deja de ser una puesta al día del paternalismo (y la jeta) del franquismo y su Navidad del pobre, pero son ya tantos los parecidos entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán que uno más no importa. Sobre todo, si a cambio de una módica suma de dinero, te puedes ir a la cama convencido de que eres un ciudadano ejemplar al que le encanta, mientras solo sea una vez al año, suplir las carencias sanitarias de un gobiernillo que tiene la cabeza en otras cosas y no está para perder el tiempo con algo tan triste como las enfermedades, ya sean mayoritarias o minoritarias.