Antes de que el prusés entrara en su fase más delirante, que es la que disfrutamos desde hace un par de años, era muy común escuchar la siguiente explicación en boca de los separatistas de nuevo cuño: “Yo no era independentista, pero el PP me ha obligado a serlo”. O algo parecido. Como si el PP les tocase las narices solamente a ellos y no al conjunto de la población española. Siguiendo su ejemplo, creo que ha llegado la hora de decir: “Yo no era monárquico, pero los procesistas me han obligado a serlo”. Y es que, puestos a elegir entre un señor alto y barbudo con parienta vistosa y dos hijas monísimas, y la turba que se cisca en sus muertos a la puerta de su hotel, ¿qué otro remedio le queda a uno? Es lo que decía el gran Kiko Veneno en una de sus canciones: “Si tú no fueras tan americano, yo tampoco sería tan ruso”.

La masa que se agolpaba ayer ante el hotel Rey Juan Carlos aprovechó la ocasión para escupir a algunos políticos, impedir que los invitados accedieran al acto de entrega de los premios Princesa de Gerona --por cierto, ¿qué lógica tiene que unos galardones llamados así se entreguen en Barcelona? Ninguna, ya lo sé, como casi todo lo que sucede últimamente en Cataluña-- y atacar a algunos periodistas en el cumplimiento del deber porque, ya se sabe, “prensa española, manipuladora”, no como TV3, que es la verdad revelada.

Portarse como una pandilla de matones acéfalos no es lo más adecuado para quienes protestan por una supuesta opresión, pero allí estaban todos más convencidos de su misión que la tonta que enarbolaba la pancarta de que no iba a clase porque estaba haciendo historia en una reciente manifestación juvenil.

A todo esto, el objeto de su odio ni se enteraba de la manifa. Ya se perdió el escrache de la víspera porque, cuando las viejas corrupias le daban a la cacerola, él debía estar envuelto en un mullido albornoz blanco, tras un baño reparador, tomándose un Dry Martini mientras su mujer metía en la cama a las niñas. Lo bueno de ser el jefe es que los marrones se los comen los demás; o sea, los pringados de pancarta y cacerola y los encargados de zurrarles la badana si se pasan un pelo. O dos, porque con uno no basta: cortar la Diagonal creo que justifica una carga, pero ya se sabe que últimamente nos la cogemos todos con papel de fumar. La manía de cortar calles es, probablemente, lo más insoportable de todo el agit prop urbano reciente. Es lo primero que se le ocurre a cualquiera con ganas de incordiar. Y me parece que la autoridad competente no se lo acaba de tomar con la seriedad pertinente. Sobre todo, porque aquí solo tienen derecho a cortar las calles los procesistas y demás buena gente, ante cuyas protestas, lo de querer deambular tranquilamente por tu ciudad se está convirtiendo en una excentricidad llamada a causar alarma social.

Resumiendo: al súcubo que ostenta la alcaldía de Gerona no le sale del níspero que se entreguen en su ciudad unos premios que llevan el nombre de ésta; el político que dice presidir la Generalitat le pide a la población que se porte bien, pero al activista con quien comparte el cargo ese esquizofrénico le parece estupendo que miembros destacados de su partido se sumen al escrache de la Diagonal; la turba corta calles sin que nadie le explique a porrazos que eso no está bien; el ciudadano no puede moverse por donde le parece, sino por donde le dejan los airados manifestantes; y el único que puede seguir a lo suyo es el Rey, que para eso vive blindado.

Nuestros manifestantes empiezan a parecerse a los del caso Rodney King, aquellos negros de Los Ángeles que, en vez de subir a Beverly Hills a quemarle la casa a Bruce Willis, se dedicaron a zurrar a otros desgraciados de su barrio porque eran blancos y los tenían más a tiro. ¿Por qué no os vais a manifestar vuestro descontento ante el palacio de la Zarzuela, zopencos? Seguro que los autobuses los pone la ANC. Pensad que, si no acabáis en el hospital, podéis aprovechar para hacer un poco de turismo. Y ya se sabe que viajar ilustra. Que falta os hace.