Ante la sentencia del Supremo, Pilar Rahola ha dicho sentirse devastada --y no desbastada, que falta le hace-- y ha visto maldad en las penas impuestas a sus amiguitos. Por su parte, Ada Colau --que no es independentista ni constitucionalista, sino todo lo contrario de no se sabe muy bien qué-- ha calificado la sentencia de cruel. Les ahorro los rebuznos del millonario procesista, Toni Soler, y del mosso petardista, Albert Donaire, porque ya se los pueden imaginar y porque ya me apaño con las declaraciones de la Verdulera Mayor del Reino y de la Primera Alcaldesa Bisexual, Pobre y Negra de la Galaxia para llegar a lo que me interesa comentar.

Tal cosa no es más que la tendencia que detecto últimamente entre los lazis a introducir la moral en las cuestiones políticas y judiciales. Las opiniones de Rahola y Colau apuntan en esa dirección: quienes piensan como ellas, forman parte del Bien; quienes opinan lo contrario, del Mal. Por definición, todo lo que hacen los procesistas procede de la Bondad, y todo lo que hacen los constitucionalistas son variantes de la Maldad. Están en la misma línea que aquella señora que salió el otro día en el FAQs diciendo que sí, que vale, que igual los CDR detenidos tenían bombas en casa, pero que eran muy buena gente: si eres un buen tío --según el peculiar criterio de la buena señora--, puedes manipular explosivos en casa aunque luego los uses para volar un cuartel de la Guardia Civil; eso es lo de menos; lo de más es que eres catalán e independentista, de lo que se deduce que, hagas lo que hagas, siempre serás una buena persona.

Este maniqueísmo idiota ha calado hondo y recuerda aquellos tiempos en que detenían a algún etarra y siempre salía un vecino a decir que era un chico majo, vasco, como si ambos conceptos fuesen sinónimos. Y, además, contribuye a elevar una pugna política y judicial al terreno de la moral, un espacio casi religioso que no le corresponde. Lamentablemente para los defensores de la teoría de que todos los independentistas son unos santos varones, la justicia se mueve en un plano más terrenal, en el que el Código Penal dice lo que dice.

Las condenas podrían haber sido más duras. Todos los conspiradores van a tener derecho al tercer grado, lo cual permitirá en primer lugar a los Jordis disfrutar de permisos carcelarios a mediados de enero. Y si tenemos en cuenta que esos permisos los otorga el Gobierno catalán --ya vimos lo comprensivo que se mostró con el pobre descarriado Oriol Pujol--, es evidente que los presidiarios en pleno se harán próximamente con un pase pernocta que les permitirá ver crecer a sus hijos y hasta aburrirse de ellos: de ahí la propuesta, al parecer rechazada, de trasladarlos a cárceles del resto de España en las que no disfruten de los chollos que han ido coleccionando desde que moran en Lledoners (siempre me los imagino como a los mafiosos de Uno de los nuestros, la película de Scorsese, en camiseta imperio y con Junqueras rebanando en láminas un ajo a la manera de Paul Sorvino).

En muy poco tiempo, los héroes de la República volverán a dar la chapa para alegría de sus fieles y desespero de sus detractores. Dentro de un orden, claro, pues estarán inhabilitados de por vida. En ese sentido, las efusiones del populacho el día de la sentencia quedarán como una muestra más de sobreactuación a cargo del lazismo. Aunque los participantes, convencidos de formar parte de las Fuerzas del Bien, estarán encantados de haberse conocido. Y los políticos, como ya están haciendo, seguirán extendiendo la teoría falsa de que la sentencia del Supremo va contra toda Cataluña, aunque más de la mitad de sus habitantes nos sintiésemos devastados y considerásemos cruel que una pandilla de insensatos pasara de nosotros y de la oposición en pleno y se marcaran aquel cirio chapucero y ridículo por el que han sido juzgados y condenados.

En cuanto a la teoría teológica del Bien y el Mal, sus defensores se la pueden ir metiendo por donde les quepa: sencillamente, no cuela.