Hay grupúsculos que son una vergüenza para el colectivo al que representan. En el ámbito del terrorismo internacional, por ejemplo, no hay pandilla más lamentable que la extinta Terra Lliure. Caso de existir la AMT (Asociación Mundial de Terroristas), los miembros de Terra Lliure habrían sido expulsados por inútiles y chapuceros: de los cinco muertos que figuran en su penoso historial, cuatro pertenecían a la banda, lo cual permite intuir que su manejo de materiales explosivos dejaba mucho que desear.
ETA mataba a cascoporro, más a quien podía que a quién quería, pero amasó cadáveres a granel. La Baader-Meinhof --pese a que Ulrike era una pija mimada y Andreas un tarugo que encontró en la política una excusa para el crimen-- seleccionaba cuidadosamente sus objetivos entre militares, políticos, banqueros, empresarios y demás enemigos del pueblo. Terra Lliure no dio pie con bola ni en cantidad ni en calidad, por lo que cualquiera que pasara por ahí debería mostrarse avergonzado y no reconocer jamás que formó parte de semejante cuadrilla de ineptos. Por el contrario, los cuatro merluzos que quedan van por Cataluña presumiendo de su hoja de servicios y tratando de hacerse un sitio en el prusés, entorno grotesco donde los haya, pero el único en el que pueden ser admitidos.
Cuentan, además, con la simpatía de Carles Puigdemont, que los recibe y se hace fotos con ellos, como hemos podido comprobar con la reciente visita a Waterloo del inefable Fredi Bentanachs (nada que ver con Freddy Krueger), un zumbado del quince que, tras pasar por Terra Lliure y por el talego, se ha reciclado en CDR. Puchi no puede interrumpir su trascendente jornada laboral --¡no parará hasta ganarle al parchís a Comín!-- para hacerse un selfi con unos buenos burgueses procesistas que se han dado el paseo hasta su mansión, pero deja lo que esté haciendo --¿comerse los mocos?-- para saludar a Fredi y retratarse con él: no hay nada como la compañía de un antiguo terrorista para hacer prosperar internacionalmente la causa de la independencia.
Por eso ha sido visto también con personajes como Carles Sastre --superviviente de Terra Lliure, responsable de uno o dos asesinatos y actual líder del sindicato separatista Intersindical-CSC, fundamental para aupar a la presidencia de la Cámara de Comercio de Barcelona al gasolinero Canadell, partidario de que los catalanes desaprendan el castellano, ese idioma que no sirve para nada-- o Miquel Casals --un amigote de Gerona que también pasó por Terra Lliure y que se tiró un año a la sombra en 1995 a instancias del juez Garzón--. Los grandes reservas del nacionalismo --inolvidable definición de Xavier Graset cuando entrevistó a Sastre en su magazine nocturno de intoxicación del 3/24-- hallan gracia a los ojos de Puchi, que, si no se le hubiese ido la flapa del todo en el extranjero, debería esquivarlos como a una maldición. Aunque también es verdad que las personas ridículas suelen sentir cierta solidaridad entre ellas. En ese sentido, la foto conjunta de un tío que declara una independencia que dura ocho segundos --tras la que se da el piro en el maletero de un coche y les dice a sus secuaces que ya se verán el lunes en el curro-- y otro que formó parte de la única organización terrorista del mundo que se ha disuelto por su propio bien resulta de una lógica aplastante. Los ves a uno al lado del otro y solo puedes pensar: Ho tenim a tocar. Si eres tonto, claro.