La mezcla de mala fe y estupidez que distingue a todo nacionalista que se precie alcanzó este fin de semana una nueva cima. No me refiero al último rebuzno en Twitter de Toni Albà, en el que le sugería a Inés Arrimadas que se fuese al Barrio Rojo de Ámsterdam a ganarse la vida haciendo de puta. Ni al nuevo regüeldo de su alumno más aventajado, Jair Domínguez, un merluzo antisistema a sueldo del sistema, quien manifestaba su deseo de mearse en la boca de Toni Cantó (allá cada uno con sus parafilias). Esa cima la coronaron los indepes que se presentaron en Colliure a amargarle el día a Pedro Sánchez y que, al cruzarse con descendientes de exiliados españoles, les llamaron fascistas a gritos. ¿No es como para darles de bofetadas con la mano abierta hasta que se fundan los casquetes polares?
Hace falta ser muy burro y muy perverso para tildar de fascistas a los nietos de quienes tuvieron que exiliarse de España para evitar males mayores: ¿tanto les costaba seguir el ejemplo del beato Junqueras y cantar el Virolai y exhibir pancartas en las que se asegurase que eran muy buenas personas? Según ellos, Sánchez representaba una paradoja siniestra, pues estaba homenajeando a exiliados del pasado mientras ignoraba a los exiliados del presente, como su querido Puchi y demás compañeros mártires. Evidentemente, no sabían ver la diferencia entre un exiliado de verdad y un turista con todos los gastos pagados. Para ellos, los exiliados españoles de la Guerra Civil merecen menos respeto que el escapista Puchi, sobre todo porque son españoles y ya se sabe que el término español es sinónimo de fascista. Supongo que, desde tan peculiar punto de vista, Azaña y Machado, aunque se hicieran los progres, eran unos fachas que acabaron enterrados en Montauban y Colliure por hacerse los interesantes. ¿Y qué decir de sus nietos, que viven en la Catalunya Nord --sur de Francia en el mundo real--, pero siguen acarreando banderas de la República española en sus visitas a la tumba del poeta fascista? No me extrañaría que no lleven a sus hijos a La Bressola y que consideren trabajo suficiente conservar el español de sus antepasados y combinarlo con el francés que han aprendido en su país. Con eso ya basta para ser considerado un fascista por estos Einsteins del lazo amarillo y la indignación permanente.
En cualquier caso, aunque estemos ya muy acostumbrados a sus melonadas, hay que reconocer que lo de llamar fascistas a los nietos de los republicanos aporta un elemento sorpresa a sus delirios permanentes. Alguien un poco menos tonto de lo habitual en esos ambientes debería haber puesto orden en la masa y hacerles ver a sus compañeros que lo que decían no tenía la más mínima lógica, por mucho que su mundo se divida, como todos sabemos, entre independentistas y fachas. Habría sido suficiente con un berrido equivalente al discreto rapapolvo que Toni Soler le ha echado en Twitter a su asalariado Toni Albà, pues ni al indepe más radical le gusta que lo consideren un energúmeno.
Hace tiempo que el insulto fascista se aplica sin ton ni son, y suelen ser los actuales fascistas --entre los que brillan con luz propia nuestros supremacistas particulares-- quienes más lo utilizan. No sé a qué esperan para profanar la tumba de Machado --en Francia ya lo están haciendo sus semejantes con los judíos-- y llevarse a Jair Domínguez para que eche una meadita con la tranquilidad de que el receptor no le va a partir la cara: la expedición daría para un 30 minuts estupendo.