Observo que ha pasado prácticamente inadvertida la decisión de la CUP de no concurrir a las elecciones europeas. Para la siempre locuaz Mireia Boya, no merece la pena apuntarse a una estructura de estados en los que, según sus propias palabras, imperan el capitalismo, el racismo institucional y la militarización de las sociedades. Se olvidó del hetero patriarcado, pero, con todos los demás clichés, le quedó una declaración bastante completita. También vino a decir que se sentirían muy solas en Europa porque no hay en todo el continente un grupo semejante al suyo. En eso lleva razón, ya que sus iguales, caso de existir, siguen en los equivalentes locales de los bares churrosos donde ellas parieron su movimiento chupando birras, fumando canutos, escuchando a Pablo Milanés y bailando la conga a los acordes del Sarri, sarri de Fermín Muguruza. Ciertamente, no hay nada equiparable a la CUP en Europa, lo que convierte a nuestras muchachas trabajadoras activistas en un hecho diferencial catalán o una excrecencia absurda de nuestro sistema político, según el punto de vista.
Pintan bastos en Europa para el fascismo de izquierdas que representa la CUP (incluyendo su fuerza de choque, Arran). Lo único mínimamente parecido, pero de mucha menor graduación, son las huestes de Pablo Iglesias y Jean-Luc Melenchon. Lamentablemente, el fascismo de toda la vida, el de derechas, está hecho un potro gracias a sujetos despreciables como el húngaro Orbán, el italiano Salvini o la francesa Le Pen. Para estabilizar la cosa, lo normal sería que las chicas de la CUP se propulsaran a la Unión Europea a la voz de ya; pero, en vez de eso, se inventan excusas de mal pagador, viniendo a decir que eso de Europa no hay quién lo arregle. ¡Cómo si no hubiese en el parlamento europeo gente que está pidiendo a gritos que le vacíen la copa menstrual en la cabeza! La actitud de la CUP, bajo su apariencia digna, oculta, a mi entender, el temor del provinciano a abandonar su zona de confort. ¿Para qué arriesgarse a un pitorreo transversal cuando se está tan ricamente en casa, lanzando proclamas beligerantes y amenazas imposibles de cumplir y enviando al Frente de Juventudes a hacer gamberradas soberanistas por ahí?
Pero, por otro lado, ¿por qué despreciar un altavoz internacional para sus chaladuras del calibre del de la Unión Europea? Yo creo que se harían notar enseguida --como Rufián en el parlamento español--, y que su ejemplo podría cundir en grupúsculos similares de todo el continente que, hasta el momento, no se han atrevido a considerar verosímil su incorporación a las instituciones europeas. Actualmente, el fascismo de izquierdas no está representado en el parlamento europeo, mientras que el de derechas campa por sus respetos. ¡Un poco más de ambición, chicas! ¡Hay que pensar a lo grande! En Cataluña ya habéis tocado techo --hay encuestas que os soplan dos o tres concejales en el próximo ayuntamiento de Barcelona-- y vuestro hábitat se os está quedando pequeño. No olvidéis el lema de vuestros amiguitos abertzales, pues no basta con copiarles el look: Hay que socializar el sufrimiento. Y, desde el punto de vista de quienes os consideramos unas rancias, demagógicas e intolerantes, que se han equivocado de época y de continente, ¿por qué hemos de ser los únicos en toda Europa que nos vemos obligados a aguantaros?