Va corriendo la voz, incluso entre los independentistas, de que Toni Albà no está muy bien de la cabeza. En esa línea apuntan sus tuits --ahora la ha tomado con el pobre Iceta, después de haber tildado de "mala puta" a Inés Arrimadas--, sus declaraciones extemporáneas y la cara de orate que lleva siempre puesta por defecto. Naturalmente, él cree que sus groserías son pura libertad de expresión, pero también lo era el boicot a su restaurante y se pilló un rebote considerable: parece que ya no se acordaba de cuando propuso boicotear a Carmen Machi, una compañera de trabajo, cuando ésta protagonizaba una función teatral en Barcelona.
El término hiperventilado se queda corto para Toni Albà (¿será cierto ese rumor según el cual su auténtico nombre es Antonio Álvarez?), lo suyo es más parecido a lo del diablo de Tasmania, el personaje de dibujos animados de la Warner que estaba siempre gruñendo, babeando y en constante rabieta. Como las chicas de la CUP, Toni ve fascistas por todas partes, menos en el espejo de su cuarto de baño, donde puede verle la jeta --¡y vaya jeta!-- a uno cada mañana al afeitarse, sin necesidad de salir de casa.
Su problema no es ser independentista, sino ser un energúmeno malhumorado y zafio, nada que ver con otro ilustre independentista de Vilanova, Sergi López, un tipo encantador y dotado de un gran sentido del humor con el que se puede cenar e ir de copas --lo he comprobado---sin que la diferencia de opiniones lleve a la bronca y al intercambio de sopapos. Pero, claro, López no está loco. Es más, a López le van muy bien las cosas, rueda sin parar y es muy querido en Francia, mientras Albà debe contentarse con la sopa boba que le administra TV3 con el dinero de todos los catalanes (en vez de deshacerse de él, hasta le dedicaron hace unos días un programa en el que Núria Picas se va de excursión con alguien, generalmente un patriota de piedra picada).
No hace tanto que Albà llegaba a fin de mes gracias a las comuniones infantiles en las que hacía reír a la chiquillería con su célebre imitación del rey emérito, y no descarto que sienta cierta envidia por la carrera del amigo López, que tal vez le recuerda que la suya deja mucho que desear. López no tuitea porque suele estar muy ocupado trabajando. Puede que uno de los problemas de Albà consista en disponer de mucho tiempo libre, un tiempo que podría dedicar a actividades más provechosas que insultar a todos los que le caen mal, que son legión. Si Truman Capote presumía de tener una lista de 3.000 personas despreciables, la de Albá debe ser mucho más larga: formar parte de ella, eso sí, es un orgullo, pues eso te identifica como una persona decente que, además, no tiene un tornillo suelto.
Que una televisión pública mantenga a semejante mamarracho malévolo sería un escándalo si no fuese porque todos sabemos ya que TV3 es, como Netflix o HBO, un canal temático al que, curiosamente, no hace falta suscribirse porque lo pagamos hasta los que no lo vemos prácticamente jamás. Como canal del régimen, TV3 cuenta con su propio bufón del régimen, al que todo le está permitido. Ya puestos, yo le subiría el sueldo para que pudiera permitirse un psiquiatra, pero ese grano de pus disfrazado de ser humano es capaz de gastarse el aumento en ratafía.