Puede que la monarquía española sea un anacronismo al que nadie presta mucha atención, pero los independentistas no se pierden ni una aparición de Felipe VI por televisión, aunque su mensaje navideño lo eliminen de TV3 y lo releguen al 3/24. A la mañana siguiente del discurso de turno --una mezcla de tópicos bienintencionados, discretas llamadas al orden y loas a la armonía y la convivencia entre los ciudadanos--, todos los diarios indepes, que deberían pasar de su majestad olímpicamente para no ser acusados de vasallaje por Santiago Espot o Víctor Cucurull (si es que no lo han hecho ya y yo no me he enterado), se rasgan las vestiduras ante lo que haya dicho el monarca y le acusan de extrema insensibilidad hacia Cataluña. Es como si los ateos estuvieran pendientes de las palabras y acciones del Papa para ponerle convenientemente verde y acusarlo de pasarse un pelín con su catolicismo agresivo.
Este año, ERC y los pedecatos han dicho que Felipe VI es el rey del 155. ¡Y mira que Puigdemont --que en su nuevo delirio se identifica con Macià-- le dio una oportunidad de oro para rectificar su visión de las cosas catalanas y ejercer de árbitro imparcial! Pues ni caso: su majestad siguió con sus manías habituales: la concordia, la tolerancia y la unidad de España. Por un lado, ¿qué esperan que diga la máxima autoridad nacional si, entre otras cosas, le va el cargo en ello? Y por otro, ¿para qué le escuchan si no lo reconocen como su rey y solo aspiran a perderlo de vista lo antes posible? Los indepes --como los ateos para el Papa-- no son el target de Felipe VI, quien se dirige a los españoles en general y a los monárquicos en particular, una minoría entrañable que habría que preservar como al urogallo y otras especies en riesgo de extinción.
Puigdemont le dio una oportunidad de oro para rectificar, pero Felipe VI siguió con sus manías habituales: concordia, toleracia y unidad de España
De la misma manera que Lerroux organizaba comilonas en público durante la cuaresma, los indepes deberían desempolvar sus cacerolas cuando habla el borbón. O montar unos castells, que siempre resultan vistosos. O comer butifarra en plena calle, entre berridos y cortes de manga. ¿Qué hacen todos delante del televisor para ver qué dice alguien al que no pueden ver ni en pintura? El mensaje del rey debería entrarles por una oreja y salirles por la otra --como a casi todos los españoles--, pero en vez de eso, lo estudian palabra por palabra para, con ánimo masoquista, incrementar su eterna condición de humillados y ofendidos.
El mayor desprecio es no hacer aprecio, chavales. ¿No será que no acaban de quitarse de encima la sensación de ser españoles? Otro tema que necesita una lectura psiquiátrica, como casi todo lo relacionado con el prusés.