Ahí te quedas, Junior
La declaración de Jordi Pujol ante un juez en Madrid no arrojó especiales novedades sobre sus actividades (presuntamente) delictivas, pero sí dejó meridianamente claro que, en lo referente a su primogénito, hasta aquí hemos llegado y que cada palo aguante su vela. Don Pujolone se agarró, como de costumbre, a la inverosímil herencia de su señor padre, reconoció haber tenido una cuenta en Andorra --pero solo para impedir que su malvada nuera le rapiñase los monises a su emprendedor hijo mayor-- y se desvinculó de cualquier actividad de Junior, que ya es mayorcito y no necesita ayuda para explicar el origen de su descomunal fortuna.
Para no perder del todo la fe en el sistema legal español, confiemos en que a Junior sí lo crujan como se merece
Doña Marta, por su parte, no abrió la boca, como viene siendo su costumbre desde que la justicia se empezó a interesar por las actividades financieras de la familia. Todo parece indicar que sigue muy enfadada con los españoles en general y los catalanes en particular. Como si se le estuviera amotinando el servicio en las narices, esta mujer está muy contrariada: ¿Quién es nadie para decirle lo que se podía o no se podía hacer cuando su marido era el jefe de la tribu? ¿A qué viene esa insistencia en buscarles la ruina a sus retoños, cuando ella sabe perfectamente que viven tan modestamente que están, prácticamente, con una mano delante y otra detrás?
Mientras ella se hace la digna, su marido responde a todo lo que le preguntan, pero a su manera, eso sí. Sigue intentando escurrir el bulto, pero parece haber optado por la salvación personal, como si las trapisondas de Junior le superaran (¿y a quién no?) y solo aspirara a que el incordio se acabe cuanto antes y de la mejor manera posible. Que es, probablemente, lo que sucederá, pues ya está muy mayor para ir al trullo, y la justicia es especialmente lenta con patricios como él y su amigo Millet: todos hemos comprobado que, con esa clase de gente, van pasando los años, los juicios nunca llegan y jamás se le ofrece a la sociedad ningún tipo de satisfacción.
De ahí que, para no perder del todo la fe en el sistema legal español, confiemos en que a Junior sí lo crujan como se merece. De momento, su padre se ha desentendido de él, que es lo mismo que señalarle con el dedo como cerebro de la organización; lo cual le permite presentarse como un pobre viejo que solo quiere volver a la tranquilidad de su despachito, alejando así cualquier sospecha de que el auténtico cerebro de la organización siempre fue él, eficazmente secundado por esa señora tan digna que se muestra escandalizada ante una sociedad en la que, ¡hay que joderse!, ya no se puede ni robar en paz.